La batalla del pueblo

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Alegoría conmemorativa del Cinco de Mayo.
Alegoría conmemorativa del Cinco de Mayo. WIKIMEDIA

El 5 de mayo es fiesta mayor en México. Se conmemora la batalla que los mexicanos libraron en 1862 contra las tropas francesas en las cercanías de la ciudad de Puebla. Las tropas de la República Mexicana, bajo las órdenes de Ignacio Zaragoza, vencieron a los experimentados soldados de Charles Ferdinand Latrille. Aquella victoria no pudo impedir la invasión gala pero sí fue crucial en una guerra que los mexicanos terminarían ganando. Desde entonces, el 5 de mayo es el día de la batalla de Puebla. 

Otro 5 de mayo, bastantes años después —por fortuna—, me dicen que nací. Era un sábado por la tarde, un sábado de Feria de Abril. Fue en Sevilla. Desde que empecé a tener contacto con algunos mexicanos, allá por los tiempos universitarios, los noté encantados con la fecha de tan insignificante efeméride. Observé año tras año cómo nunca se olvidaban de felicitarme. Y es que para ellos era el día de la batalla de Puebla, un día grande, un día glorioso. Yo tenía poco o nada que ver con aquello pero como efecto colateral jamás me quedé sin mi cumpleaños feliz con aire de ranchera. Ningún año pasa el día quinto del mes cinco sin escuchar cómo me cantan Las mañanitas. Me gusta esta coincidencia. 

Este último 5 de mayo pasará a la historia —al menos a la de España— por ser el primer día sin Iglesias en la política. Pocos minutos antes de que llegara el 5 de mayo de 2021, el hasta entonces secretario general de Unidas Podemos dimitió de todos sus cargos y abandonó el ruedo. Dio las gracias, se encomendó a un destino en el que dijo no creer, recitó a Silvio y se marchó. Antes de desaparecer de la pantalla se volvió a poner la mascarilla y abrazó a sus hermanas —hablemos en femenino plural, como hicieron ellas en el rebautizo civil de su partido— de campaña. Probablemente Iglesias, que nunca ha sido de dar puntada sin hilo, no eligió al azar la canción El necio de Silvio Rodríguez para escribir su epitafio político. Necio, empecinado, ególatra son algunos de los calificativos que lo han acompañado en estos años. Pero también apasionado, vehemente, poderoso, líder… ÉL. “Vuelve el hombre” enunciaron los carteles para preconizar un retorno que, al parecer, muchos estaban deseando. 

Como buena nacida el día de la batalla de Puebla, tengo que reconocer que el discurso de ese líder del pueblo Madrid-Sur me caló. Quizás porque representaba la voz que a muchos nos faltaba, ese “capitán, mi capitán” que incitaba a sus alumnos a alzar los pies y la garganta, ese mentor rebelde y herético de verbo portentoso y sonsonete de rapero. Un político de pelo largo, piercing en la ceja, buzón en Lavapiés y camisas del Alcampo. Un estilo diferente, que convenció a muchos de que sí se podía y de que el voto podía significar cosas. Cosas de verdad. Madrid y su puerta del sol vieron nacer al líder apenas unos pocos años atrás. Desde entonces, ascenso y mareas, escisiones, desgaste, vicepresidencia y batacazos gordos. El del estribo, por seguir con alma de bolero, el de este 4 de mayo. Iglesias no pudo con la batalla del pueblo. Quizás el pueblo perdió su propia batalla. Quizás nunca quiso librarla o no quiso librarla con él. “Para no hacer de mi icono pedazos, para salvarme entre únicos e impares”... así comienza la canción “El necio”, compuesta en La Habana en 1991. 

 

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