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Me cruzaba con él cada tarde. Lo veía casi siempre en animada charla, convertido en ilustre anfitrión de tertulias en alguno de los veladores de la Plaza del Cabildo. A la orilla del Guadalquivir Dani Güiza encontró el sosiego y la templanza. Atrás quedó el Güiza pendenciero, aquel astro venido a menos cuyo nombre sonaba con sorna en los programas de la prensa del corazón y cada vez con menos fuerza en el panorama de la élite futbolística. Nadie reparaba ya en aquel jugador de primer nivel que alcanzara la gloria en la Eurocopa de 2008 con el combinado nacional de Luis Aragonés.

Nadie pensaba que años más tarde Güiza vestiría la  elástica amarilla. El jerezano se ofreció y Manuel Vizcaino apostó al todo o la nada. Era un  as en la manga para recuperar a una afición deprimida, casi una jugada de marketing con la que atraer al planeta fútbol hacia la tacita de plata. En una tórrido mediodía de verano Guiza se enfunda la camiseta del Cádiz cf en un acto en el que algunos le mostraron su repulsa. Se le achacaba su supuesto “anticadismo”, su pasado ominoso y muchos guardaban en la memoria aquella imagen; la de un joven Guiza mostrando una inusitada alegria en aquella funesta jornada de Getafe en la que el Cádiz cf perdiera la máxima categoría.

Pero Güiza llegó, vio y jugó. Pronto los pitos se tornaron en palmas en las gradas del Carranza. Pronto llegaron los goles pero sobre todo el compromiso y el esfuerzo. A su innegable talento, Güiza lo dotó de amplias dosis de pundonor y trabajo. El idilio quedó sellado para siempre en aquella feliz jornada del ascenso  en el Rico Pérez de Alicante. El jerezano aprovechando el resbalón de un contrario encara la portería y cruza el balón al fondo de la red. Lo hizo con una facilidad pasmosa, con la clase de los grandes, con la templanza de un jugador de  elite. El mejor Güiza renació  en el mejor de los momentos. Cádiz estallaba de alegría y nuestro hombre sería el alma mater de aquella fiesta , de aquel ascenso , de aquella gesta deportiva.

En la temporada que acaba de finalizar la figura del jerezano queda relegada a un segundo plano. A penas si logra sumar unos minutos pero aún así hace alarde de su enorme clase; en Lugo participa con un genial taconazo en la consecución de la victoria cadista y en Elche voltea el marcador en apenas diez minutos. Son triunfos por bulerías , victorias en las que el jerezano es determinante por clase y por calidad. Junto a ello, Dani aportaba a la plantilla su veteranía aconsejando a los más jóvenes y alegrando en los peores momentos a un vestuario en el que era un elemento imprescindible.

Guiza se nos va y lo hace por la puerta grande, por el arco del triunfo del cadismo. Se va entre aplausos y seguro del cariño eterno de una ciudad y de una afición. A las orillas del Guadalquivir Güiza encontró el sosiego y siempre recordaremos aquellos goles y aquellos taconazos por bulerías, su desgarbada figura, sus hechuras de futbolista grande, de gran pelotero, de figura. El jerezano forma ya parte de la historia sentimental del cadismo y se ha ganado por derecho propio un lugar en el olimpo de los dioses cadistas.

Gracias por todo, Dani. Toda la suerte del mundo

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