Ni a mi mayor enemigo le deseo lo mal que lo pasé (y lo paso) con la muerte de mi hermana. Sus días finales fueron con dolores horribles y con el miedo a la muerte porque estaba en sus cinco sentidos. El médico quiso hablar con un familiar y me tocó a mí. Mi madre había muerto y mi padre, ya mayor, no estaba en condiciones. Me contó el doctor que la enfermedad estaba ya terminal, irreversible, que no había nada que hacer. Que los dolores iban a ser continuos y que, además, se estaba quedando ciega. Me dijo que había dos opciones: o dejar que la naturaleza siguiera su curso o suministrarle morfina, lo que la dejaría inconsciente hasta su muerte. O sea que la dormirían y ya no hablaría nunca más con ella. También había escuchado que la morfina acelera la muerte y su proceso. Yo tenía que decidir por ella y no podía preguntarle. Le pregunté al médico: ¿Qué haría usted si fuera su hermana la que está ahí? Me dijo: "Yo le pondría la morfina". Pues así sea, le dije. Y así fue. Me la dejaron un día consciente para despedirnos. Ambos sabíamos que se iba, aunque ella no estaba en condiciones para hablar y al otro día se durmió y no se despertó más.
Yo creo que después de una experiencia como ésta, la opinión sobre la eutanasia cambia. Yo no quiero tener una muerte así, pero, sobre todo, no quiero que nadie tenga que decidir por mí. Sobre todo, por mi opinión que tiene que ser respetada, pero también por el trance de tu ser querido de tomar decisiones por ti sin saber.
Porque ese es el gran problema. Que no sabemos. Que vivimos como si no fuéramos a morir nunca. Como si la muerte fuera ajena. Como leí en Patria de Fernando Aramburu, cuánta verdad lo que dice una sentencia en uno de los accesos al cementerio de San Sebastián: “Pronto se dirá de vosotros, lo que suele ahora decirse de nosotros: ¡¡Murieron!!”
Mi hermana y yo nunca habíamos hablado de qué hacer si nos ocurriera algo así. ¡Cómo íbamos a pensar que ella iba a morir con 50 años! Eso le pasa a los demás. Ese fue nuestro error. Aprendan de esto. No cometan el mismo error que yo. Hablen con sus familiares, con sus seres queridos de qué queréis para vuestra muerte. Tanto de los cuidados paliativos como de la eutanasia o incluso, la donación de órganos. ¡Tenemos que decirlo a tiempo, cuando estamos vivos! Si no, os pasará como a mí, que vuestra decisión será dura y sin saber sobre vuestros seres queridos. O peor, que la decisión sobre vuestra propia muerte, no sea tomada correctamente por un ser querido por desconocimiento, o más aún, que la tome una comisión en la que pueden incluir, por los cambios en las políticas, a religiones tenebrosas que tengan a la agonía y el sufrimiento personal como un instrumento para ganar los cielos.
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