La plaza de Las Angustias, en Jerez, vacía durante el estado de alarma. FOTO: MANU GARCÍA
La plaza de Las Angustias, en Jerez, vacía durante el estado de alarma. FOTO: MANU GARCÍA

Es común leer durante estos días de confinamiento en redes sociales mensajes esperanzadores que abogan por una nueva realidad. Por un cambio que algunos conciben ya como un auténtico milagro. “Nada volverá a ser igual”, así han decidido nombrar a la nueva era que, como el sol, nos iluminará, abriéndose paso entre la oscuridad de nuestro tiempo. Un credo, digno de la campaña de marketing más viral, que es repetido hasta la saciedad, como si no hubiera cabida a idas que puedan cuestionar la dirección que vamos a tomar.

“Todo por la nada y nada por el todo”, o, dicho de otra forma, sigamos trabajando para construir nada a base de ilusiones, sueños y palabras. ¿Qué mundo espera tras esta crisis? ¿Uno más verde? ¿Uno donde las grandes empresas velen por sus trabajadores? ¿Un mundo en el que ya no exista la sanidad como un objeto más del mercado con el que se puedan especular? Créanme, viejos lectores, que nada de ello os esperará tras el ocaso de esta nueva enfermedad.

Y es que muchos quieren hacer el cambio sentados en su sofá. Otros esperan ser guiados por unos líderes a los que siento como incapaz y muchos otros andamos perdidos. Así, mi intención hoy es atender a los olvidados. A todos aquellos que vagamos por las nebulosas trampas que nos guían hacia el filo de un angosto acantilado que a cada paso cierra aún más las pequeñas piedras que pisamos.

Queridos, ni estas son las Crónicas de una muerte anunciada, como diría el gran Gabriel García Márquez, ni Soros prepara un nuevo orden mundial. Ya Hobbes puso en valor una locución que, con más frecuencia de la que desearía, evidencia el camino que sigue nuestra especie: Homo Homini Lupus (el hombre es lobo para el hombre). Así esta crisis volverá a ser pagada una vez más por los que más sufren. Por aquellos que se encuentran opacos, tras las oscuras sombras de la inexistencia, en los adentro de oscuros callejones, a la intemperie de las adversidades climáticas, ya sea en África, China, España o la India.

Quedan así en evidencia las palabras repetidas por nuestros ricos, famosos y políticos: “Este es un virus que no entiende de clases”. Que no entiende de clases cuando puedes confinarte en una mansión con jardín. Que no entiende de clases cuando puedes seguir llevando un trozo de pan a la boca de tus hijos sin la necesidad de trabajar. Que no entiende de clases hasta que llegas a la conclusión de que fue aquel que puede permitirse el lujo de viajar el que trajo la desgracia a los demás.

Por ello, aprovechen estos 15 días más. Reflexionen, charlen, pero sobre todo lleguen a algún lugar. Abandonen la superficialidad, sea para aceptar nuestra condena o para portar la batuta que por fin nos haga cambiar.

Carta al director de Miguel Ángel Ortega Domínguez.

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