Atún, chocolate y torrijas

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Juan Marín, líder de Cs, contando su receta de las torrijas.
Juan Marín, líder de Cs, contando su receta de las torrijas.

Pocos lugares tocan tanto el alma como Barbate. Atravesar ese pueblo pesquero, camino a la playa ―siempre es camino a la playa―, es un viaje al pasado y a lo auténtico. Es un choque de realidad y belleza, donde pugnan la huida y las ganas de apresar cada rincón en la retina. Un gigantesco atún rojo de bronce de tres metros de alto por siete de largo corona una veleta que se eleva a cuatro metros del asfalto. Nos recibe y nos recuerda que nada aquí tiene sentido sin atún, el elemento diferenciador por excelencia de este mar y de esta tierra.

Lo entendió bien el humorista y actor Pablo Carbonell, no en vano nació en Cádiz. En su ópera prima como director, ambientó en el pueblo de Barbate su cinta Atún y chocolate. Corría el año 2004 cuando Manuel, “El Perra” y “El Sheriff”, pescadores barbateños y amigos de toda la vida, intentaban resistir como podían a la crisis pesquera que vivía la costa gaditana. En medio de este oscuro panorama, Manolín, el hijo de Manuel, sorprende un día a sus padres con un nuevo problema: quiere hacer la Primera Comunión. A pesar de que sus padres no están casados y de que él no fue bautizado, su deseo de recibir el sacramento conmueve a Manuel y a su pareja, María. Ante la petición de su hijo, deciden ceder y poner algo de orden en sus vidas. Un orden que, como casi todos, cuesta dinero.

Barbate es el quinto municipio más pobre de España. Nueve de los diez primeros son andaluces, dudoso honor. Dentro de las poblaciones de más de 20.000 habitantes, las de menor renta neta anual por habitante están en Andalucía. Son datos del último índice de Indicadores Urbanos para el INE. Está claro que en esta tierra los problemas son de verdad, como su gente y su atún.

En Atún y chocolate, Manuel se ve abocado a robar un atún de la almadraba para financiar la Comunión de su hijo. Por en medio, toda una serie de periplos que no relataré para no fastidiarle la trama. No desvelaré si el cierre es feliz o no, aunque, como en la vida misma, es mucho más interesante el camino que el final. Algunos críticos vieron en esta película pinceladas de neorrealismo italiano, y un puñetazo de realidad desde el prisma del humor. Y es que quizá, en tierras gaditanas, el dolor de verdad solo se entiende riendo. Aquí, ya lo saben, el lamento se canta y la pena lleva compás.

El atún de Barbate es pura verdad, como lo es la pobreza de una tierra mágica pero degradada, olvidada y ensombrecida. Una tierra en la que el dulzor del chocolate parece aliviar la garganta que amarga y el bolsillo vacío. Una tierra en la que al pasar uno solo desea quedarse, sin entender cómo algo tan bello puede ser tan invisible.

Estos días otro dulzor nos ha llegado a los oídos, el de las torrijas que se han convertido en la estrella del debate electoral en Andalucía. Lógico que nos inquiete tanto saber si la voxera Olona sabe o no hacer torrijas, teniendo en cuenta que los andaluces andamos faltos de mayores preocupaciones. A mí, particularmente, me importa más saber si las va a prohibir de llegar al poder. Cualquier cosa podría salir de esa mente…

Desde esta humilde tribuna, solo quiero recordar a los Manueles, a los Perra y a los Sheriff de mi Andalucía, pero también a los administrativos, a las maestras, a las jornaleras, a los peluqueros, a las dependientas… que este domingo abandonen la torrija. No vaya a ser que, a fuerza de derechazo, solo nos quede para sobrevivir la caza del atún y el chocolate. Con las cosas de comer no se juega; tampoco con la tierra y la libertad.

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