Mientras nos dediquemos a poner paños calientes a un problema al que no se le da la importancia ni se le reconoce la dimensión que tiene, las tensiones se seguirán acrecentando y la crispación vecinal seguirá en aumento.
Todos recordaremos la época en la que ir a desayunar a una venta o un bar de la mano de nuestros padres era uno de los acontecimientos de la semana. Fácilmente se nos viene a la mente el color y la textura de la mantequilla que se encontraba ahí, en la barra o sobre la mesa, en un gran recipiente rojo con las letras doradas. Su intenso olor adelantaba su presencia, sin duda su cualidad más destacada. Hoy día aún se encuentra en algunos establecimientos, pero ya no provoca entre nosotros los mismos sentimientos que cuando éramos niños, simplemente nos evoca recuerdos de una época cada vez más lejana y difusa.
El nombre de esa mantequilla sirve como acrónimo de la expresión más utilizada durante la última semana: Zona Acústicamente Saturada (ZAS). Estamos hablando de una medida que se utiliza en lugares donde hay tal aglomeración de locales de ocio por metro cuadrado, que impide una convivencia mínimamente normal con la actividad residencial, que también se desarrolla en los mismos metros cuadrados. Ello tiene consecuencias a la hora de conceder nuevas licencias, autorizar actividades o establecer nuevos horarios de cierre de los establecimientos. Sobre el papel todo es perfecto, parece que se intenta blindar el legítimo derecho al descanso de unos vecinos que llevan años y años y años reclamando que se implementen medidas destinadas a salvaguardar ese derecho fundamental. Pero como la mantequilla, se trata de una medida frágil y a la que es fácil hundirle un cuchillo sin apenas oposición física. Y es que la legislación sin control no sirve para nada. El problema de convivencia que existe tanto en San Pablo como en Vargas y Clavo tiene una clara solución en la aplicación de la normativa que ya existe. Y ahí reside el problema y la desconfianza: ¿Qué garantía pueden tener los vecinos, si están viendo semana tras semana que la normativa ni se cumple ni se hace cumplir? Si el control es clave para que estas medidas puedan llegar a prosperar, ¿podrán los residentes confiar en la labor de una policía local que denuncia una situación precaria en cuanto a medios humanos y materiales constantemente? Lógicamente, en un contexto de conflicto entre los sindicatos policiales y el gobierno municipal, los argumentos de unos y otros hay que cogerlos con unas pinzas de metro y medio, pero no podemos negar la escasez de presencia y control policial en esta ciudad desde hace bastante tiempo.
En el otro plato de la balanza están las otras zonas que no han sido “agraciadas” con la concesión de tal estatus. Si imaginamos y comparamos la almendra intramuros como una rebanada de pan tostado, la mantequilla que se le ha aplicado no llegaría a cubrir ni una décima parte de su superficie. Que hay poca, vale, pero que haya poca y encima esté mal repartida, eso es lo que no se puede tolerar. El entorno del Mercado sufre los mismos problemas, en la plaza del Cubo sucede exactamente lo mismo, mientras que en la plaza de las Cocheras también se dan casos de abusos, a menudo de unos locales que no tienen ni licencia para ejercer la actividad que desarrollan. ¿Dónde queda, pues, el control, dónde las garantías?
Mientras nos dediquemos a poner paños calientes a un problema al que no se le da la importancia ni se le reconoce la dimensión que tiene, las tensiones se seguirán acrecentando y la crispación vecinal seguirá en aumento. La convivencia y el respeto de los derechos tanto de los vecinos como de los locales es posible, pero el control de ese equilibrio no depende ni de unos ni de otros. Si esta medida viene a implantar ese término medio, esa mesura frágil pero posible, bienvenida sea, de lo contrario seguiremos tirándonos los trastos a la cabeza inútilmente mientras el organismo responsable de velar porque eso no suceda seguirá regodeándose en su propia incompetencia y la medida se convertirá en una pasta untosa y grasienta, como la mantequilla, que no servirá absolutamente para nada. Otra vez.


