Pasado. Año 1542
Francisco de Orellana partió de Guayaquil buscando el legendario "país de la canela". Aunque no lo encontraron, 20 meses después, él y 45 de sus hombres, el 26 de agosto de 1542, se convertían en los primeros europeos en navegar por completo el río más grande del planeta, el Amazonas.
Presente. Año 2025
Casi 500 años después, soy la primera mujer viajando sola en documentar la ruta completa de Francisco de Orellana, en el descubrimiento del Amazonas.
Lo conseguí
6.000 kilómetros a través de cuarto países: Ecuador, Perú, Colombia, Brasil. Del Pacífico al Atlántico. De los 2.800 metros en la cordillera de los Andes hasta el nivel del mar. De Guayaquil a Belém. De quien era a quien soy.
No para demostrar nada, sino para comprender todo. No solo para mí, sino para todas las que vengan después. No para imponer mi historia, sino para inspirar las de otras. No para buscar riquezas y especias, sino para descubrir la verdad del Amazonas.
Porque si yo puedo hacerlo y contarlo tú también puedes.

¿Han existido otras mujeres que lo hicieron? Probablemente. Mujeres indígenas que conocen cada curva del río. Viajeras anónimas que nunca contaron su historia. Aventureras cuyas hazañas murieron con ellas.
Pero lo que no se documenta, desaparece, se borra de la historia. Y eso cambia hoy.
Más de 3 semanas navegando en diferentes embarcaciones que se convirtieron en mi hogar: desde canoas, pasando por lanchas destartaladas hasta barcos regionales.
Los miedos que casi me detienen
Antes de partir, mi cabeza era un infierno de terrores: anacondas, piratas, mosquitos, caimanes, narcos, pirañas, secuestros, murciélagos vampiro…
Estuve a punto de abandonar. Me apunté a clases de defensa personal. Me puse todo tipo de vacunas. Dejé mis cuentas al día. Casi me quedo en casa; segura, cómoda, "sensata".

Porque internet me aterrorizaba. Porque la gente me advertía. Porque mi propia mente fabricaba escenarios apocalípticos.
Pero descubrí algo brutal: la mayoría de tus miedos solo existen en tu cabeza. El único peligro real era no venir.
Lo que el río me enseñó
Que el tiempo se para. No existen los días ni las semanas: solo amaneceres y atardeceres. El río es hipnótico. Eterno. Salvaje y sereno a la vez.
El río no juzga. No tiene prisa. Simplemente fluye. Y te enseña a hacer lo mismo. Algunos días triste, otros eufórica, algunos ausente... Es difícil gestionar tantos picos de sensaciones.
Hasta que mi buen amigo me dijo: "Recuerda, es el río de la desolación. Es un río con memoria". Y ahora entiendo sus palabras. Ese peso se siente en el aire, en los silencios, en las pesadillas sin aviso.

Cuando planeas un viaje así, crees que va de geografía. De aventura. De tachar algo épico de una lista. Pero me equivoqué. "Va de las versiones de mí que he dejado en cada puerto. Y de las partes de mí que el río se llevó, las que ya no necesitaba".
Y cuando regrese a casa, algo mío siempre seguirá navegando esas aguas.
Lo que viví en el río
Dormí en hamacas hacinadas entre desconocidos que se volvieron vecinos. Me bañé con delfines rosados. Pesqué pirañas con caimanes de testigos. Visité comunidades indígenas que me abrieron sus casas sin conocerme.
Anduve entre ratas en puertos olvidados. Comí en salas de máquinas rodeada de motores. Sentí miedo cuando subía la policía antinarcóticos. Soporté calor infernal y frío de la selva. Me duché en menos de un metro cuadrado con agua del Amazonas.
Cambié monedas, horarios, idiomas y culturas en cuestión de segundos. Lloré de emoción mirando el río.
Qué le diría a Orellana
Que se convirtió en mi mejor confidente de esta odisea. Que estoy convencida que él también tuvo miedo. Y que aprendí una lección brutal: "No necesitas ser valiente 24 horas. Solo necesitas seguir remando".
La incertidumbre es lo que más miedo da: no saber si habrá barcos, dónde llegarán, si comeré, dónde dormiré pero esas incógnitas son las que hacen que la experiencia valga cada segundo.
Para ti que estás leyendo
Si hay algo que te paraliza de miedo, algo que parece imposible, hazlo. No porque tengas todas las respuestas. No porque te sientas preparada, sino porque la única forma de saber si puedes, es lanzándote.
Orellana no sabía si llegaría vivo. Yo tampoco. Pero ambos subimos al barco. Y esa decisión lo cambió todo.
Gracias
Gracias, Amazonas, por transformarme. Gracias, río, por enseñarme a fluir. Gracias a cada persona que siguió esta locura. Gracias a la parte de mí que dijo que sí.
Porque esto no fue solo un viaje por el río más poderoso del mundo. Fue el viaje hacia la versión de mí que siempre estuvo esperando.



