Capilla del sanatorio de Jerez. FOTO: A.S.
Capilla del sanatorio de Jerez. FOTO: A.S.

Muere mi padre. No es coronavirus, negativo en PCR. Pero como ha estado en la planta de infecciosos, se aplica el protocolo. Más vale prevenir que curar. Lo entiendo. No puedo verlo. De hecho, no le veía desde el 8 de marzo. Cerraron las visitas en todas las residencias de España, entre ellas, la suya, la de El Lago de Arcos, en Arcos de la Frontera. Nunca podré agradecer tanto y tanto todo lo que han hecho por mi padre. Lo han tratado como si fuera su propio padre. También han conseguido con su trabajo y esfuerzo frenar el virus a la puerta de la residencia. Bravo por ellos. Han estado en mi pensamiento todo su personal en todos mis aplausos de las ocho de la tarde.

Pero mi padre tenía 92 años. Es ley de vida, sabía que tarde o temprano este momento iba a llegar. Pero no así. Ni en mis peores pesadillas. Me avisan de que ha fallecido. No puedo verle ni reconocer su cuerpo. Se lo llevan para el tanatorio de Jerez. Tampoco puedo ir. Lo incinerarán a la mayor brevedad posible. Murió sobre la una y media de la tarde. A las ocho o las nueve ya estaba incinerado. Me quedo en estado de shock. Mi padre ha muerto y no lo he sufrido. Es como si un familiar tuyo viaja en un avión que se estrella y mueren todos calcinados. Así me siento ahora.

A los pocos días, voy por las cenizas. Lo hago solo. Llego y aparco. Todo es raro. Hay un gran contenedor frigorífico para almacenar cuerpos si hubieran demasiados fallecidos. Te da un escalofrío al verlo. Llegas a la entrada y entras para recepción. Están atendiendo a una pareja. Me quedo esperando a la distancia correspondiente. Llega otro señor, se pone detrás mía, retirado. Como si estuviéramos en un supermercado esperando a la caja. Pero no. Estamos en el tanatorio. Un tanatorio que no se parece en nada al que conocemos. La pantalla de los nombres está apagada. No hay nadie, salvo el personal de oficina. Acostumbrados al ruido que siempre existe allí, el silencio lástima mis oídos. Hay que reconocerlo: los jerezanos somos muy escandalosos en un velatorio. Hablamos muy alto y nos vamos al patio. Incluso nos reímos. Pero aquello es mutismo absoluto.

La pareja termina y un señor del tanatorio les acompaña a algún sitio. Espero. A los pocos minutos les veo salir con un bolso. Paso yo. Me preguntan el nombre de mi padre, toman los datos y me piden que les acompañe al mismo sitio que la pareja anterior. Por detrás de la capilla, hay una sala con un atril donde está una carpeta con el nombre de mi padre y un bolso donde están sus cenizas en una urna. Firmo y lo recojo. Las lágrimas me ahogan. Durante unos segundos pongo el bolso a los pies del Resucitado que está en el altar de la capilla y le doy las gracias al señor del tanatorio que me atendió. Les felicito también. Educación y trato exquisito en un momento tan difícil. La custodia de las cenizas de mi padre en un lugar muy digno.

También va mi aplauso para ellos que se tragan esta parte de la situación tan desagradable que estamos viviendo. Salgo y el señor que estaba detrás mía me mira como yo miré a la pareja anterior, bajamos los ojos y no decimos nada. No hace falta. Yo sé lo que estaba pensando. En mi bolso. Él iba por otro bolso. Ese bolso que lleva dentro un número que saldrá en las estadísticas diarias en la prensa, como una macabra lotería. Un número que fue una persona. Una persona que tú amabas.

Salgo del edificio, vuelvo a pasar por el contenedor frigorífico y vuelvo a sentir el escalofrío. Me doy cuenta de que no hace ruido. No está funcionando. Ojalá no funcione nunca y lo tengan que devolver. Me monto en el coche y sujeto bien el bolso para que en una rotonda no se vuelque. Por la ventana veo a lo lejos la silueta del Hospital de Jerez. Doy las gracias a todas las personas que allí están jugándose la vida para que nadie termine donde yo estoy aparcado. Arranco el motor y se acabó todo. Así de rápido, así de triste y así de solo.

Mi abrazo a todas las personas que como yo no han podido despedir a sus familiares queridos en estas malditas fechas.

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