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Allá por los años de la dictadura franquista, se intentó mantener una estricta moral nacional-católica que en el día de hoy podríamos considerar más propia del medievo que de la edad contemporánea. Entre otras cosas, por el papel que tuvo la mujer en todos los ámbitos, siendo ésta considerada dependiente por completo de la voluntad del varón. La “buena mujer” debía cumplir con unas estrictas normas de recato, estando obligada a lucir decente para el orgullo de su padre o marido.

Hace unos años leí, no sin asombro, algunos fragmentos de la circular sobre moralidad en las playas, un texto que data de 1941 y que muestra algunas de las normas que —especialmente— la mujer debía cumplir bajo el riesgo de sufrir sanciones y de que su nombre fuese expuesto de manera pública a modo de escarnio. Entre las normas más llamativas, al menos visto con los ojos de hoy, el traje de baño tenía que cubrir en su totalidad pecho y espalda, sin el más mínimo atisbo de escote, y debía contar con una falda para que la mujer no hiciese un lucimiento indebido de muslos y glúteos; el sol debía tomarse con albornoz, una soberana memez si se hace con la intención de obtener un buen bronceado, y el traje de baño solo podía llevarse durante, valga la redundancia, el baño, no se podía ir paseando por la playa con él puesto, en pos de evitar la más mínima lascivia.

Imagine usted, lectora, que acude a la playa con su grupo de amigas y acaban siendo detenidas y/o multadas por llevar puesto un bañador demasiado escueto —según los parámetros de la época—, por llevar un bikini o trikini o por hacer topless. Hoy, un hecho de semejante magnitud podría considerarse algo tragicómico y surrealista, aunque imagino que en aquellos tiempos las que no cumplieran con la normativa harían de todo menos reírse.

Volviendo a 2017, después de este pequeño repaso histórico que he tenido a bien usar como introducción, la mujer española puede elegir cómo vestir y qué enseñar o no enseñar de su fisionomía, ya sea en la playa o en el parque o en la calle; al menos en teoría, porque parece que en el presente ciertas voces críticas tienen mucho que decir sobre cómo una mujer debe vestir por su propio bien, al margen de su propia opinión. El mundial de motos del presente año ha estado acompañado de una polémica extradeportiva que ha dado que hablar a nivel local y nacional. La formación política Ganemos Jerez ha solicitado que las chicas del paraguas que año a año trabajan en el Circuito de Jerez dejen de realizar su función al considerar que éstas son denigradas, “cosificadas” y usadas como objetos sexuales.

Las chicas a las que pretenden dignificar y proteger con su controvertida propuesta han hablado a este periódico —y a otros medios de comunicación— y han afirmado que ejercen tan machista labor —según reza la proclama de Ganemos— por voluntad propia, de manera gustosa, considerando trabajar en buenas condiciones y en un entorno seguro, no siendo favorables a la solicitud de la formación política y queriendo mantener su puesto de trabajo. Esto podría haber zanjado toda polémica, pero siempre se puede rizar el rizo. Pese a sus declaraciones, a que son mujeres adultas y con formación universitaria y a que afirman que lo hacen porque les gusta, los autoproclamados abanderados del movimiento feminista defensores de la propuesta de Ganemos cuestionan sus palabras, su capacidad de raciocinio y su libertad de elección, algo que no me deja de parecer llamativo. ¿Existe una actitud más patriarcal que esa? ¿Acaso esas mujeres no están capacitadas para elegir a qué quieren dedicarse? Parece ser que no, que esas pobres diablas no saben lo que dicen, que el patriarcado opresor les obliga a querer hacer eso que les hace tanto mal y tanto les denigra. Un poco más y las llaman bobas sin juicio por no decir lo que les gustaría oír, que lo hacen por obligación y que necesitan ser salvadas. Volvemos a esos años en los que las mujeres tenían que seguir una serie de normas para ser decentes.

Considero que Ganemos Jerez ha hecho esta propuesta, en pequeña o gran parte, para llamar la atención y conseguir presencia mediática. Y ojo, conseguirlo lo han conseguido. Han presentado, sin generar indiferencia, su propuesta más ambiciosa, o al menos más conocida, hasta la fecha, crucial para los ciudadanos de Jerez de la Frontera. En esta maravillosa ciudad carecemos de problemas, o eso parece, porque la propuesta política que más ha dado que hablar en demasiado tiempo está relacionada con un evento deportivo anual que dura un fin de semana y no con el día a día de una ciudad con unos índices de desempleo meteóricos, con servicios púbicos precarios a golpe de recorte y con un sinfín de problemas que desde la política no parecen saber cómo solucionar.

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