014-dada-theredlist.jpg
014-dada-theredlist.jpg

Amor de lejos. Amor en vano. Amor etéreo. Estos poetas se saben de memoria su propio imaginario. 

"He oído que los poetas escriben sobre las mujeres. Componen rimas y rapsodias, y mienten. (…) Creedme: esos hombres no saben nada de amor. No lo encontraréis en las palabras de los poetas ni en la mirada anhelante de los marineros”.

(Rothfuss, Patrick. El temor de un hombre sabio)

A Isabel L.

 

Lo he oído. En la distancia. Cuando los generales no me escuchaban. Que todos estos hombres no saben nada de amor. Los poetas, en primer lugar, porque para ellos escribir sobre tal materia es un ejercicio acostumbrado, después de tantos versos a las ocho de la mañana, cuando el despertador les suena como si fuera el timbre de un fulano en turno de noche.

Malditos embaucadores algunos de ellos, que tienen la cabeza en forma de tronera, a punto de disparar las balas en el boquete de los corazones ajenos. Los has debido escuchar en multitud de libros. Cañonazos asonantes. Traqueteo de versos hasta que vacían sus cargadores de hermosas gracias y rítmicas heridas. Unos se acomplejan. Otros se duelen. Les encanta la melancolía y la exacerbación de las pasiones. Pueden llegar a beber desconsoladamente para expiar las culpas, o encaramarse al rellano mismo de la escalera con un grito que se ahoga varios kilómetros por debajo del nivel freático de la oscuridad.

Poetas solitarios que arman un escándalo colectivo si no les quieres, a pesar de que se quejen al vacío y ninguna mujer se dé por aludida, salvo que en el lejano momento de otro siglo hubieran contemplado a su musa siquiera en el perfil de su imaginación. Cómo se duelen esos poetas. Cómo les amarga el dulzor de la muerte en vida, esa que les mantiene en un patético estado de coma mientras abren bien los ojos en busca de olas. Poetas para los que el mar es un lirio acomplejado, aunque en su corazón no sepan del amor más que palabras, tantas palabras que con un soplo desaparecen antes que el vaho de un respiro en plena niebla.

¡Ay esos poetas! Que hablan por lo bajo, como cuchicheando, embrutecidos por el humo de un cigarro y por la indiferencia de muchos forasteros de bar, que les ven reunidos en torno a una mesa, a cinco o seis de ellos que se miran entre sí paladeando un solitario triunfo lírico que solo les alcanza a ellos mismos, mientras que en la barra inmediata la realidad se superpone salvajemente al irrisorio mundo que esa media docena de pelagatos inventaron. Se creen malditos con el fin de albergar una corona de originalidad sobre sus sienes, y escupen con fiereza los versos que hicieron otros tantos mismos poetas de su propio pasado. Su amor escrito es el que vale. Lo que ellos escriben sobre las mujeres es lo único válido, al mismo tiempo que otro corpúsculo de poetas reunido en el bar de enfrente piensan lo mismo de estos otros. Estos poetas son como grises islas separadas entre sí por un profundo océano de indiferencia. Temen la no trascendencia. Huelen el pesar que les produce saber que su memoria habrá muerto después de tanto poema enlatado y radionovela.

Están furiosos. Permanecen en silencio, cosiendo en su vaga mente el próximo verso, el cual tiene que ser también de amor, como hace cuarenta y ocho horas que intentaron componer el último, de acuerdo a las más recientes estratagemas del posmodernismo. ¡Que sea de amor!, exclama uno de ellos. El otro se levanta y pega una bofetada al aire. Al tercero se le hunde el flequillo en sus tristes ojos. Un poema de amor para la primera mujer que asome.

Una mujer que casualmente se cruza de un postigo para otro, acompañada de tres perros en riguroso orden de altitud. De labios apretados y sugerentes. Las piernas largas y estrictamente delineadas sobre un interminable trasero, ante el que ellos abren la boca como un mostrador de atención para mensajería urgente. El cabello liso y ondeante. Sus pechos dignos de alabanza y jaculatoria. Las miradas de los poetas se pierden ante semejante arquitectura. No saben si es rubia, morena o pelirroja. Todos ellos elevan salmos al cielo, pues quieren saber de amor ante aquella mujer que imaginan ha sido enviada por los arcángeles del barrio.

¡Ay amor de cuántos versos! Pero la mujer se va alejando, y con ella su silueta cálida y eróticamente perfecta. El amor se les va a estos pocos poetas y se sacuden los unos a los otros sus respectivos hombros, a prisas y manotazos. ¡Vengan pues a la mesa! ¡Escribamos sobre ella antes de que se nos adultere la idea!

Amor de lejos. Amor en vano. Amor etéreo. Estos poetas se saben de memoria su propio imaginario. Ahí les dejo con los versos en las manos. En otra vida, tal vez. Pero ahora prefiero ocuparme de ti, porque tengo la boca sedienta de tus carnes. Menos mal que tus tres perros son educados y no duermen contigo en la cama. Esta noche he de ser yo quien te aúlle y acaricie las entrañas.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído