El bufón rey

Estos días, en los que la España más pacata y conservadora se ha vanagloriado de la visita del ex rey fugado, me pregunto si hemos vuelto a la patria que retrató don Diego

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

El rey emérito, Juan Carlos I.
El rey emérito, Juan Carlos I.

Entre 1636 y 1645, el genial Diego Velázquez realizó una serie de óleos majestuosos sobre la figura del bufón. Don Sebastián de Morra o “El Primo”, “El niño de Vallecas”, Don Antonio el Inglés, Barbarroja, el bufón calabacillas… son algunos de aquellos personajes de la corte de Felipe IV que retrató el maestro sevillano. En los bufones de Velázquez quedó magistralmente apresado el aspecto, por lo general grotesco, de aquellos hombrecillos que allá por la Edad Media y la Moderna se encargaban de divertir a los reyes con sus historias graciosas, sus movimientos torpes y sus payasadas. El Museo del Prado, en Madrid, exhibe esta portentosa serie de obras sobre unos peculiares funcionarios de la corona a los que el maestro Velázquez retrató repletos de dignidad. La misma dignidad que sus pinceles le concedieron a filósofos, a dioses mitológicos y a los mismísimos miembros de la realeza. Velázquez preconizaba así el romanticismo y brindaba a la sociedad un espejo de decadencia y desigualdad aberrante, las de la España del XVII. 

La maestría del pintor sevillano —a quien, no en vano, Dalí consideraba el más grande que jamás había existido— sabía de pocos prejuicios. De hecho, en sus Meninas pudimos contemplar de nuevo a nobles y plebeyos retratados por igual. Resulta llamativo cómo, casi cuatro siglos después, seguimos viendo y viviendo distinciones repugnantes entre los de sangre azul y los mortales comunes. Como si Velázquez no nos hubiera enseñado nada, como si algunos siguieran encontrando diferencias entre el bufón y el rey. Por más que los borbones se empeñen en fusionar ambas figuras.

Estos días, en los que la España más pacata y conservadora se ha vanagloriado de la visita del ex rey fugado, me pregunto si hemos vuelto a la patria que retrató don Diego. Cuando he visto a ciudadanos a los que él mismo robó aplaudiéndolo y vitoreándolo, cuando he visto Sanxenxo de fiesta, ondeando banderitas de España y gritando viva el rey. Cuando he comprobado con mis propios ojos la desvergüenza real —que nunca pudo representar mejor la doble acepción del término―, me pregunto qué puñetas le pasa a este país. No sé si a la falta de estupor de la derecha le queda alguna cota por alcanzar, ya nos lo dirá Ayuso. No sé si tendremos que soportar durante cuarenta años más la retahíla de la farsa juancarlista, aquella que nos enseñó desde los propios libros de texto cómo el borbón bribón blindó la democracia, frenó el golpe de Tejero y desmanteló el andamiaje del franquismo. Y la comparsita idiota de lo mucho que le debemos, comparado con las migajillas que él le dejó a deber a Hacienda. 

El diario británico The Economist ha empleado la palabra “payasadas” para referirse al comportamiento del emérito en su visita a España. Algo que me ha devuelto a Velázquez y a sus bufones. Porque quien interpretó el papel de rey sin ser más que un mal payaso ha quedado al fin retratado, aunque por desgracia ni siquiera para todos. El bufón ha vuelto, aplausos de bufones al bufón.

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