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Notarán por sus telediarios de cabecera, sus publicaciones en papel y sus diarios digitales favoritos que llevan unos días, a colación del 50 cumpleaños del rey Felipe, a pleno rendimiento una campaña de blanqueamiento de la imagen del Rey hooligan. El mismo que entendió su primera intervención de relevancia como un momento para alentar a Rajoy a usar la aparatología estatal en clave represora con la revuelta social catalana, anda en la actualidad exhibiendo su lado “más humano”. Los mass media, por supuesto, le compran y  difunden el discurso. Sabe bien la Casa Real que es buen momento para reivindicar su figura. El entuerto catalán ha llevado a media España a abrazarse a la bandera, y la bandera en España siempre estuvo asociada a la realeza y a la derecha. Es una batalla perdida. Bien leído el momento sociopolítico, el Rey vende una imagen de “bien preparado”, estabilidad, defensa de la constitución y de los intereses patrióticos en clave internacional y, sorprendentemente, hay gente que lo compra.

Aunque no se le conozcan actividades de relevancia más allá de la intervención en foros creados por las élites para las élites, aunque siga viéndose con Compi Yogui con total impunidad, aunque no se haya dignado a intervenir en asuntos que afectan al país tanto o más que la situación catalana —el saqueo de las autonomías por las mafias políticas organizadas, los desahucios, las estafas de los bancos, la pobreza energética, la desigualdad, los recortes o la corrupción—, aunque a su esposa Letizia le aparezca cual generación espontánea una fortuna de 8,5 millones de euros, aunque su padre siga viviendo la vida padre a costa del erario público, aunque la imagen de su familia naufrague entre el falsa perfección y el patetismo, la figura del Rey sigue en discusión en la sociedad.

Por eso, la Casa Real se ha esforzado en lavar su imagen a la manera de las élites, queriendo hacer pasar por natural lo que resulta grotescamente artificioso. Mediante un vídeo, ridículo, grosero y humillante —para la población—, en el que el Rey Felipe, su esposa y sus niñas simulan ser una familia normal, sin mayordomos ni criadas, sin lujos, austera y ejemplar, comen lentejas con verduras como cualquier hijo de vecino, evidencia cuán alejados de la realidad se encuentra esta familia reducto de tiempos pretéritos. Lo hacen con una puesta en escena tremendamente impostada —con flashes disparándose mientras comen lentejas—, solo a la altura de la falsedad propia de la Corona.

La campaña de lavado de imagen de esta infumable familia se ha completado con la insignia del Toisón de Oro, valorada en 50.000 euros, un anacronismo propio del medievo que no pretende más que subrayar su sangre azul ante la opinión pública y en la que han utilizado como una vulgar marioneta a una niña de doce años. Un aberrante espectáculo laureado y potenciado por los medios generalistas de este país, palmeros incondicionales de un estamento anticuado, antidemocrático y machista que no es más que un agujero económico más de un país que premia la corrupción y el abuso a poco que le ponga dos capas de pintura.

Nadie en su sano juicio no siente vergüenza ajena y rabia al comprobar cómo la Casa Real toma por boba a la gente, como si estuviéramos en la Edad Media, todo por limpiar la imagen de un estamento que nadie ha elegido. Visten de sacrificio lo que no es más que un camino para perpetuar privilegios. Si hubiera un termómetro sobre la hipocresía, lo hubieran reventado hace ya mucho tiempo.

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