Esta semana hemos sentido que el Parlamento de Andalucía, la casa de la palabra –como refiere nuestro querido presidente Jesús Aguirre–, respiraba distinto. No era una semana de pleno más. Hemos vivido un homenaje lleno de luz, de memoria y de mucho sentimiento. Entregábamos el I Premio a la Concordia, que lleva el nombre de una buena persona, compañera ejemplar y amiga auténtica: María Díaz Cañete.
En esta primera edición, el reconocimiento ha sido entregado a la organización Save the Children, una entidad cuya labor social conecta profundamente con la personalidad de María: con su compromiso con los más vulnerables, con ese estilo de hacer política con humildad, desde la ternura, la serenidad y la firmeza. En resumidas cuentas, desde su humanidad.
María no necesitaba grandes discursos para hacerse entender. Su saber estar, su manera de mirar, su forma de trabajar… ya lo decían todo. Tenía ese don escaso de las personas que saben unir sin imponer, convencer sin herir, cuidar sin presumir. Y quienes tuvimos el privilegio de compartir pasillos, cafés, momentos y confidencias con ella, sabemos que su concordia era real, no impostada. Nacía de dentro.
El presidente Juanma Moreno dejó claro los valores de la concordia en el servicio público, en estos tiempos convulsos, transmitiendo que “…debemos rescatar esos espacios de concordia que suponen respetar al adversario, tener la suficiente generosidad para ceder en los puntos de vista legítimos… para marcar un rumbo conjunto, aunque sea en algunos puntos, que nos permita avanzar más rápido y de una manera más realista. La huella de una persona extraordinaria. Y añade, “la memoria de María sigue viva en los valores que nos trasladó en vida: la concordia, la búsqueda de entendimientos, la alegría y la generosidad”
Eso hacía María. Y así nos lo enseñó.
Pero si hay algo que se ha quedado grabado en el alma de este Parlamento es su última enseñanza, casi un susurro, envuelto en algo tan simple, pero a la vez tan auténtico: en papel de pastelería. Tuvo la capacidad de, desde el cielo, seguir sacando lo mejor de sus compañeros y amigos con sus carmelas de Lora del Río, que cariñosamente dejó encargadas y preparadas para todos. Llegaron cuando a ella ya no se la veía, pero indudablemente estaba presente. Y así lo demostró con una nota donde nos pedía lo más difícil, y a la vez lo más hermoso:
“Para todos los compañeros del Grupo Parlamentario Popular. Para cuando os comáis estas carmelas, sonriáis pensando en mí y las disfrutéis igual que yo disfruté y fui tan feliz en esta etapa como parlamentaria. Muchas gracias de todo corazón.”
Esa delicadeza es su legado. Esa dulzura es su firma.
María así lo ha demostrado.
Tuvimos la suerte de conocerla, de admirarla, de compartir momentos con ella y, cómo no, de aprender de ella. Hoy puedo decir, con la mano en el corazón: la política, cuando se hace desde la concordia, cambia de piel. Se convierte en algo humano, profundamente transformador.
Algo tan humano que, en palabras de nuestro portavoz del Grupo Parlamentario Popular, Toni Martín define con mucho sentimiento la carta de presentación en el que era el día a día de María: “Siempre con una sonrisa dibujada en la cara, siempre con una buena palabra, siempre intentando ayudar a los demás. Y porque ella fue así, enseguida sus compañeros decidimos que su nombre no se olvidara nunca de esta casa y decidimos instituir este humilde reconocimiento, que lleva su nombre, el nombre de María Díaz Cañete, pero lleva también un apellido que es la mayor virtud que tenía María, que era generar entorno alrededor de ella, consenso, generar concordia.”
María nos enseñó que no basta con hacer bien las cosas: hay que hacerlas con bondad, con serenidad, con responsabilidad y con mucho corazón. Porque gestionar en política es trabajar por el bienestar de las personas.
Por ella, más que nunca, y por su ejemplo, la concordia tiene nombre de mujer, y ese nombre es María.




