La Corredera, en obras, sin el adoquinado, en días pasados. FOTO: MANU GARCÍA
La Corredera, en obras, sin el adoquinado, en días pasados. FOTO: MANU GARCÍA

Esto no va de adoquines, va del poder, del control político que garantiza a la postre el poder, de ganar posiciones en la permanente guerra civil en la que vive España desde hace siglos, de aprovechar cualquier oportunidad para machacar al contrario, cueste lo que cueste y sin mirar, ni de reojo, a las víctimas colaterales. 

Esto no va de adoquines, va de como, tras muchas elucubraciones, algunas personas (quizás movidas por un bienintencionado afán esteticista de la corriente “cualquier tiempo pasado fue mejor”), brindan a los que no detentan ahora el poder aquí pero sí allí, argumentos para que una obra concreta en el centro histórico la tengan que autorizar los de allí (ejerciendo el poder, siempre el poder) buscando para ello la única competencia que conservan: la demolición, y retorciendo así si es preciso la Ley de Patrimonio Histórico, el Código Civil y el mismísimo diccionario de doña María Moliner, hasta encontrar supuestos argumentos para esgrimir que remover un pavimento es demoler, obviando que, con dicho argumento, cogido con interesados alfileres finos y endebles,  igualmente tendrían que autorizar ellos por ser “demolición” renovar un asfaltado o una solería hidráulica, aunque nunca se les pasaría por la cabeza tomarse el trabajo de informar en esos casos… excepto si hubiera posibilidad de pelea.

Esto no va de adoquines, va de la sorpresiva resurrección del protagonismo de las “comisiones de patrimonio”, un órgano basado en conceptos decimonónicos (en el peor sentido de la palabra, pobre siglo XIX) antaño formadas por supuestos “expertos” en mirar por encima del hombro al resto de los mortales por no tener su sentido y su sensibilidad y que, ahora, casan muy bien con el signo de los tiempos, ya que se basan, en “opiniones” y casi nunca en “reflexiones, convirtiéndose con ello (mira por donde, quién lo iba a decir) en otra traducción institucional más de las actuaciones basadas en el “me gusta” o “me enoja” de las redes sociales. Así, en las comisiones de patrimonio, habitualmente, hay poco de sujeción a las normas y mucho de tertulia, con lo que un proyecto puede a veces cumplir escrupulosamente las normas escritas y ser rechazado por los “expertos” dándole a la tecla de “me enoja”, continuando esto así hasta que alguien no llegue hasta el fondo (vía tribunales) de la profunda arbitrariedad y falta de adecuación a los principios legales más básicos en los que hoy por hoy se basan las comisiones de patrimonio.

Esto no va de adoquines, decir que el adoquín, así en general, (algo muy propio de los que hablan desde las redes sociales), es un elemento “histórico” y “patrimonial” es como ensalzar la madera igualando las virtudes de una sillería de coro barroca y un palillo de dientes. Queda muy bien propagar bonitas leyendas (no exentas a veces de veracidad) de adoquines que viajaron como lastre en galeones de indias, o de bellos adoquines de granito rosado de origen incierto… pero estos, los de Corredera y Plaza Esteve son pobres adoquines sin pedigrí, adoquines colocados en el año 95 y provenientes, muy probablemente, de explotaciones mineras a cielo abierto de provincias cercanas seguramente con más que dudosas medidas de control ambiental. 

Esto no va de adoquines, ni de sus supuestas bondades como material, de su “flexibilidad” y “permeabilidad”, aportando con ello el agua de lluvia a los freáticos, lo que sería muy interesante si no chocara de plano con su supuesta “durabilidad” (otra de las virtudes esgrimidas por los del Frente Pro-Adoquines en contra de los del Frente Pro-Mezclas Bituminosas, vulgo asfalto), ya que para que un adoquinado sea duradero frente al tráfico pesado, hay que colocarlo sobre una solera de hormigón, con lo cual… ni es permeable ni es flexible, o las supuestas virtudes como material “amable” y “accesible” (palabras talismán del urbanismo buenista junto a “resiliencia”), cuya falta de veracidad es fácilmente comprobable usando el adoquinado con alpargatas, tacones, carros de bebé o sillas de ruedas, y no digamos circulando en bicicleta, con funestas consecuencias para la propia máquina y para la zona del cuerpo en intimo contacto con el sillín…

Por todo esto y, seguramente, por mucho más, esto no va de adoquines… va de pedradas…

Urbanistas en Acción

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