Una mujer, a punto de lanzarse por uno de los toboganes de Aqualand Bahía de Cádiz. FOTO: TRIPADVISOR
Una mujer, a punto de lanzarse por uno de los toboganes de Aqualand Bahía de Cádiz. FOTO: TRIPADVISOR

Domingo, 14:00 horas aproximadamente. “Papá, yo me quiero ir, yo me quiero ir”, repetía una y otra vez con la voz rota y envuelta en llanto una niña pequeña de seis años, aterrada por lo que veían sus ojos. Un violento día en Aqualand, podría llamarse la película.

Horas antes, el sábado, a las 22:00 horas, esa voz era bien distinta. “Papá, ¿tú no estás nervioso?”, le preguntaba a su padre, mientras se dirigía junto a él y a su hermana pequeña de un año a la velada multicultural celebrada en la barriada de Los Milagros en El Puerto de Santa María (maravillosa y espléndida, un ejemplo de convivencia entre varias culturas, por cierto). “No hija, ¿por qué?”, preguntaba él. “Porque mañana vamos al Aqualand”, respondía ella. Llevaba semanas deseando que llegara el domingo señalado en su calendario para pasarlo en grande con su prima y sus amigas. En sus ojos y en su risa nerviosa brotaban y bailaban la alegría y la esperanza juntas.

Pero en cuestión de segundos, todo cambió. La historia de una ilusión, se convirtió rápidamente en la historia de un atentado contra la ilusión. Un atentado que nace de la intolerancia y la falta de respeto juntas, crece por la incapacidad y la falta de habilidades sociales de varias personas de resolver un conflicto de forma civilizada y pacífica, se reproduce por la falta de previsión y de personal de seguridad en un parque acuático que debería de estar más preparado para estas posibles situaciones y que, lamentablemente, no muere en una afortunada, rápida y efectiva intervención policial. Aún permanece vivo en las pesadillas que esa misma niña pequeña reproduce durante la madrugada. El terror aún le duraba entre sudores y temblores: “Mamá, cierro los ojos y veo lo que pasó, no puedo dormir, tengo miedo”, decía su voz, de nuevo, quebrada por el llanto.

Todo parece que comenzó porque unos jóvenes, en familia, estaban fumándose un porro. Y un miembro de otra familia les llamó la atención. No sé de qué formas. Desconozco el nudo de la historia y cómo se desarrolló la primera confrontación, pero aquello derivó en una batalla campal que me recordó a las peleas de bar de los westerns o de los estadios de fútbol en la que, en esta ocasión, volaban las hamacas. Por un momento, parecía que todas las personas que masificaban el parque acuático estaban en lucha las unas con las otras, excepto las que huían despavoridas para evitar la confrontación o las que observaban con incredulidad y cierta lejanía y pasividad todavía lo que estaba pasando.

Y un agente de seguridad, uno solo, se llevaba las manos a la cabeza sin saber qué hacer o cómo mediar, y que veía como aquello “se le iba de madre”. Normal, ¿qué puede hacer un solo agente de seguridad para un parque tan grande y abarrotado de gente como estaba? Pues nada, llamar a la policía y rezar para que llegase pronto. Y eso fue lo que pasó. Pero mientras tanto, fueron minutos de pánico en la que muchas personas sufrieron terror y ansiedad. Sobre todo mayores (una acabó saliendo en camilla por desmayo) y pequeños/as.

Moraleja: “Si sabes que pueden saltar chispas, no enciendas una llama. Para prevenir una llama, es necesario un verdadero ejercicio de prevención (más seguridad en el parque, no estaría nada mal, pero también podría haber mediadores sociales). La violencia, siempre engendra más violencia, nunca es la solución a ningún problema”.

Este lamentable incidente ha copado casi todo este artículo, pero antes de que ocurriera, ya pensaba escribir uno sobre otros aspectos que no me gustaron nada del parque acuático, y que ya sólo mencionaré, como, por ejemplo, que es un lugar (como tantos otros) donde se fomentan la desigualdad y las diferencias de clases con las pulseras de “pase rápido” en las atracciones, porque esperan menos los que más dinero tienen; o que es un parque muy caro y en el que te cobran por todo, si lo comparamos con otros parques acuáticos o de atracciones andaluces o españoles. “Menos mal que en alguna ocasión hay descuentos o sorteos de entradas, si no, no habría forma de venir”, decía uno de las personas que estaban allí.

Sin más, me despido. Hace mucho tiempo que no escribía ningún artículo. Aunque la verdad, no sé si esto es un artículo, un ensayo, un relato… quizás, una miscelánea de todos estos géneros. Lo que sí espero es que las pesadillas de mi hija desaparezcan pronto. Y que el parque ponga solución a la falta de personal de seguridad o apueste por las figuras novedosas de mediadores o educadores sociales poco habituales en lugares como este.

También espero que crezcan la tolerancia, la educación en valores y las habilidades sociales en las personas. Creo que la educación lo es todo. Así que vamos a invertir más dinero en educación y se tendrá que invertir menos dinero en castigos o prisión. “Más vale prevenir, que curar”, así reza el dicho. Más cierto y sabio que cualquier religión, según mi opinión.

Jesús Graván. Tribuna libre publicada originalmente en El Puerto Actualidad

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