A la deriva sobre unas corbetas

Lo siento, no puedo estar de acuerdo con el contenido de la movilización de los trabajadores de Navantia sobre el tema de las corbetas.

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Lo siento, no puedo estar de acuerdo con el contenido de la movilización de los trabajadores de Navantia sobre el tema de las corbetas. Uno no es nadie desde luego para dar lecciones a nadie y tiene muchos y buenos amigos en Navantia y en los sindicatos. Pero la deriva sindical y de una parte de la izquierda política en este tema a mi modesto modo de ver es lamentable y se me permitirá supongo que la exprese argumentadamente.

Contextualicemos. Según la noticia publicada en mayo por el diario El País, España vendió armas el año pasado por un valor de 4.346,7 millones de euros, un 7,3% más que en 2016, que había sido ya una cifra histórica. Según este diario, sin tener en cuenta los países de la UE y de la OTAN, que acaparan más del 72% del negocio, Arabia Saudí es el primer cliente de la industria armamentística española. El año pasado los saudíes nos compraron material bélico por 270,2 millones de euros, lo que representa un 133% más que el en 2016.

Pero aparte de eso, nada está claro. Porque el mercado de armas es de todo menos transparente, como denuncia reiteradamente la Campaña Armas Bajo Control, sobre todo cuando se dirige a países donde los derechos humanos no es que sean violentados, es que ni siquiera son aceptados retóricamente, como el caso de Arabia Saudí; o cuando se dirigen a países en conflicto, también como Arabia Saudí y su intervención militar contra uno de los bandos en Yemen.

Este último conflicto ha provocado más de 15.000 víctimas civiles. En el mismo Arabia Saudí y sus aliados están cometiendo espeluznantes crímenes de guerra, como ha denunciado Amnistía Internacional. Amén del uso de la represión interna y la vulneración sistemática de los derechos humanos.

Como acertadamente decía Fernando Berlín, las armas que se venden no son para que se intercambien regalos entre las tribus; son para matar. Y Arabia Saudí mata con ellas ferozmente y sin límites de ningún tipo, como se demostró en la matanza de Saada a comienzos de agosto en la que murieron 40 niños en un autobús escolar. Total, 2.400 niños muertos desde que comenzó la guerra contra los chiitas yemeníes. Con armas españolas.

Contextualizado queda. ¿De verdad basta con decir que nosotros fabricamos las armas, en este caso las corbetas, pero no somos responsables del uso que van a hacer de ellas? ¿De verdad la defensa de los puestos de trabajo justifica cualquier encargo por encima de toda moral? ¿Es que no hay otra alternativa de trabajo? ¿De verdad?

Reconozcamos que la capacidad de decidir sobre las cargas de trabajo no reside en la gente trabajadora. Pero sí es suya la de movilizarse con unos contenidos y unas reivindicaciones u otras, exigiendo corbetas al precio que sea o exigiendo diversificación y alternativas.

Quizás para muchos de los trabajadores sea un chantaje que expresivamente el alcalde de Cádiz ha resumido como la alternativa entre elegir entre plato de lentejas, vía corbetas, o purismo pacifista. O el coordinador de IU, hace meses: “Cádiz no mata, fabrica barcos”. O CCOO, que viene a señalar que “este contrato es un elemento estratégico para el mantenimiento del empleo”, al igual que UGT. ¿Todo ello a cualquier precio?

Porque ese cualquier precio, ese fabricar armas sin mirar para quien, está llevando a las organizaciones políticas y sindicales, y a los propios trabajadores, a tragar con otra vuelta de tuerca: como hay que defender las corbetas, que no se le ocurra al Gobierno ni siquiera plantearse acabar o reducir la venta de armas a la dictadura teocrática saudí. Se empleen donde se empleen y maten a quienes maten. Lo ha escrito impecablemente el editorial del grupo Joly: “Una enorme equivocación”, refiriéndose a la suspensión de la venta de 400 bombas Arabia.

Aceptar este planteamiento, para las gentes de izquierda, para el movimiento obrero, no es ya un dilema ético, ni siquiera una alternativa endiablada… es, con todo el respeto, una verdadera degradación moral. Y dicho esto, las gentes de Cádiz también se merecen un voto de confianza. Ante los temibles presagios de la pérdida de “esa” carga de trabajo, nadie debería negarles a las trabajadoras y trabajadores el reconocimiento a su capacidad para levantarse tras el disgusto de verse como tantas otras veces; buscando la forma de esquivar la penuria a base de remiendos y ollas compartidas, pero con la dignidad intacta y la solidaridad hinchada.

Recordando que en Cádiz una vez también cayeron bombas y dolieron hasta sus cimientos. Sabiendo que una guerra tremenda como la de Yemen no tiene comparación con el desempleo, pero que hasta de la guerra y del desempleo se sale. No. La venta de armas a países en conflicto debiera estar estrictamente prohibida y nuestro país descartarla sin dilación.

Al tiempo, luchar por carga de trabajo, desde luego, pero sobre todo luchar por acabar con esa dependencia de las armas, luchas por diversificar la producción de Navantia porque no es normal que todo este tramposo y endiablado contrato (que por cierto no sólo alcanza a la venta de corbetas, sino que va acompañado de todo un programa de colaboración bélica con este gobierno autocrático, que pasa por la creación de una compañía conjunta, Industria Militares de Arabia Saudí, la remodelación del puerto de Yeda, el mantenimiento de los buques y la instrucción de los marinos saudíes en San Fernando) se presente como si no hubiera otras alternativas. Y las hay, como planteábamos Ecologistas en Acción y la APDHA en un comunicado emitido en abril.

De esta forma, se decía en ese comunicado, “contribuiríamos a desarrollar una cultura de paz, resolveríamos déficits ambientales importantes y ofreceríamos un buen puñado de puestos de trabajo para hacer sostenible a la construcción naval y conseguir descender las escandalosas cifras de paro que padece nuestra población”. Ya que de seguir así acabaremos por venderlo todo, quedando tan desposeídos que al final solo seamos una pieza insignificante del tablero sobre la que otros tiren bombas fabricadas por otro pueblo también hambriento.

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