El búho, con su fallecimiento, había entrado en un terreno proscrito del interés humano.
El búho, con su fallecimiento, había entrado en un terreno proscrito del interés humano.

Hace unos meses, hasta tres búhos nivales, rara avis para estas latitudes nuestras, se dejaron ver en algunos puntos de la costa cantábrica. Ya sea por lo extraordinario de esta visita, ya sea porque el terror de la guerra en Ucrania no se había aún desatado y, por tanto, no había copado las páginas de los periódicos, los simpáticos y bellos búhos nivales, que a todos recordaban a la mascota de Harry Potter, anidaron profusamente en la prensa de nuestro país, en periódicos de diversa clase y condición.

La muerte de dos de estas rapaces, una a causa de la desnutrición y otra debida a una neumonía micótica, no ha suscitado, sin embargo, el mismo interés. Solo unos pocos diarios del norte de España y algunos aficionados a la ornitología en las redes se han hecho eco de estos sucesos. Ya se sabe lo que dijo William Maxwell Aitken: “Si un perro muerde a un hombre, no es noticia, pero si un hombre muerde a un perro…”.

Si tres fotogénicos búhos nivales se aventuran a miles de kilómetros al sur de su hogar natural para deleite de vecinos cantábricos y amantes de los pájaros de otros lugares, desde luego es noticia. Si mueren en el país de acogida por causas naturales, lo es menos. Cosa comprensible, por lo demás: miles, millones incluso, de aves y otros animales morirán en el mundo todos los días y no se les dedican oraciones fúnebres que lloren su ausencia.

Y lo mismo ocurre con los seres humanos: no hay titulares ni columnas periodísticas ni tan siquiera esquelas para cada muerto. El interés de este caso, lo que merece una reflexión, es otra cosa: el llamativo desapego de los medios hacia el final de un ave que, un puñado de días antes, había ganado su atención. El búho, con su fallecimiento, había entrado en un terreno proscrito del interés humano. No el terreno de la muerte ni el de la tragedia, que tantas veces se asoman a las páginas de los periódicos o a las pantallas de televisión, sino el del anticlímax, el del bajón. Su exotismo, su excéntrica visita, era material de primera, el tipo de noticia que despierta la curiosidad, colma el antojo y no atenta contra las creencias de un público que anhela un mundo cortado a la medida de sus expectativas. Un búho nival que llega hasta Asturias o Cantabria se merece una página en el diario; un búho nival que baja hasta Doñana se merece estar en primera plana.

¿Pero un búho que se sale de ese guion haciendo lo que siempre está en el guion, es decir, morirse…? ¡Qué bajón!

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