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Pues mire, señor presidente, si queremos una España líder debemos asumir que nuestra población envejezca y lo haga en condiciones dignas.

Que a estas alturas de la película ya nada puede llegar a sorprendernos, comprenderán ustedes que es algo más que asumido por todos. Y más cuando día tras día nos desayunamos un mundo donde en todos sitios cuecen habas, asistiendo a una “ceremonia del disparate” casi de continuo. Una especie de concurso en el que los esforzados dirigentes políticos parecen empeñarse en ver quién es capaz de soltar la barbaridad más grande por esa boquita que Dios les ha dado.

Estupefacto se quedó un servidor cuando ayer, quizás bajo los efluvios de algún generoso vino de aperitivo, todo un presidente del Banco de España, creyó que todo el monte es orégano y sin pudor ni disimulo afirmó con cuajo y rotundidad que el sistema de pensiones en nuestro país es “insostenible si la edad de jubilación no va más allá de los 67 años”. Claro, que lo diga un político hemiciclero en un arranque de sinceridad o más bien de neoliberalismo torticero, entra dentro de lo normal, y a nadie le extraña que haya al menos dos partidos políticos que defenderían tamaño atropello a la clase social y trabajadora de España, si los índices de popularidad se lo permitiesen. Lo que pone los vellitos como escarpias es que todo un presidente del Banco de España, supuestamente independiente y aséptico, se baje al fango del debate más doloroso, ruin y trapero que subyace en los pasillos del Congreso.

Analicemos la frase. En primer lugar, si consultamos el diccionario de la RAE, “insostenible” tiene dos acepciones. La primera, “que no se puede sostener”. Por tanto implica un peso mayor del que uno es capaz de aguantar con su propia fuerza… un desequilibrio. La segunda acepción no nos deja menos tranquilo: “que no se puede defender con razones”. Y aquí ya entramos en argumentarios, conceptos y definiciones que más que al pobre jubilado, retratan al que precisamente debe defenderlo. Ciñéndonos a esa segunda acepción, parece que no exista un razonamiento capaz de defender la jubilación antes de los 67 años. Cuando además trufamos dicha afirmación con datos como que la esperanza de vida en nuestro país ha aumentado, al igual que la población anciana, es normal que cierta incomodidad se instale entre el nudo de corbata y la garganta de la economía española. Pero sorprenden esos remilgos cuando por otro lado sacamos pecho de economía en vías de mejora, y de sociedad modelo.

Pues mire, señor presidente, si queremos una España líder debemos asumir que nuestra población envejezca y lo haga en condiciones dignas. En eso consiste, entre otras cosas, pertenecer al Primer Mundo y formar parte de la locomotora europea (o pretender serlo). Que ya está bien de aguantar que sean islandeses, noruegos o suecos, que llevan veinte minutos (como quien dice) de europeísmo, los que nos den lecciones de sociedad avanzada, y ya bastante nos dan con sus sistema educativo y laboral. 

Así que, señor Linde, asuma que usted ya lleva unos años de regalo, y vaya pensando en un merecido relevo, que a sus casi 72 años ya es hora de dejar el Armani colgado en el armario de su casita para disfrutar de su jubilación, la cual estaremos todos muy gustosos de pagarla con tal de que no suelte más barbaridades cuando se le ponga un micrófono delante.

¡Ale, ale… a disfrutar de los nietos, Luis Mari…!

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