El chantaje, arma política

La amnistía es un mecanismo en manos del Ejecutivo, dónde ningún otro poder del Estado tiene la menor capacidad de decisión

Carles Puigdemont, en una foto cuando era presidente de la Generalitat.
Carles Puigdemont, en una foto cuando era presidente de la Generalitat.

Quienes hemos avisado con bastante antelación que los, en apariencia más recalcitrantes partidos por la independencia sólo amagaban, que pedían la Luna para poder elevarse un poco sobre el suelo, debemos recordar que el gobierno central y centralista, con la ayuda de las fuerzas reaccionarias y la judicatura, se hayan opuesto a algo tan simple como un referéndum, porque han hecho crecer el independentismo y las simpatías de muchos sectores.

En aquel momento sabíamos que los partidos catalanes engañaban a su pueblo, porque no perseguían la independencia. ¿Para qué la quieren?, si con un concierto similar al vasco pueden salir ganando, si en definitiva, lo que buscan es reventar la democracia colocándose en situación preponderante. Ahora reclaman amnistía para evitar nuevas elecciones. Nueva presión, nuevo antidemocrático chantaje. No puede haber paz ni acuerdo de ningún tipo mientras persista el chantaje por una parte y por otra la intransigencia más inquisitorial. 

La amnistía es un mecanismo en manos del Ejecutivo, dónde ningún otro poder del Estado tiene la menor capacidad de decisión. Conceder amnistía justamente ahora, está claro que tiene más de conveniencia que de convivencia, pero en política todo es conveniencia y en ocasiones muy poco de convivencia. No lo fue para la megalomanía y prepotencia pseudo socialista durante la mayoría absoluta de González que por fin se descubren, él y sus “barones” como verdaderos seguidores de Abascal, confirmado por la CIA, que de esto sabe tela. Pero ya no son nadie ni en el gobierno ni en el partido.

No pueden presumir siquiera del “prestigio adquirido”, porque eso lo perdieron durante su mandato y lo remataron cuando demostraron sobradamente haber ocupado un espacio que no les correspondía, sólo para impedir que ese espacio lo pudiera ocupar algún partido realmente socialista. Ahora se rebrincan cuando se produce alguna mínima “desviación” hacia lo social, aunque fuera forzado por sus socios de gobierno..

Los chantajes pueden volverse en contra. Si la condición exigida obliga a celebrar nuevas elecciones, tanto pueden resultar favorables a “unos” como a “otros”, con la posibilidad incluso, si ganaran las derechas, de terminar con Puigdemont y los suyos en la cárcel. Más vale que se lo piensen, no está claro que convenga enrocarse en el chantaje ni a ellos ni a la derecha absolutista, del mismo modo que la eventualidad de concederles amnistía no presupone en absoluto permitir el referéndum, ni tampoco el referéndum garantiza de ninguna manera ningún tipo de independencia, un referéndum solamente es una consulta y tanto puede ser favorable a una posición como a la contraria.

Importante es tener en cuenta que una posible concesión de amnistía a cualquiera que sea merecedor, no contradice la sentencia correspondiente, pues su único objeto es suprimir el castigo. La Constitución por más que ciertos juristas y sobre todo no juristas la pongan de pretexto, no dice absolutamente nada de la posibilidad de que el Gobierno decida conceder amnistía o no lo decida. Así que más vale ser rigurosos y no seguir utilizando la Ley Máxima a conveniencia de cada cual, pues está resultando que la conveniencia no es solamente un arma política, también la están utilizando ciertos juristas, políticos, dirigentes caducados y actuales, tertulianos y otros, e ignoran —convenientemente a su interés— que el propio Rajoy y el PP ya contemplaron la posibilidad de concederla en octubre de 2017 y está publicado en portada de ABC de ese mismo día.

Jugar con la Constitución, utilizarla a conveniencia no es una buena costumbre, que así va a los españoles, con tantas constituciones pasadas por el forro. Las constituciones siempre son susceptibles de mejoras, esto es, de reforma, o de renovación completa. Pero se hacen para respetarlas y que respetarla contempla también la posibilidad de reformarla o cambiarla. No lo es aferrarse a ella y al mismo tiempo negarse a su posible reforma.

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