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Francisco José Cuevas Noa. Profesor y miembro de CNT Jerez

Respetable señor Juez:

Hace unas semanas usted ha protagonizado una operación judicial denominada Pandora, en la cual se ha detenido y encarcelado a varias personas de ideología anarquista, bajo la acusación de preparar actos de terrorismo. Con registros en las viviendas de esas personas y en ateneos libertarios, en los que se han incautado móviles, libros, agendas, ordenadores… Resultado: Siete personas (cinco mujeres y dos hombres) están pasando las fiestas navideñas en la cárcel, acusadas de ser presuntos terroristas, aunque mucha gente se pregunta qué atentados hicieron, cuántas vidas cercenaron, cuánto dolor causaron… alguna prueba real que pueda justificar que estas muchachas y muchachos pasen la Noche Vieja en Soto del Real o Estremera.

Poca gente da credibilidad a la Operación Pandora, más allá de los habituales medios de comunicación conservadores que le acompañan en el sentimiento por norma. Y mucha gente ha entendido su proceder como una avanzadilla de lo que les espera a los movimientos sociales una vez que entre en vigor la Ley Mordaza, o nueva Ley de Seguridad Ciudadana. Aunque sé que usted es un hombre muy ocupado, permítame recomendarle un libro para leer en su descanso navideño (que no sé si lo tiene). Se llama La muerte de Iván Illich, de León Tolstoi, y se publicó en 1886.

El protagonista de esta novela corta era un juez, como usted, de carrera fulgurante. Durante muchos años se dedicó a instruir procedimientos con gran destreza y su éxito profesional llegó a las más altas cotas. Pero Iván Illich no pudo prever que una grave y dolorosa enfermedad le aquejara a los 45 años de edad, y pasó unas largas semanas de agonía hasta que la muerte se lo llevó. En esos momentos, su visión del mundo cambió por completo; se arrepintió del poder que había ejercido sobre otras personas; maldijo la falsedad y el lujo del que se había rodeado; repudió una vida cómoda, pero artificial, en la que los intereses viciaban los valores más humanos. Y se vio solo, pese a toda su fortuna y poder, y en sus últimos días únicamente quiso consuelo y afecto, necesidad que cubría con humildad y sencillez su criado Guerásin, un campesino joven que se hacía cargo de sus cuidados.

No sé si usted, con sus grandes atribuciones de juez de la Audiencia Nacional, se siente poderoso. No sé si se identifica de algún modo con estas palabras del libro: “Pero ahora, como juez de instrucción, Iván Ilich veía que todas esas personas -todas ellas sin excepción-, incluso las más importantes y engreídas, estaban en sus manos, y que con sólo escribir unas palabras en una hoja de papel con cierto membrete, tal o cual individuo sería conducido ante él en calidad de acusado o de testigo”.

Sólo un papel con unas letras bastan para que ante usted, o ante su secretario, desfile cualquier sujeto, y vea embargada su libertad el tiempo que usted estime conveniente. ¿Es usted consciente del poder que tiene?, ¿su cabeza reposa tranquila sobre la almohada al saber que puede fastidiar tanto la vida de esas personas? No sé si usted, en su conciencia, se hace preguntas humanas y profundas. Como las que se hacía Iván Illich en el final de sus días, que iban en la dirección de entender que el poder es fatuo y vano, y que sólo el amor y la fraternidad merecen la pena en esta vida. Que en los últimos días de hálito, uno o una se retuerce de dolor y se caga encima, y que entonces las togas, las moquetas, los trajes de chaqueta, los despachos, las residencias de verano… sirven de poco. Lo único que reconforta es la compañía de gente querida, de personas que no hayan perdido su capacidad de amar y que no se muevan por interés; de personas que quieran atender las necesidades más básicas y delicadas de quien está ya débil. Eso, señor Bermúdez, tiene mucho que ver con lo que las anarquistas llamamos el Apoyo Mutuo.

Usted acusa a las personas detenidas y encarceladas en la Operación Pandora de haber creado una organización terrorista anarquista. Pero hasta ahora, los individuos enchironados se han caracterizado por todo lo contrario: dedicar sus esfuerzos a que la gente débil se organice, aprenda, se cultive y no vean pisoteados sus derechos y necesidades. A promover el Apoyo Mutuo. Usted señala con su dedo a anarquistas que supuestamente pretendían destruir vidas; pero precisamente el anarquismo quiere lo contrario: amar la vida, tejiendo la red de la fraternidad entre la gente sin poder. Un buen ejemplo de ello fue, precisamente, León Tolstoi, que era también ácrata.

Dedicó los últimos años de su vida a la educación de la infancia en libertad, donó su producción literaria a la humanidad, repartió sus tierras entre los campesinos, ayudó a los perseguidos por el régimen del Zar, y promovió la autogestión y el cooperativismo. Y acabó muriendo en una estación abandonada de la Rusia rural, pobre y vestido de campesino, despojado de toda riqueza y poder, pero reconfortado consigo mismo. No le molesto más, simplemente le pido que lea a Tolstoi, que tiene mucho de bueno, y que tome nota de sus enseñanzas. Libere a esas muchachas y muchachos presas, y así también estará usted liberando su conciencia.

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