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Los años han demostrado que las parejas homosexuales no han acabado con la familia tradicional heterosexual.

Dentro de poco, se celebrará el aniversario de la modificación del Código Civil que permitía las bodas (que no bodas gays como suelen nombrar determinados medios de comunicación) entre personas del mismo sexo, que fueron legalizadas el 3 de julio de 2005. Por aquel tiempo tuve un debate con un señor, casado, católico, muy conservador que estaba en contra del matrimonio homosexual. El decía que la familia estaba en peligro. Después de pasado todo este tiempo me pregunto qué habrá sido de él. Desde que el PSOE perdiera las elecciones y entrara a gobernar el Partido Popular, este hombre calló de pronto.

¿Habría dejado de interesarle ya el tema de la familia? ¿Dejó ya de hacer ruido puesto que gobernaba ya el partido que él quería y que nunca decía? Uno de sus argumentos era: “Yo no soy político ni entiendo de política, sólo defiendo a la familia”. Y un cuerno, pensaba yo para mis adentros. Tú eres más político que un diputado del Congreso y haces política a favor de quienes todos sabemos, lo que pasa que tu estrategia es esa.

Esas preguntas me las hacía y me las hago. ¿Dónde se habrá metido? Creo que estaba casado con una señora y tenía tres hijos. Me gustaría volverlo a ver y preguntarle qué tal le ha ido. ¿Sigue su familia en pie? ¿Fue su familia destruida como por un rayo después de la aprobación de la ley? ¿Se casó algún amigo, pariente o conocido suyo con alguien de su mismo sexo y murió de un infarto? O peor. ¿Tuvo tentaciones gays? ¿Se contagió de lo gay y abandonó a su familia para divorciarse y ser una de las estrellas más grandes de los sitios de ambiente?

¿Qué sería de él? Y generalizo. ¿Qué habrá sido de todas aquellas familias que salían en manifestación en Madrid en defensa de la familia? O mejor dicho de su modelo de familia, porque siendo claros, no hay mayor destructor de la familia nuclear que algunos sacerdotes (muchos iban en manifestación) que abandonan a su familia para servir a la Iglesia quedando sus familiares a cargo de otras personas o de nadie, porque ellos ya no se pueden ocupar por “servir” a Jesús.

¿Se separaron? ¿Fueron destruidas? ¿Descendió la natalidad? No. No pasó nada. No sé que les pasaría a ellos. Pero al resto, a los normales, a los comunes, a los que amamos sin normas establecidas por dioses, libros mitológicos o imposiciones, no nos ha sucedido nada. O sí. Sí, en verdad, sí nos sucedió. Nos ocurrió que somos más libres. Que tenemos más derechos. Pero no crean que más que los demás. Me refiero a que tenemos más derechos que los que teníamos antes y que nos IGUALA con el resto de la población de España. Claro, claro que nos pasó. Nos pasó que legalizaron nuestra familia. Porque nosotros, los que nos casamos o nos hacemos pareja de hecho y somos del mismo sexo, ya somos iguales en derechos. Que parece poco, pero es mucho. Ya no estamos condenados a, por ejemplo, tener que trabajar el día que muere tu pareja porque no te daban permiso en el trabajo para ir a su entierro. Cruel, ¿eh? Pues esa es la España que el Partido Popular quería mantener con su recurso contra el matrimonio homosexual. Ya no estamos condenados a no poder acompañar a nuestra pareja al médico o en el hospital. Ya tenemos derecho a ser viudos o viudas y cobrar una pensión por la que cotizamos como todo el mundo. Tenemos derecho a una luna de miel. Y muchas cosas más como el resto de la gente.

Los años han demostrado que las parejas homosexuales no han acabado con la familia tradicional heterosexual. Ellos siguen con sus divorcios, sus felicidades y sus historias. Nosotros igual, con nuestros divorcios, nuestras historias y nuestra mayor felicidad. Y digo mayor porque la apreciamos más porque un día no la tuvimos. Ojalá que pase el tiempo y llegue una generación en que este tipo de homofobia sólo sea historia. Desde aquí, mi felicitación a todas las parejas homosexuales que disfrutan de su matrimonio y mi recuerdo a todos aquellos que murieron sin poder hacerlo pensando que todo era un sueño lo que hoy es una realidad, le pese a quien le pese.
 

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