Quema de una bandera española en Cataluña, tiempo atrás. FOTO: RTVE
Quema de una bandera española en Cataluña, tiempo atrás. FOTO: RTVE

Anatemizan con el epíteto. Ahorran cientos de exabruptos resumidos en una sola palabra con significado múltiple. Los maestros del lenguaje lo mismo lanzan un órdago a la RAE con la intención de imponer una expresión, que bautizan hechos y posiciones a mayor gloria de su incultura léxica y política. Mal van las cosas cuando mandan los sargentos. En el Estado español, ni sargentos. Y no es un desprecio a los sargentos, ni a los cabos, es que debe suponerse motivación a los ascensos y respeto al escalafón. Los gobernantes que ha sufrido el Estado después de Suárez, no han tenido más nivel que el de su autoritarismo hacia la mayoría mientras se han plegado a la oligarquía. A la oligarquía y a sus respectivos compromisos extraestatales.

Seguramente buscando la razón que no les asiste, han abusado de la definición convertida en defi-neción y todo cuanto se salía de su estrechez mental y su comportamiento totalitario ha sido calificado de antisistema. Lo sería si se consideran a sí mismos el sistema, consideración sólo propia de un arrogante fundamentalismo megalómano con y sin bigote. El sistema es el comportamiento; la forma de gobernar puede ser el régimen y entonces es deplorable. Por eso no puede haber antisistema, sólo antimétodo o antirégimen. Pero en la medida en que lo reprobable es el régimen, el antirégimen es beneficioso y necesario. El anti régimen es depurador, elevador de conciencias y despertador de consciencias. El antisistema, si existe, puede ser negativo o positivo, depende del sistema. El antirégimen es la limpieza del sistema. En definitiva, en tanto el gobernante se considere a sí mismo el sistema, está queriendo liderar un sistema totalitario. Un régimen.

Son los regímenes, los creadores de régimen, quienes crean y fomentan el antisistema. Por ejemplo, están bien los impuestos cuando están bien, cuando son justos, equitativos, proporcionados y se utilizan con Justicia. Cuando sólo sirven para «trincar» y repartirlos a quienes más tienen, entonces son lo contrario de un sistema justo. Cuando el sistema se dedica a complicar la vida al ciudadano con normas y métodos absurdos ó perjudiciales, se está imponiendo un sistema injusto. Cuando las leyes sirven para obligar a agachar la cabeza, para imponer voluntades contrarias a la voluntad y a las necesidades mayoritarias, se está imponiendo un sistema injusto. Eso es un régimen, una forma de gobierno hecha a la medida, al capricho del gobernante. Una forma de gobierno donde predomina la arbitrariedad y no tiene en cuenta a la ciudadanía, se define y se coloca contra la ciudadanía. Entonces lo que ellos, en actitud de imposible defensa llaman antisistema constituirá la forma noble, justa, precisa, necesaria de comportamiento.

Exigir Justicia social, protección jurídica y policial, desarrollo económico, sería antisistema en la medida en que el sistema estuviera basado en la injusticia y en la arbitrariedad. Cuando Hacienda, la Diputación, el Ayuntamiento y ni se sabe cuántos organismos más, pueden literalmente meter la mano en el bolsillo del ciudadano y susllevarse el dinero de la luz, del agua, de la hipoteca o el alquiler, de la comida, están laborando contra la ciudadanía (y cuando una vez comprobada la ilegalidad de cogerlo, se resisten a devolverlo, peor). Si eso fuera el sistema, lo más lógico, lo más justo, sería ser antisistema. Si el sistema fuera utilizar a la policía para callar reclamaciones, favorecer a los grandes capitales y a los grandes grupos empresariales contra el interés de la mayoría, lo más lógico, lo más justo y lo más honrado sería ser antisistema.

Por eso mismo también sería justo, lógico, inteligente y honrado, no provocar más antisistema.

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