Fernado III, en una obra de Carlos Múgica y Pérez.
Fernado III, en una obra de Carlos Múgica y Pérez.

El Reino de las Españas, que perdió el artículo con las colonias externas, se ha configurado como el prototipo del Principio de Peter. Trabajito le debe haber costado, pues tiempo sí que lleva laborándolo. En el reino de España no triunfa la inteligencia; el general no veía menos por carecer de un ojo. Fue preciso y lanzó el mayor de los exabruptos perfectamente en línea con un desgraciado sentir general. “Cuanto más inteligencia más trabajo, mejor que alguien nos libere del pesado ejercicio de pensar”. “This is Spain” (ya que tanta pasión despierta la pronunciación americana a la adocenada micro-inteligencia hispánica). La inteligencia no puede triunfar por voluntad de la fuerza numérica de la mediocridad asumida, su mayor enemigo. En el reino de España gana el “muera la inteligencia” porque una inmensa, abrumadora mayoría tiene miedo a que alguien destaque siquiera un poco; el eterno pecado malvado de la envidia. Y algo más porque la lucha no es sólo contra la inteligencia, sino contra todo cuanto pueda suponer mejoría o progreso: es temor a que el trabajo, la disposición, la capacidad, el interés de unos, dejen al descubierto el desinterés, la vagancia, la desgana acomodaticia de otros.

Entre 1931 y 1936, con todos los problemas y errores cometidos por la República y las zancadillas puestas por sus enemigos, hubo políticos con cierta altura intelectual. Alguno con mucha. Pero se impuso la fuerza. En recuerdo a Aristóteles –que la filosofía sigue ofreciendo explicación a todo y solución a casi todo-, la razón de la fuerza anuló la fuerza de la razón. Lamentable espectáculo, dantesco golpe a la democracia, a la cordura, a la humanidad y al humanismo. Y todavía no hemos salido de ese estado, porque los 40 años de oscuridad han tenido más fuerza que los 40 de penumbra, porque fueron aquellos primeros 40 los que trajeron la penumbra a estos 40. Y porque es una situación larvada, preparada, febrilmente trabajada desde que, en palabras de el Perich, “En Covadonga ganaron por primera vez las derechas”. Covadonga es un lugar sombrío, una arista entre dos montes dónde jamás pudo darse batalla alguna. Eso es otra prueba. Del espíritu que movió el invento de aquella inexistente batalla. El espíritu de Alfonso III, el que se auto tituló “el Magno”, cuando se declaró “heredero directo de la raza goda” y como quería recuperar su reino los elevó a “reyes de España”, pese a que ellos nunca pasaron de titularse “del reino godo de Toledo”. Y otra más: se declaró heredero de un grupo extranjero, inadaptado y depredador, al que Osio, su contemporáneo, definió como “pérfidos, pero castos”. Más leña al fuego del “espíritu”. “Pero castos” reserva espiritual de occidente dos mil años antes de Fraga, el diplomático que tampoco inventó el turismo, pues se le adelantaron sus paisanos con la falacia del Camino de Santiago.

La victoria del “muera la inteligencia”, también muy anterior a Millán, practicada con primor por Fernando III e Isabel I, es la ruina del actual Estado español. La historia, para desgracia de sus enemigos, no sólo son “hechos del pasado”. Son hechos que han configurado la actualidad. Esta actualidad creída eterna por quienes reconocen su aversión al saber y quienes la disimulan.

El sabio pensamiento de Mao (quien no se informe que no hable) se ha trasvasado al votante y ahora también se debería decir: “quien no se informe que no vote”. Ni en el primer caso se está invitando a no hablar ni en el segundo a no votar. Por el contrario la invitación es claramente a informarse, primera necesidad y debería ser primera preocupación de cualquier persona consciente y honrada. Nos marcó la victoria de la muerte. La de la inteligencia sustituida por el maquiavelismo dio paso en 1982 a la pseudo democracia para mantener viva la herencia nefasta del nefasto espíritu de la dictadura. Eso dio el poder a los mediocres. A quienes temen quedar al descubierto por quien intente actuar con justicia y democracia.

La mediocridad trasvasada al votante: la ignorancia ahora es lo más valorado, ha entronizado a Peter y condenado a los inteligentes, los eficaces, los trabajadores, los demócratas sinceros. Inteligencia, trabajo, honradez, democracia, eficacia, derrotados por su mayor enemiga, la mediocridad, temerosa de quedar al descubierto en cuanto alguna virtud emerja mínimamente. Sólo sus responsables, los votantes, deben responder. Y sólo la práctica del Principio de Peter podrá ver aquí un alegato contra el votante. Porque muy lejos de eso, es un aviso para que no se deje arrastrar, porque no existe mayor responsabilidad que la asumida al cumplir el deber de votar, dónde elegir es decidir. Aunque muchos voten para ahorrarse decidir.

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