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"Cuando una economía está volcada en la exportación lo que interesa es abrir fronteras y no crearlas".

Todos los que hemos tenido la suerte de comprar un piso sobre plano somos conscientes del esfuerzo y el tiempo que lleva terminar la obra e inaugurarla. Recuerdo que producía una gran ilusión contemplar los cimientos de la casa que se iban alzando día a día y una tremenda alegría verificar los avances significativos hasta que, después de meses o quizás, en algún caso, años, te entregaban la llave, tras constituir la hipoteca. Dado que valoramos esos sacrificios y empeños, intentamos mantener nuestro hogar lo  mejor posible e incluso mejorarlo o ampliarlo.

Pues algo similar es la economía. Ésta se va consolidando lentamente y, tras un largo periodo, se crea un tejido empresarial lo suficientemente fuerte para que habite el bienestar social. Las empresas no surgen de la nada, muchas han necesitado muchos años para consolidarse y convertirse en lo que son y bastantes han emergido a la sombra de otras, por el efecto arrastre y de atracción de empresas importantes ya instaladas y asentadas. Pero al igual que las casas se pueden derribar en un solo día por la acción de bulldozer o por unas cargas explosivas situadas estratégicamente, la economía de una zona de un país puede desbaratarse en muy poco tiempo por decisiones inapropiadas de los políticos y por provocar la desconfianza. Basta que importantes sociedades mercantiles apuesten por marcharse, por no prever una perspectiva estable y segura, para que esa vía de agua al sistema económico provoque un gran agujero y hunda lo que tanto tiempo había costado edificar.

Hoy estamos en un sistema globalizado y las empresas se deslocalizan en un abrir y cerrar de ojos. Las compañías huyen cuando pronostican que no van a ser rentables en cualquier parte del mundo, bien por reducirse el mercado a los que van destinados sus productos o bien por una previsión de aumento de gastos que haga que los bienes o servicios de allí sean poco competitivos. En Cataluña los independentistas pregonaron en su exitosa propaganda que iban a seguir en la Unión Europea y que no se marcharía ninguna empresa, pero el mundo empresarial ha demostrado lo contrario. La realidad es tozuda. Cuando una economía está volcada en la exportación lo que interesa es abrir fronteras y no crearlas, porque los aranceles son una traba lo suficientemente importante para provocar  un incremento sustancial en los costes de las firmas comerciales.   

Los independentistas basaban sus mensajes insolidarios en los agravios económicos, pues consideraban que Cataluña aportaba mucho más a la economía del país que lo que recibía a cambio. Obviaban que han estado recibiendo transferencias de rentas de otras partes del Estado sin contabilizarlas, cuando individuos de otras regiones de España consumían sus productos. En ese autoengaño, incluso para establecer sus inexactas balanzas fiscales, utilizaban el IVA repercutido por sus empresas como si fuera un impuesto exclusivamente suyo, olvidando que este tributo lo que grava (el hecho imponible) es el consumo y que si el producto era adquirido fuera de Cataluña la atribución del mismo debería ser del lugar de la venta y no el de fabricación, aunque por cuestiones administrativas y para simplificar su recaudación  se liquide por Hacienda allí. Lo paradójico es que con el descalabro provocado por la fuga masiva de empresas (algunos calculan que ya ha salido más de la mitad de su PIB) van a conseguir que, en vez de que Cataluña aporte por encima de lo que  le transfiere el  Estado, pueda ocurrir lo  contrario y en un  futuro próximo, contribuya muy por debajo. Si eso ocurriera, además, necesitará  reclamar a otras regiones su solidaridad para, con ello, poder mantener su ritmo de gasto, su estado del bienestar y el alto sueldo de sus funcionarios y políticos y asesores que, por ahora, supera muy por arriba la media de otras comunidades.   

Hay autonomías, como Madrid y la Comunidad Valenciana, que se están frotado las manos porque les ha tocado el gordo con el traslado de sedes sociales de empresas catalanas a su territorio. A Andalucía le han correspondido dos pequeños  premios con los cambios de emplazamiento de la cervecera San Miguel a Málaga y de Pastas Gallo a Córdoba ¿Habrá influido la inestabilidad política de Cataluña para el esperanzador anuncio de las nuevas instalaciones de Torrot, cuya  principal fábrica se halla en Gerona, para elegir Cádiz? 

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