Agrour Amogjar, Mauritania. SERGIO VILLALBA
Agrour Amogjar, Mauritania. SERGIO VILLALBA

Ultimaba este texto cuando la fragilidad de nuestras sociedades teóricamente avanzadas se convertía en una demostración empírica. Ignoto el entuerto, no otorgué importancia al asunto salvo cuando pude observar dos ejemplos de ciudadanos con objetos que no parecían lógicos como concepto y cantidad -velas o dos packs de agua- justo antes de llegar a mi puesto de trabajo y comenzar a digerir lo que sucedía. Recordé la pesadilla pandémica y las últimas inundaciones e imaginé otra prueba épica de supervivencia, preguntándome si este era el sino reiterativo de nuestro tiempo. Suspendidas las clases y mientras debatía con mis alumnos al respecto, pensé en mi madre y en la imposibilidad de contactar con ella salvo que fuera físicamente. Al llegar estaba tranquila, con una vela rescatada del cajón y escuchando las noticias en un transistor (me deleita una palabra-concepto en desuso).

Una vez más, todo me hizo recordar que su generación -años 30 del siglo pasado- sufrió y trabajó mucho más que la mía y las siguientes, aunque por ventaja tal vez tuvo una lógica interna más coherente, directa y certera. De vuelta a la “normalidad” (junto a “resiliencia” nunca un término reciente me ha parecido tan viciado), la reflexión interna seguía bullente en el enlace con el texto original. Mi ego -que acumula serias fracturas- se sentía en el deber de enfatizar sobre la extremada dependencia tecnológica de nuestras sociedades en comparación a las teóricamente más primitivas, incidir en lo absurdo de unos tiempos acelerados que se tornan en parálisis para la mayor parte de las tareas productivas y las necesidades esenciales a la que estamos obligados, y advertir de la gravísima incapacidad por ser autosuficientes en modos de vida y lugares de concentración poblacional diseñados para una movilidad permanente. Lo peor de todo es que estas divagaciones se me tornaban estériles si la pretensión era una suerte de convencimiento y cambio colectivo, por lo que, redactado este preámbulo de conciencia interiorizada, dejo al estímulo lector la continuación de escritura tal y como empezaba el artículo original.

Hace poco más de una semana volvía desde Nuakchot tratando de conectar realidades paralelas bajo el cansancio acumulado de intensas experiencias. Mientras iba en tránsito y escala en Gran Canaria como privilegiado del primer mundo, me planteaba sentado en una butaca de relativa comodidad si en ese mismo momento y justo debajo de mi Embraer E175, habría cayucos con el mismo destino, pero en inhumanas condiciones de hacinamiento y con la suerte echada respecto a un posible y trágico final. Parecía superfluo o al menos relativizaba mi hazaña de viajero que seres humanos trataran de sobrevivir en el mismo espacio y momento, mientras otros nos creíamos sublimes por el acceso a conocimientos concretos o situaciones de acción y riesgo controlado. Mauritania es el principal país de destino y de tránsito de África Occidental según la Organización Internacional para las Migraciones, lo que significa un flujo continuado de desesperanza en busca de una teórica vida mejor, una circunstancia que se multiplica por todo el orbe más de lo que somos conscientes. En este sentido, solemos usar el factor de cosificación ajena como recurso opiáceo de conciencia y para defensa de nuestras propias miserias, lo que en esencia supone convertir al “otro” en un elemento abstracto, desprovisto de alma y carácter propio. Mal entendido es una nefasta ideología política cada vez más extendida, pero en comedida posología es un instrumento que nos permite la distancia frente a una torturante hiperconciencia de la realidad.

Estando en la cima de la pirámide de Maslow, un todopoderoso pasaporte, nuestro esclavizador smartphone y una tarjeta de crédito es la tríada capitolina para superar inconvenientes como obtener la visa a media hora de embarque, obtener nuevos pasajes por una cancelación de vuelo a 48 horas de partir (obra y gracia de la compañía aérea local), u obtener el alimento necesario y dos noches más en destino. De nuevo y por comparativa, indago con cierta irrealidad de conciencia situacional qué debe pensar una persona en su traumático peregrinaje desde Senegal, Mali, Gambia, Costa de Marfil, Guinea-Bissau, o incluso Sudán, Pakistán o Bangladés. Cómo es su periplo desde la miseria o la guerra, dosificando sus contadas riquezas para mitigar hambre, sed y transporte (fruto de ahorro, préstamos y ayudas de su familia), o qué clase de templanza despliega ante la corruptela mundana de un check point, una burocracia obtusa, sobornos, robos, o las violaciones sufridas en aras de una posibilidad remota de éxito. Un destino que puede acabar en el campo de refugiados de Mberra, alcanzar Tanit (al norte de la capital) o La Güera (La Agüera, hoy un despoblado cerca de Nuadibú que fue poblada en sus inicios por españoles canarios), donde con suerte los samsara o traficantes de almas le otorgaran un pasaje a la incertidumbre, teniendo conocimiento pleno de donde está el hueco de salida, la zona no vigilada o descuidada intencionalmente.

Los procesos de descolonización normalmente han sido incluso peores en su desenlace que en su origen, dejando vacíos de poder y crisis permanentes a las que cierta idiosincrasia autóctona potencia en su problemática. Al ciudadano medio le debe ya quedar lejos la comprensión de lo que fue el Sahara Español, hoy Sáhara Occidental y hace dos telediarios un territorio regalado a Marruecos con el patrocinio de Estados Unidos, Francia y la claudicación de España, en un limbo que desde luego aleja las aspiraciones de consolidación de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática. Es curioso cruzar una frontera no determinable más que al GPS en las cercanías del túnel de Choum o deambular por Cap Blanc en el comienzo de una invisible línea recta que sirve de separación con el cuestionable régimen de Mohamed VI, con fosfatos, pesca, petróleo, gas, y circonita a buen recaudo gracias al hipócrita limbo internacional y un ejército propio con buenos suministradores. Si ampliamos el análisis estratégico de la zona al conjunto del Sahel se amontonan los intereses y preocupaciones: al mencionado flujo migratorio y el control del yihadismo en una zona con gobiernos fluctuantes, los “amigos” europeos se sustituyen por la injerencia china y su industria pesquera, o la incursión rusa de grupos paramilitares (el llamado Africa Corps, herederos del anterior Grupo Wagner). Esta bomba de relojería necesita una contención de males mayores y una esperanza de estabilización por parte de Occidente, por lo que Senegal y Mauritania son los puntos más importantes de esa intencionalidad, compartiendo con España programas de desarrollo, seguridad y migración circular, ordenada, con previsiones de contratos fijos-discontinuos en origen, buscando perfiles cualificados y no rompiendo vínculos con país propio.

Comprando en una emulación de supermercado en Atar, hablo brevemente con un joven teniente mauritano al identificar sus insignias y uniforme, que me mira con sorpresa cuando hablamos del avión de ataque ligero Super Tucano que pilota; nos despedimos y me pregunto qué papel le depara el futuro de su país. La formación militar y policial es un punto nuclear de esta cooperación y es evidente desde el momento que te recibe en el control de entrada del aeropuerto internacional una pareja de la Benemérita junto a las fuerzas mauritanas, o te encuentras en un hotel con relativa facilidad a miembros de la Unidad de Acción Rural-Grupo de Acción Rápida de la Guardia Civil en tareas de formación o refuerzo de patrullas conjuntas, un continuado proceso de años que incluye la participación y los destacamentos de unidades navales, helicópteros o aviones de patrulla marítima, en una suerte de barrera frente a la llegada de migrantes hasta las Islas Canarias que en estos momentos estaría en una media de 125-150 al día, con un cuello de botella que podría superar las 500.000 personas esperando una oportunidad.

Una situación irresoluble que da alas a la ultraderecha y permite a las izquierdas hablar de tolerancia y generosidad etérea desde la seguridad que proporcionan otros. La Agencia Europea de Fronteras (Frontex) es una posible vía de negociación y uso adecuado, pero adolece de cierta indefinición operativa por la misma razón que la UE necesita de ejes comunes en política exterior y defensa, pero no las tiene. En febrero 2024 se entregó una ayuda de 200 millones de euros de la Comisión Europea y otros 300 de España, que a su vez prometió otras cantidades a posteriori, la apertura del Instituto Cervantes, el fomento de nexos empresariales y los mencionados contratos en origen que podrían llegar hasta los 250.000. Por su parte, en marzo de este año Mauritania detuvo y expulsó a 1.500 sahelianos y subsaharianos (incluyendo senegaleses residentes lo que complica las relaciones con el país con el que comparte el yacimiento de gas de Grand Tortue Ahmeyim).

Se acercaba mi vuelta y mantenía en la memoria la belleza del desierto, los antiguos ksurs de Uadane y Chingueti, los oasis de Mhaireth y Terjit, el amanecer en el vagón cargado con 80 toneladas de mineral (de las hasta 17.000 que puede transportar el llamado tren del hierro), o el orgulloso anciano local que mostraba las pinturas en el magnético paraje de Agrour Amogjar y al que seguramente no le aterraría un apagón colectivo. En estos tiempos dominados por las prescindibles redes sociales, cualquier experiencia por muy intensa que sea puede convertirse en banalidad o entertaiment. Envidiando a Denys Finch Hatton en Out of Africa o a Port y Kit Moresby en The Sheltering Sky, reitero palabras propias de no hace mucho: el viaje no puede ser un simple objeto de consumo, es siempre una experiencia de conocimiento y beneficio conjunto…y añado…debiera ser una fuente lúcida y esclarecedora de las realidades vitales que compartimos los seres humanos.

Conectando datos al bajar del avión leo las noticias de mi ciudad y región, comprobando que la máxima preocupación de mis conciudadanos ha sido el número de nazarenos y las eventualidades de la Semana Santa, o si vamos a gastar millones de presupuestos públicos para trasladar dos pasos e imágenes religiosas a Roma. En mi barrio siguen destruyendo opciones de viviendas para convertirlas en apartamentos turísticos para seguir alimentando el parque temático donde habito. El esperpento fanático e irracional me genera una extraña sensación de pérdida de conexión con mi entorno y formas de vida que considero fundamentales.

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