La tumba de Franco. FOTO: XAUXA HAKAN SVENSSON
La tumba de Franco. FOTO: XAUXA HAKAN SVENSSON

Los que trabajamos en medios de comunicación somos muy conscientes de lo que decimos y las consecuencias que puedan tener en todos sus ámbitos, desde la opinión que se cree nuestra audiencia de nosotros, de la influencia que podemos tener en ellos e incluso las consecuencias penales que puedan tener nuestra actuación. Por eso somos extremadamente cuidadosos con lo que decimos o lo que escribimos.

Pero la llegada de la expansión de las redes sociales a los teléfonos móviles hace que hoy cualquier persona, tenga conocimientos de comunicación o no, puedan tener una audiencia numerosa en los comentarios que se hagan en las redes sociales, especialmente Facebook, WhatsApp, Instagram o Twitter.

Toda opinión nuestra queda ya para siempre grabada en el ciberespacio. Todo lo que sale de nuestro móvil está ya fuera de nuestro control. Aunque borremos publicaciones, cualquier persona puede hacer una captura de pantalla de nuestras opiniones.

Así, con lo que publicamos en nuestros perfiles, con las fotos que subimos, con lo que comentamos en otros perfiles, nos vamos creando una identidad digital ante los ojos del mundo cibernético. Unos ojos que mucha gente ignora cuando discute con alguien. No son conscientes que esa discusión con otra persona están siendo vistas por muchas personas.

En estos días de campaña política, la gente se calienta en las redes e insisto, no es consciente de las consecuencias de sus opiniones. Personas que tienen un pequeño negocio y que por posicionarse, por ejemplo, en contra de la exhumación de Franco, perderán clientes que estén en contra del dictador. O viceversa.

Personas en paro que ignoran que sus comentarios apoyando, por ejemplo al independentismo catalán, desconocen que la persona que acaba de recibir su curriculum vitae está leyendo sus perfiles en internet y esa opinión puede influir en que lo contraten o no, porque quien lleva los recursos humanos es ‘españolista’. Es muy común que desde los departamentos de selección de personal se consulten en las redes sociales los perfiles de los candidatos.

Personas que acusan sin pruebas a un político de esto y lo otro y desconocen que les puede caer una querella porque no saben quién los lee.

Podría seguir poniendo una lista interminable de ejemplos. Crear tu identidad digital en internet es lo más fácil del mundo. Destruirla, no. Aunque digan que sí, es muy difícil conseguir el derecho al olvido. Prueba a poner tu nombre y apellidos en Google. Prueba a ver quiénes son los miembros de ese grupo de Facebook donde tú insultas a diestro y siniestro soltando sapos y culebras. ¿A que sorprende la gente que está ahí y te lee? ¿Que no sabías que el concejal al que has insultado te leía? ¿No imaginabas que gente que desconoces le harán llegar pantallazos de lo que publicas? Ah, ingenuo. ¿Y no te avergüenza escribir con tantas faltas de ortografías y así decirle a todo el mundo, hasta a tus empleadores, cuál es tu nivel educativo?

La libertad de expresión no es gratis. Es un derecho, que tiene sus consecuencias buenas o malas, pues tu opinión tiene un precio. Y ese valor en el mercado social lo pones tú. Tanto opinas, tanto vales.

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