El Congreso de los Diputados, durante un pleno reciente.
El Congreso de los Diputados, durante un pleno reciente.

No de coronavirus, que también algún diputado y diputada ha pasado la enfermedad. Me refiero a otra infección mucho más peligrosa: el virus del odio. Hace unos días escuchaba a un diputado decir que la crispación (mala educación y falta de respeto a la ciudadanía, le llamo yo) que se vive en los plenos parlamentarios es consecuencia del clima que hay en la calle que se traslada al Parlamento. No puede ser más falsa esa afirmación ¿Desde cuando la calle influye en el Parlamento, salvo a la hora de votar? Es al revés ese movimiento. Es desde los escaños del Parlamento donde se lanzan las proclamas de odio y se apuntan a colectivos y personas para acosarlas desde algunos medios de comunicación y desde partidos concretos.

Bien es verdad que no todos son iguales. Pero tan malo es la acción como la omisíón. Tal como también es malo provocar como caer en la provocación. El Parlamento se ha convertido en un problema para España, por si ya tuviéramos pocos. Los diputados/as y senadores/as viven en el espacio exterior, y parecen afectados por la falta de oxígeno y no respiran lo mismo que el pueblo que les vota. Nuestras preocupaciones no son las suyas. Ellos están obsesionados con el poder. Con ponerle palos en las ruedas al que trabaja. El pueblo está preocupado por no enfermar y no morirse. Está preocupado por sus puestos de trabajo. Está preocupado por la educación de sus hijos y jóvenes. Está preocupado por las pensiones y la asistencia a las personas mayores. Eso es lo que preocupa a las buenas gentes de España.

Pero nuestros políticos, no todos, es verdad, pero sí algunos muy determinados, están tan cargados de odio que son un peligro público para la estabilidad de este país. ¿No habíamos quedado en que estábamos diez días de luto por las víctimas del Covid-19? ¿Ni diez días pueden estar callados, sin insultar, amenazar, chulear, levantarse airados de los escaños y con esa mirada de ira perpetua?

A veces pienso, que es mejor estar siempre con un Gobierno en funciones. Así estamos en permanente campaña electoral donde todos son buenos. Donde con sus folletos y sobres de campaña, llegarían a nuestro buzón una mascarilla. Donde en vez de regalarnos gorras, camisetas o lavadoras por la calle, nos regalaran botes de gel hidroalcóholico o cajas de guantes con los logos de su partido.

Y que gobiernen los funcionarios, que por lo menos saben lo que tiene que hacer. Dejen a los funcionarios gobernar un tiempo y ustedes, los parlamentarios, apuntaros a un club de estos de paintball, ya saben, iros a un bosque y liarse a tiros unos con otros con balas de pintura. Iros allí a pegaros como en las películas, y cuando os desfoguéis, entonces regresen al Parlamento. Cuando estén calmados. Porque si no están calmados, no vuelvan, sólo sirven para hacer daño.

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