¡Que vienen los moros!

Si los abascalianos quieren continuar mintiendo para desacreditar la figura de Blas Infante, allá ellos

El presidente de Vox, Santiago Abascal.
El presidente de Vox, Santiago Abascal.

La aversión a “los moros”, una forma más de racismo, procede del hecho de haber llamado “moriscos” a la población autóctona después de la conquista castellano-leonesa y catalano-aragonesa y de haber ordenado la expulsión de grandes masas de población, acusadas falsamente de enviar señales al turco para que la península fuera invadida. Sin embargo, no saben los abascalianos que entre los expulsados y los exiliados el mayor porcentaje con diferencia eran cristianos. Y lo prueba la Biblioteca de Tombuctú, dónde entre los libros llevados por los andaluces exiliados se encuentran la Biblia y obras de Santa Teresa de Jesús o de Fray Luis de León.

Los abascalianos ignoran muchas cosas como resultado de un racismo fanático, tan irracional como el de aquellos que creyeron la propaganda oficial dictada por Alfonso III, un rey analfabeto, quien inventó que la península fue invadida por un gran ejército musulmán y ellos luchaban denodadamente por “expulsarlos de Hispania”. Sin embargo, también ignoran —con lo poco que cuesta informarse— que las únicas monedas halladas con la inscripción “Rex Hispaniae” o “Rex Hispaniorum” corresponden a Califas. Es que solo un fanatismo ciego puede defender que “los invasores” fueron expulsados después de ochocientos años (Si hubiera sido así, sería fácil entenderlo: estarían muy ancianitos).

La llegada a Iberia de “lo árabe” fue un acuerdo de la población autóctona, harta de la opresión dictatorial y sanguinaria visigoda, con el naciente Califato de Damasco. Fue un acto de liberación. Por eso, aunque los norteafricanos que entraron fueron poquísimos (no más de 300 de a caballo), el cambio de forma de gobierno (llamado “conquista” por la reacción castellano-leonesa) fue tan rápido. El problema es que la historia que se estudia es procedente de la mandada escribir por Alfonso III. Sin embargo, las relaciones de amistad entre ambas orillas del estrecho son muy anteriores a este hecho, relaciones que lo facilitaron precisamente por su condición de amistad antigua. Las posteriores guerras del norte contra el sur de la península, amalgamadas por la propaganda oficialista con el nombre genérico y equívoco de “reconquista” han creado una idea equívoca aceptada por el interés de unos y la falta de información de muchos.

Las relaciones entre ambas orillas empieza con la peregrinación de los curetes. Salidos del territorio de la actual Andalucía hace miles de años, recorrieron todo el norte de África en sentido oeste-este, hasta el límite de Egipto, o el santuario de Shiwa. Es posible que las tormentas del desierto, capaces de enterrar entero un ejército numeroso, o la resistencia de los egipcios, ya un imperio consolidado, hicieran desistir a una población pacífica que buscaba un espacio dónde instalarse, por lo que tuvieron que volverse. Es fácil imaginar que entre la ida y la vuelta, sin ruedas y sin cascos en los caballos, el camino durara muy bien mil años, por lo que volvieron los descendientes de los que habían salido, quienes fueron llamados “íberos” (los de la otra orilla”, “los del lado de enfrente”) por los que aún habitaban el territorio del que habían salido sus antepasados.

Este es solo el primer encuentro, hubo otros, entre ellos el de los exiliados, refugiados en las actuales Marruecos, Argelia y Túnez y una prolongada etapa de administración conjunta durante el Imperio romano. La ruptura sólo fue unilateral, partía desde la parte castellana, dónde se inventaron historias como la posibilidad de “una nueva invasión”. Ello ha alimentado hasta hoy el rechazo a “lo moro”, con tal ignorancia que se confunde como un todo, lo propiamente moro (mauri, de Mauritania tingitana), egipcio, árabe (de Arabia), sirio, o sarraceno (de la Arabia Feliz, hoy Yemen). La ignorancia sigue alimentando la animadversión del norte del estrecho hacia el sur, sin más causa ni motivo que una historia falseada y manipulada.

Blas Infante descubrió los lazos culturales que enlazaban a ambas zonas y quiso conocer el lugar donde descansan los reyes andalusíes exiliados. Se trata de una cuestión cultural, científica, anímica, pero no religiosa, igual que la chilaba o el traje no presuponen religiones, sino formas de cultura. Ahora, algún grupo pro-islámico reivindica la figura de Blas Infante como propia sin más argumento que haberse vestido una chilaba en su visita a la tumba de al Mutamid, mientras otros grupos igualmente desinformados pero mucho más fanáticos, por lo tanto, más peligrosos, lo rechazan por la misma razón. En ambos casos ocurre por fanatismo político-religioso y por ausencia del deseo de informarse. Blas Infante está en sus libros, dónde propone un andalucismo humano y un nivel de justicia social necesario para el bienestar y la concordia de los pueblos. Blas Infante responde a un principio anterior a él: otros “istmos”, como el fanatismo, son violentos, pero el andalucismo es pacífico.

Si los abascalianos quieren continuar mintiendo para desacreditar la figura de Blas Infante, allá ellos. Pero deben saber que la verdad siempre prevalece en estos casos y que el andalucismo progresista y pacífico que él defendió ya había dado pruebas de su existencia cuando nació. Pero esto ya es materia para otro u otros artículos.

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