Un revival de las siete plagas

¿Es la fiebre porcina un aviso celestial o de la propia naturaleza (harta de nuestra arrogancia de hormigón), que impone sus métodos para controlar a la verdadera plaga?

08 de diciembre de 2025 a las 10:01h
Un cerdo siendo vacunado.
Un cerdo siendo vacunado.

El calendario comienza a deshojarse con la languidez de las despedidas. Mientras, el mes de diciembre asoma su nariz aguileña en el horizonte. Algo se presiente. Tan inmaterial como temible.

No se trata del frío, ni del estrés consumista que agota a cualquiera, aún menos la desazón causada por las reuniones familiares de “cumpli-miento”. Es algo más antiguo, mucho más atávico. Es la extraña sensación de que, al cierre del ejercicio anual, no solo estamos rindiendo cuentas ante la inmisericorde Agencia Tributaria, sino ante una instancia superior mucho menos indulgente.

Casual o no, pareciera que todos los años, en estas fechas de postrimería, el Dios del Antiguo Testamento —ese Yahvé de ceño fruncido, gatillo fácil y amigo de lo expeditivo— despertara de su letargo estival para ceñirse sus gafas de cerca, posteriormente agarrar el gran libro de catástrofes y derramar la tinta roja sangre sobre él. La premisa no es otra que reajustar alguna que otra cuenta pendiente antes de que las doce campanadas toquen a su fin.

No me negarán que vivimos tiempos extraños en los que todo vuelve. Vuelve la moda de los ochenta, la cultura pop, pero en realidad el revival más crudo y espeluznante tiene lugar en clave de plagas bíblicas. Si uno analiza los titulares, con la debida distancia paranoica, resulta inevitable no trazar una línea convergente entre las narraciones del Apocalipsis, o de Juan en Patmos, y la cabecera del telediario de las tres de la tarde.

Como suele ocurrir siempre, volvemos a pecar de lo mismo de siempre: creernos invencibles e indemnes. Sin embargo, el guionista de nuestra realidad no virtual ha decidido tirar de archivo. Hemos visto al agua convertirse en lodo destructivo, emulando la furia de los textos sagrados; también hemos presenciado como el fuego lame los montes con una voracidad que recuerda a las lluvias de azufre sobre las ciudades del pecado. Y ahora, por si fuera poco, reaparece el espectro de una nueva plaga en ciernes: la fiebre porcina.

En este contexto de “revisión divina” del último mes del año, la noticia adquiere un tinte simbólico y aterrador. En el relato bíblico, la quinta plaga fue la peste sobre le ganado; una advertencia directa sobre el sustento, a la supervivencia básica. Que este fantasma resurja, se presiente como una mueca macabra del destino.

Ahora, las plagas son invisibles, microoscópicas, diseñadas a conciencia. La fiebre porcina es la versión 2.0 de la ira divina. Para ello, basta con un virus viajando en la suela de un zapato. Lo demás, ya sabemos como acaba.

Con tanta tensión belicosa entre países vestidos de jinetes del Apocalipsis, la analogía es tan potente que asusta. ¿Es la fiebre porcina un aviso celestial o de la propia naturaleza (harta de nuestra arrogancia de hormigón), que impone sus métodos para controlar a la verdadera plaga? (O lo que es lo mismo, a nosotros).

Si el destino tiene escrito un final dramático, si las trompetas de Jericó van a sonar de nuevo, o si la quinta plaga va a mutar en algo que nos obliga a confinarnos otra vez; solo le pido una cosa a la providencia: que me pille en el salón de casa con la boca llena de polvorones y rodeado de los míos.

El trago sería menos amargo, doy fe.

Gracias por la lectura y feliz lunes.

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