Discursos vacíos sobre innovación y creación de empresas en Andalucía

Juan Torres López

Doctor en Ciencias Económicas, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, autor de numerosos libros, entre ellos dos de poesía y un cuento, coleccionista de grafitis y -lo que es más valioso para él- padre de dos hijas (la mayor y la pequeña) y un hijo. 

Andalucía quiere diversificar la industria aeronáutica, fortalecer sus áreas tradicionales e internacionalizar el negocio.
Andalucía quiere diversificar la industria aeronáutica, fortalecer sus áreas tradicionales e internacionalizar el negocio.

Uno de los mantras que más se repiten a los jóvenes y a la población en general en los últimos años es que hay que ser emprendedores y crear empresas para poder salir adelante y crear riqueza.

Yo estoy de acuerdo. Las sociedades no pueden sufrir mayor tragedia que la que hace que su población sea pasiva e incapaz de crear riqueza por sí misma. El progreso humano consiste realmente en adquirir cada día más capacidades y autonomía para satisfacer mejor las necesidades, con más eficiencia y equidad y respetando las leyes naturales.

En Andalucía tenemos mucho que aprender al respecto. Las clases adineradas han sido casi siempre rentistas, limitándose a generar riqueza a base de utilizar su fuerza o su poder para luego dedicarla al lujo, sin acrecentar el capital ni mejorar el modelo productivo. Y la sumisión y la pasividad se ha enquistado con demasiada fuerza en las clases trabajadoras, condenadas así durante siglos a la pobreza y a la falta de ilustración.

Es verdad que en los últimos decenios hemos mejorado y basta ver a nuestro alrededor cómo ya somos capaces de desarrollar muchas actividades de vanguardia en casi todos los sectores económicos. Pero es insuficiente.

Las clases adineradas han sido casi siempre rentistas, limitándose a generar riqueza a base de utilizar su fuerza o su poder para luego dedicarla al lujo

Andalucía necesita más innovación, necesita que desde el primero al último de sus ciudadanos se convierta en un generador autónomo de riqueza, lo que no quiere decir que lo haga individual ni aislad, porque la riqueza auténtica y más valiosa es la que nace de la inteligencia colectiva, de la cooperación y de las redes y sinergias de todo tipo entre todas las personas y las organizaciones que creamos para obtenerla.

Por eso creo que nunca se insiste demasiado en la necesidad de convertir a cada persona en emprendedora, en fuente de nuevas ideas y de actividad productiva. Me parece perfecto que se anime a los jóvenes a que sean emprendedores y a que creen ellos mismos sus empresas pues no hay otra manera de producir los bienes y servicios que los seres humanos necesitamos para garantizarnos nuestro sustento de la mejor forma posible.

Apoyo siempre esos discursos y los traslado a mis estudiantes pero me resulta inevitable señalar que son discursos que la mayoría de las veces quedan vacíos, cuando los pronuncian quienes, teniendo en sus manos que las cosas vayan de otro modo, se empeñan en mantener el statu quo que durante decenios nos ha empobrecido.

Está bien decirle a los jóvenes que han de ser emprendedores y crear empresas pero ese discurso no va a ningún lado si no tiene en cuenta que para ello hace falta capital que, en la mayoría de las ocasiones, no está a su disposición.

Si queremos que nuestros jóvenes (y también los más mayores) creen empresas debemos insistirle en lo imprescindible que es eso, desde luego que sí, pero también hemos de garantizar que tengan los recursos de capital necesarios para que eso sea posible. No todos los jóvenes tienen dinero en sus bolsillos, ni familias que les pueden financiar los primeros pasos.

Fomentar el emprendimiento no puede consistir sólo en decir que hay que ser emprendedores. Para que se discurso sea efectivo debe ir acompañado de los recursos que lo hagan posible y mucho más en nuestro tiempo, cuando la banca se ha desnaturalizado y da prioridad a un tipo muy diferente de negocios.

Uno de los mayores desastres económicos de nuestro tiempo es que los bancos han dejado der ser las fuentes de financiación de la innovación de base, de los negocios que se inician con más riesgo, como es lógico que ocurra cuando se trata del emprendizaje que hacen personas que se inician en el complicado mundo de la empresa.

Si de verdad se quiere que en Andalucía avance la creación de nuevas empresas, más innovadoras y más sólidas, se debería disponer de una banca especializada en ese tipo de actividad y que esté en condiciones de asumir el riesgo que conlleva, algo que hoy día no puede hacer la privada porque ha adquirido una escala sistémica que la hace materialmente incompatible con lo pequeño y lo incierto.

Andalucía debería disponer de un sistema financiero de servicio público dedicado específicamente a financiar la innovación inicial y el emprendimiento, la creación de nuevos negocios por quienes no disponen inicialmente de suficiente capital.

En lugar de hacer eso, quienes dirigieron las cajas de ahorro se dedicaron a clonar el negocio de la banca privada, financiando burbujas, pelotazos y negocios fáciles, cuando no directamente corruptos. Ahora, en consecuencia, se necesita algo nuevo y sin lo cual es imposible que Andalucía levante cabeza.

Pero para emprender y crear empresas tampoco basta solo con capital, por muy importante que este sea. Hacen falta valores, cultura emprendedora y ánimo innovador, algo de lo que tampoco disponemos en la medida necesaria.

Estudios muy solventes y reconocidos, como los del biólogo evolutivo Joseph Henrich, han demostrado que la innovación surge y se consolida allí donde se promueve la curiosidad, el respeto al saber y a los extraño, el cosmopolitismo, la rendición de cuentas que obliga a juzgarse a sí mismo antes que a los demás, la humildad que permite abrazar la novedad y lo extraño y no rechazarlos, el asociacionismo civil, la responsabilidad, la tolerancia y la capacidad para el diálogo.

Oír decir políticos o dirigentes empresariales que hay que emprender para innovar y crear empresas cuando su comportamiento no refleja ninguno de estos valores, o cuando no hacen nada para promoverlos en la educación, en los medios de comunicación o en la vida diaria es una expresión lamentable de cinismo, un discurso inútil, frustrante y vacío al que hay que darle la vuelta cuanto antes para llenarlo de contenido.

Hablaremos de eso en otro artículo.

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