Algo más que diálogo

Sebastián Chilla.

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

Una imagen del pasado 1-O vivido en Barcelona. FOTO: RTVE.ES.
Una imagen del pasado 1-O vivido en Barcelona. FOTO: RTVE.ES.

Se cumple un año de la celebración del referéndum soberanista del 1-O y aunque la situación política parece haber cambiado bastante —a nivel nacional y en la propia Cataluña—, lo cierto es que las posiciones no han hecho sino alejarse. Un año ha dado para mucho. La consulta soberanista, refrendada por dos millones de catalanes, se saldó con un desastroso balance social: numerosos heridos a causa de las cargas policiales y jornadas muy tensas en las calles cuya única respuesta fue un despliegue policial jamás visto en Barcelona.

La declaración unilateral de independencia, anunciada por el gobierno de la Generalitat tan solo diez días después de la celebración del referéndum tuvo unas consecuencias insospechables para los dirigentes independentistas: ser privados de su propia libertad. Sin embargo, aunque la cárcel fue un duro golpe para los dirigentes independentistas, se constituyó como una oportunidad para el conjunto del independentismo, con el que pese a las dificultades, sigue haciendo campaña a nivel internacional.

La represión policial y el encarcelamiento de los políticos independentistas que participaron en la DUI es leña con la que se ha mantenido viva, muy viva recalco, la llama del procés. Hace ya tiempo, antes de toda esta vorágine post 1-O, leí La gran ilusión: mito y realidad del proceso independentista, de Guillem Martínez, que pone de manifiesto de forma cristalina cómo unos y otros han utilizado durante años, especialmente desde la sentencia del TC al Estatut, al soberanismo para esconder, birlar o camuflar sus propias decisiones políticas.

Leer a Guillem Martínez —pueden hacerlo en CTXT— es tomar un poco de conciencia sobre la magnitud de la cuestión catalana, los entresijos de los que la orquestaron y los otros tantos secretos de quienes le dieron alas —el españolismo que hoy se vende como solución y que no es más que un problema mayor—.

Independientemente de conocer el móvil del procés, para afrontar el problema catalán hace falta algo más que diálogo y por supuesto algo menos que represión —política, social y mediática—. La maquinaria de marketing político que ha puesto en marcha el PSOE desde su llegada al gobierno de España basa su razón de ser en el pensamiento mágico. Negarle a una gran mayoría de los catalanes —el 80%— el derecho a expresarse libremente sobre su pertenencia o no al reino de España es volver a caer en un error.

En el plano estrictamente político, el PSOE tiene que darse cuenta que cualquier negociación posible con PP y Ciudadanos, instalados en un españolismo reaccionario, tiene que ser compatible con la opinión de más de tres cuartas partes de la sociedad catalana. Y que de nada sirve el diálogo si es para mantener las mismas posturas que nos llevaron a esta situación. 

Sin embargo y en contra de este cambio de paradigma, vuelve a decir el gobierno que con la justicia no hay margen posible, en referencia a la liberación de los presos políticos catalanes. Y dice también, cómo no, que con la Constitución tampoco. Entonces, ¿con qué margen pretende evitar un nuevo 1-O? ¿Volverán a sacar a pasear las porras y las balas de goma como hizo un año el gobierno del Partido Popular alentado por Ciudadanos y cía cuando no haya más remedio? ¿Ese es el margen de maniobra y el diálogo que pretende el ejecutivo socialista? ¿Cuándo se buscará una solución pactada y consensuada —aunque sea a medio o largo plazo— para solucionar este problema de forma diplomática como ha hecho la mayor monarquía e imperio post-colonial del mundo? 

Nadie, recalco nadie, le va a quitar el sueño a los catalanes de decidir y votar algún día en libertad. Y el tiempo juega precisamente en contra de todos. A un año del 1-O las posibilidades que se repita algo similar —o peor, por el nivel de conflictividad social— se incrementan exponencialmente. Mientras tanto, unos y otros siguen jugando con el presente y el futuro de los catalanes y de los españoles. Pero esto es como clamar en el desierto. ¿Hay alguien ahí? 

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