Los palcos de Semana Santa en Jerez, en pleno montaje, en una imagen de archivo.
Los palcos de Semana Santa en Jerez, en pleno montaje, en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

En el mundillo científico existen varias teorías para explicar los distintos fenómenos naturales que se producen a diferentes niveles. Así, hablamos de teorías de cuerdas, de universos paralelos, concéntrico… teorías al fin y al cabo, algo de lo que se presume que pueda ser pero que, efectivamente, no hay pruebas que lo avalen ante la exigente y a menudo intransigente comunidad científica. Del mismo modo conviven teorías en todos los aspectos de la vida: urbanístico, social, pedagógico…..teorías que, en la mayoría de los casos, no se pueden demostrar por ineptitud política o por una fuerte presión social, que tiende por defecto al inmovilismo y al célebre “Virgencita, que me quede como estoy”. Por analogía, o no, el mundo cofrade no podía permanecer ajeno a la coexistencia de teorías que busquen reinvención, innovación, inmovilismo o vueltas a escenarios pasados.

Los palcos. La madre del cordero. La polémica de moda no sólo en Jerez. ¿Se ha convertido la Semana Santa, y más concretamente sus carreras oficiales, en negocios al servicio de las cofradías? ¿Establecen dichos palcos una desigualdad social, atendiendo únicamente a criterios económicos? ¿Es posible una coexistencia y una concordia entre la teoría de palcos y su contraria, la de la libertad de poder contemplar lo que se quiera y donde se quiera?

La primera cuestión no es fácil de resolver. Nada fácil. Es indudable la labor social que realizan las hermandades en favor de los que más lo necesitan, esfuerzo que es aún más evidente cuando se tiene en cuenta que son entidades que se autofinancian por sus propios medios, bien a través de sus cuotas ordinarias, bien a través de donaciones o de ingresos externos, como son los que proporcionan los consejos de hermandades por la gestión y explotación de los palcos, por ejemplo. Todo sería muy loable si siempre se esgrimiera esta razón, no creo que a nadie se le ocurriese poner el grito en el cielo por ello, salvo, como es el caso también, que no haya transparencia al respecto en un asunto en el que lo público también interviene en muchos aspectos.

Pero no se queda ahí la cosa. Así, nos damos de bruces con la razón estrella, la de “sin palcos las hermandades no podrían salir y los negocios del centro dejarían de hacer un negocio que los mantiene abiertos”, con lo cual todo se convierte en un círculo vicioso para tratar de demostrar a toda costa que los palcos son necesarios, no sólo porque con ellos se financian las salidas procesionales y las obras de caridad, sino también porque es vital para mantener el tejido hostelero en una semana que la gente pasa en la calle, comiendo y bebiendo en los bares adyacentes a las calles que conforman los itinerarios de las cofradías.

Bien, es cierto: la Semana Santa favorece el negocio en los establecimientos hosteleros. Es algo impepinable, irrebatible. ¿Dónde, pues, está el problema con esta argumentación? El problema no se halla en la razón misma, pero sí en quien la formula: el Cofrade (con mayúsculas, un respeto), esa persona que, por lo general, no forma parte de junta de gobierno alguna, que sólo acude a las iglesias a partir de cada Miércoles de Ceniza y que se cree, de verdad se lo cree, que su presencia es tan necesaria e inviolable como para dejar su coche donde le dé la real gana o dar lecciones de cómo hacer las cosas, incluso se piensa con legitimidad bastante para criticar y poner verde al que de verdad lleva todo el año trabajando y que, si algo ha hecho mal, tendría por su parte todo el derecho del mundo a equivocarse, que para eso se lo curra. A estos Cofrades de medio pelo, que son los que esgrimen la argumentación de los negocios, se les podría preguntar: ¿en qué artículo de los estatutos de las hermandades se establece que el mantenimiento y favorecimiento de los negocios de hostelería es labor primordial de la propia hermandad? No existe, sería un escándalo si así fuera que desvirtuaría a la hermandad en cuestión que lo estableciera.

Por otra parte, no considero que sea cierto que las cofradías no podrían salir sin el dinero que dan los palcos. Las hermandades, centenarias en muchos casos, siempre han salido y los palcos son una invención relativamente reciente y que respondía, no lo olvidemos, a la necesidad de ordenar y dignificar la parte del recorrido que las cofradías realizan de forma común, no para recaudar dinero. Todo esto lleva a otra cuestión ¿se han acomodado las hermandades a recibir el dinero fácil de los palcos y ya no están dispuestas a trabajar y a fajarse como antes para conseguir unos fondos que les caen del cielo (por ejemplo, en llevar sus propias casetas de feria)? Cada cual tendrá aquí su opinión al respecto, pero yo creo que sí.

La segunda cuestión era si los palcos creaban una situación de desigualdad social atendiendo a motivos económicos. Hombre, el sí es rotundo y no sólo en este caso: todo lo que implique que el pagar te proporcione un lugar más cercano y confortable, coloca a la persona que paga socialmente un paso por delante del que no pague, bien porque no pueda (que los hay y más en estos tiempos), bien porque no quiera (que también los hay y en su derecho están). Y aquí nos topamos con el alter ego del Cofrade que apareció anteriormente: la típica persona a la que no le gusta la Semana Santa ni, por lo general, ningún evento que se organice en la ciudad y que sólo acude, como dice el refrán, donde va la gente y se dedica mayoritariamente a consumir frutos secos y a no recoger lo que ensucia, que para eso paga sus impuestos. Otra característica que le describe es que siempre se queja de todo, de los palcos en este caso, pero cuando pasa una cofradía ni siquiera levanta la vista para observar lo que está pasando. Pero sí que es verdad que se provoca desigualdad y más en lugares con palcos en altura que impiden la visión de la persona que se sitúe detrás de ellos. También es verdad que, al ampliar la carrera oficial y, con ella, la zona de palcos, cada vez se hace más difícil contemplar una hermandad fuera del recorrido común, sobre todo aquellas que están muy cerca de ella, que es otro dato a tener muy en cuenta.

Con este estado de cosas, ¿es posible un entendimiento? Siempre es posible, pero todos tienen que poner de su parte. Quizá la solución pase porque las hermandades renuncien a una parte de los fondos en pos de un acortamiento de la carrera oficial. O, tal vez, la solución pasa por sustituir los palcos por filas de sillas que se puedan arrendar individualmente por días, manteniendo sólo una valla por delante que asegure la dignidad y el respeto al paso de las cofradías por las carreras oficiales. En cualquier caso, la solución pasa porque los unos dejen de esgrimir argumentos que no les competen, atendiendo a los criterios religiosos y estatutarios que le atan, y porque los otros dejen de quejarse por quejarse de todo y por todo y opten por proponer soluciones que beneficien a las dos partes, algo que, al fin y al cabo, redundará en beneficios para la propia ciudad y su imagen turística. Mientras manden el empecinamiento y la ceguera mental, el tema de los palcos seguirá siendo una teoría con pocos visos de demostrar si alguna de las hipótesis son ciertas o no. Una pena, oiga.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído