El Papa Francisco, durante un viaje reciente. FOTO: catholicnews
El Papa Francisco, durante un viaje reciente. FOTO: catholicnews

Nos cuentan que Jesús y sus discípulos se encontraron con una multitud muy grande de gente: eran pobres, pobres de pedir, que no tenían nada que llevarse a la boca y las palabras que Él decía, les llenaban. Jesús sintió compasión de ellos porque los veía necesitados de hambre y de alguien que les guiará, porque estaban perdidos como ovejas sin pastor. Ante la necesidad primaria, la más importante, la de comer, porque con el estómago vacío hasta el alma se resiente, Jesús decidió repartir lo poco que tenían que eran unos cuántos panes y unos cuántos peces. Muchos vieron en esto un milagro y así lo contaron. Literalmente, porque creyeron que fue un milagro matemático, multiplicación de peces y panes le llamaron.

No fue así, fue compartir, compartir entre todos lo que se tenía. Eso sí que es multiplicar. Pero lo que no nos contaron es el incidente que hubo después, cuando dos soldados hispanos del imperio romano de entonces, con sus estandartes y banderas, increparon a Jesús. Le gritaron que qué estaba haciendo. Que eso estaba mal, el darle de comer, lo indispensable a unas gentes que son pobres porque no tenían trabajo, o lo tenían y le pagaban una miseria. A los gritos de Viva Roma, mientras insultaban a los pobres y a lo menores huérfanos llamándoles menas, le dijeron a Jesús que lo que tenía que hacer era dar trabajo para todos ellos en vez de darles de comer, que así no se levantaba el imperio con parásitos a los que alimentar.

Los hispanos se enojaron mucho más cuando vieron entre la multitud a samaritanos. ¡Encima les da de comer a extranjeros! Lo decían porque los judíos no se trataban con los samaritanos y así dividían al pueblo, algo esencial para debilitar la acción de Jesús.

La gente se dispersó con el estómago lleno, y algunos de estos judíos que fueron ayudados por Jesús a quitarle el hambre, ya podían pensar con más claridad,e impresionados por los coloridos de las banderas y estandartes, pensaron que quizás, los soldados hispanos llevaran razón.

Jesús se fue entristecido. Sabía que había comenzado el camino hacia la Cruz.

Dos mil años después, el sucesor de Simón Pedro, el pescador, ha dicho que “Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos”. Puede ver la fuente pinchando este enlace.

Moraleja: Si eres católico y estás en contra del Ingreso Mínimo Vital, estás en pecado mortal y no puedes comulgar.

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