Juan Ignacio López y su eterna media sonrisa, en una retransmisión desde la Feria de Jerez.
Juan Ignacio López y su eterna media sonrisa, en una retransmisión desde la Feria de Jerez.

Qué de gente en el funeral del periodista Juan Ignacio López. Por recurrente puede resultar manido, pero de verdad que no se cabía en el tanatorio sur de Jerez, que con la gente que se quedó fuera se hubieran llenado otros dos funerales... Qué de gente para despedir a una persona a la que este cronista siempre ha considerado buena. Qué bonito –pese a todo, joder, hay que decirlo– comprobar que decenas (y más decenas) de personas se han acercado a decir adiós a Juan Ignacio

Este artículo, en realidad, ya ha dicho todo lo que de verdad quería decir, que Juan Ignacio era un buen hombre y que varios cientos de personas lo tenían bastante claro. A partir de aquí, el lector es muy libre de dedicarse a otros asuntos, lo que viene a continuación son simples consideraciones… El caso es que este artículo iba a comenzar de otra manera, con lo que viene a partir de ahora... hasta que la fuerza de los hechos, de su funeral, lo cambió para siempre. El artículo se iniciaba con una duda razonable. ¿Se puede escribir sobre alguien con quien no se ha trabajado nunca y con el que tampoco, así que recuerdes, te has tomado una cerveza en un bar? ¿Alguien que, huelga decir, no creció en tu barrio y no fue a tu instituto? Pues eso es un poco lo que le ocurre a este cronista con Juan Ignacio López. Era alguien a quien apenas conocía… pese a que debe hacer cosa de treinta años que nos conocíamos.

Hablar de alguien en el tiempo no deja de ser una manera de hablar también de uno mismo, así que no hay que perder la perspectiva. Estos días de emoción entre los compañeros me he enterado de cosas que no sabía, de cuestiones que marcan una vida… y más, la de toda una familia, en realidad. Una vida que varios compañeros calificaban abiertamente como “dura” –y cuál no lo es en realidad–, tanto en lo personal como en lo profesional. Por eso puedo seguir con la paradoja de que conocía desde hace cosa de treinta años a alguien a quien realmente no conocía: ni sus porqués, ni sus frustraciones ni sus anhelos o sus convicciones…

Conocí a Juan Ignacio cuando trabajaba en Radio Jerez. Era ese hombre que siempre ha tenido toda emisora: de periodista, de dj, de comercial, en el control… de donde le pongan, radio en vena, claro, algo que este cronista, solo 'papel' (y el correspondiente descreimiento), nunca ha comprendido del todo, pero existir, existe, vaya si existe.

Ya ven que, en definitiva, nunca supe qué escondía esa semi sonrisa perpetua de Juan Ignacio, pero tengo claro que, aunque nunca tuvimos propiamente una amistad, siempre hubo una corriente de simpatía mutua, siempre nos saludábamos con afecto cuando coincidíamos en cualquier acto, rueda de prensa, etc, pese a que no me tomé con él esas cervezas que sí tuve con otros profesionales de su entorno de toda la vida, con Javi Benítez, con Álvaro de la Calle o con Manolo Molina (DEP), por ejemplo.

Estas líneas se van acabando y debo decir rápidamente que en dos o tres ocasiones Juan Ignacio me echó una mano dándome minutos en su última etapa profesional, en Onda Cero, para difundir proyectos personales en los que anduve metido y, con la misma rapidez debo decir que no hubo reciprocidad, que nunca acudió a mí pidiéndome lo más mínimo. No digo con ello que haya deuda alguna pendiente; si existe no está en otro sitio que en mi cabeza y no parte de otra premisa que de la gratitud.

Juan Ignacio, vamos cerrando este artículo: qué de gente el lunes por la tarde en el tanatorio despidiendo a un buen tipo. Eso hay que destacarlo en la edición, ¿eh?

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