Buscando el tesoro

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

'Paisaje apocalíptico' (1913), de Ludwig Meidner.
'Paisaje apocalíptico' (1913), de Ludwig Meidner.

Sentimientos. Muy pocos hablan con naturalidad sobre ellos. En cuanto uno teoriza un poco ya califica para poetucho, pseudo-terapeuta, gurú de la Nueva Era o peor, "intensito". Y sin embargo, aunque no todo en la vida son sentimientos, lo que solemos hacer lo hacemos para obtener unos, para disipar otros. No se hace nada sin pasión, aunque en ocasiones lo que parece más apasionado es lo que se fabricó con más frialdad. Porque si hablo del amor, diga lo que diga, ¡cuántos corazones indispuestos no creerán encontrar en mis vacías palabras un correlato desesperado a su fiebre! En cambio, cuando en el estudio más académico encontramos un dato curioso entre signos de exclamación, ¡qué momento mágico de electrizante descubrimiento no encierra ese sencillo recurso tipográfico!

No hablemos del amor, la pasión, el gusto... Nuestro hogar está poblado de sentimientos. Nuestros ideales también lo son. La historia de la filosofía es una historia de emociones justificadas.  Sobre los tejados, dentro de un libro empolvado, tras un tachón en la pared, se esconden: sentimientos pasados que dieron forma al mundo, sentimientos presentes que lo preservan, sentimientos de esperanza que se baten contra él...

Y cómo influyen sobre actitudes y posturas que suponemos fruto exclusivo del raciocinio y de la experiencia. Nos gusta pensar, por ejemplo, que somos radicalmente distintos de nuestros enemigos, y no que dedicamos el tiempo y nuestras energías a las mismas actividades. Sin embargo, cuando ellos se sientan al ordenador para manifestarse a favor aquella causa, nosotros estamos, al otro extremo de la Telaraña, haciéndolo en contra. Las lágrimas que derramamos hablando del veganismo son tan saladas como las que ellos derraman gozando de José Tomás. La forma varía, el contenido es el mismo y el continente se llama corazón.

Permítaseme proponer un ejercicio de corrección visual. Consiste dar un paseo tratado de imaginar el impulso emocional que generó cada una de las cosas que vemos (nidos u hormigueros aparte). El orgullo de aquella bandera, la avaricia inmobiliaria de esos bloques de pisos, la ilusión caritativa en aquella ambulancia, la presunción de aquel peinado, o, incluso, los desvelos de Edison (o Tesla, a elección) detrás de cada farola. No hay que intentar descubrirlos todos (son infinitos); basta con captar un relámpago de la miríada de pasiones y voliciones. Se vuelve a casa fatigado y vacío, vacío en el mejor sentido de la palabra.

Eso si este mundo, el propio mundo, no lo creó una soledad insoportable...

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