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Cuando desgranemos los derechos humanos aprobados en 1948 en el Campo de las Balas, ante el castillo de Santa Catalina, estaremos realizando un acto de alto voltaje simbólico. Ha sido un bello gesto el del Ayuntamiento el colocar allí la patera que el 4 de noviembre a la playa de la Victoria. Es un recordatorio importante para no olvidar a las miles de personas que pierden la vida en una travesía por un mar que dejó de ser un puente entre culturas para convertirse ¡ay! en un terrible muro de dolor que separa a los pueblos de las dos orillas. Recordaremos el sufrimiento desde la compasión y la empatía con cuantos tienen que iniciar ese incierto viaje buscando un futuro digno, o huyendo del hambre, de la persecución o la guerra. Buscando acogida, solidaridad o protección.

Denunciaremos con el símbolo de esa patera, que llegó perdida a Cádiz, a los victimarios, a quienes con sus políticas crueles e inhumanas permiten que se perpetúen desde hace decenas de años esta ignominia para Europa, envilecida y también ella hundiendo sus valores en cada naufragio en el Mediterráneo.

Pero no sólo. Cuando los representantes de decenas de colectivos gaditanos procedan a leer los artículos de la Declaración Universal, podrán de manifiesto que hace 69 años hubo personas de gran altura y grandes miras que la redactaron y la aprobaron. Pero al tiempo con tristeza estaremos pensando en que hoy quienes rigen nuestros destinos son pequeños y miserables. Ruines y crueles. Son personas que están al servicio de los poderosos y no de la gente. Al servicio también de sus mezquinos intereses personales.

"Hoy los derechos humanos retroceden acosados por los poderosos y sus representantes en la política"

Porque hoy los derechos humanos retroceden acosados por los poderosos y sus representantes en la política. Los derechos humanos —por más que digan las disposiciones internacionales o la Constitución— siguen siendo ignorados y violentados de forma flagrante y vergonzosa, precisamente por quienes tienen la responsabilidad de protegerlos y cumplirlos.

Por eso en el acto de mañana tarde en el Campo de las Balas, que decimos de alto voltaje simbólico, no sólo expresaremos nuestra más profunda solidaridad con todas las personas que pierden la vida en el Estrecho, sino que también vamos a poner en evidencia las graves vulneraciones de derechos humanos constatables en nuestra realidad más cercana.

Así, hablaremos de las personas en situación de pobreza y exclusión; de la imposibilidad de acceso a una vivienda digna para las personas con menos recursos; de quienes no encuentran trabajo o si lo encuentran no les da para vivir; del creciente número de personas que viven en la calle; de las personas pobres encarceladas; de las insoportables tasas de desigualdad; de las graves discriminaciones y la violencia que sufren las mujeres en nuestra sociedad; de los recortes en salud, servicios sociales o educación; de las restricciones democráticas a las libertades y el creciente autoritarismo; de la justicia manipulada y politizada; del crecimiento de la extrema derecha, del racismo y la xenofobia; y, claro que también, del trato indigno que se da a las personas migrantes y refugiadas en nuestro país y en toda Europa…

Un acto el de mañana de alto voltaje solidario, en el que volveremos a recordar, porque por desgracia sigue siendo plenamente vigente, aquella vieja pero actual y bella reivindicación de la gente revolucionaria francesa de hace más de dos siglos: ¡libertad, igualdad y fraternidad!

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