Menores en una clase, antes de la pandemia.
Menores en una clase, antes de la pandemia. MANU GARCÍA

“Solo existen dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y no estoy seguro de la primera”, decía Albert Einstein. En mi ignorancia, Dios me libre de pretender enmendar a este genio, yo añadiría una más: la incompetencia de una buena parte de la clase política de este país.

Estoy convencida de que gobernar no es tarea fácil. También de que no es justo generalizar porque muchas personas se dedican a la política en un sincero afán de servir a la comunidad y quien decide es el que se equivoca, pero el panorama actual es inquietante: la pandemia vuelve a estar descontrolada y, a pesar del tiempo transcurrido desde la primera oleada, la impresión de que nuestros gobernantes siguen improvisando provoca una gran desazón. Y se avecina otro desafío que los va a poner a prueba: el curso escolar empieza en dos semanas y hasta ayer no se ha reunido las comunidades y el Gobierno en la Conferencia Sectorial de Educación.

El otro día, una amiga comentaba que, por primera vez en su vida, no tenía ni pizca de ganas de volver a dar clases, y créanme que es una enamorada de la docencia. Y no solo es que no tuviera ganas, tenía miedo. Un miedo más que justificado a la vista de la falta de un plan creíble, bueno, de planes, tanto como comunidades autónomas para garantizar una vuelta al cole segura para nuestros hijos e hijas, para los docentes y el resto del personal que los cuida (monitoras de comedores escolares, de aulas matinales, de actividades extraescolares, personal de limpieza, etc.).

En este panorama, quiero pensar que esta inacción es fruto de la incompetencia, al fin y al cabo, esta tiene arreglo, pero, últimamente, me asalta la idea —¿me habrá contagiado Miguel Bosé su ‘conspiranoia’?— de que se trata de una estrategia calculada: tú quédate quieto y échale la culpa al otro. Las comunidades, al gobierno central (aún resuena el clamor de hace unos meses para que Sánchez delegara la desescalada en las comunidades y ahora exigen justo lo contrario) y este, a las comunidades, que para eso tienen las competencias transferidas, dice nuestro presidente. Y así, los unos por los otros, la casa sin barrer: los centros educativos sin un plan de vuelta creíble y sin las necesarias contrataciones de personal; la sanidad pública sin medios suficientes, especialmente en atención primaria, y sin rastreadores; la economía, sin norte una vez que una de sus principales industrias, la turística, se ha desplomado. Un panorama para acostarse y levantarse un par de años después…

No soy pesimista, por lo menos a largo plazo, pero veo que los nubarrones vienen cada vez más negros y como no pongamos remedio, lo de Noé va a ser un chubasco de verano. Porque no es admisible que los gobernantes apelen a nuestra responsabilidad individual para evitar los contagios mientras ellos se lo toman con calma para asumir la suya. Que se anden con tiento, como tú decir, abuela, porque cuando la ciudadanía no ve un liderazgo claro, unas directrices lógicas y unas actuaciones coherentes, acaba tirando la toalla, pasando de las normas y escuchando a salvapatrias que no los va a salvar de nada, pero que les regalan los oídos ofreciéndole falsas certezas y mano dura (no hay más que mirar a Trump o a  Bolsonaro). 

Los políticos que creen en la democracia, sean del signo que sean, deberían ponerse las pilas y trabajar codo con codo; no es tan difícil, tienen el ejemplo de la Transición. La Covid19 los está poniendo a prueba. ¡Y vaya prueba! Recuerden que el Titanic no se hundió inmediatamente, primero fue la vía de agua en la sala de correos. Lo que vino después, ya lo sabemos: Leonardo Di Caprio se ahogó. 

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