Guantes tirados en el suelo, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCIA
Guantes tirados en el suelo, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCIA

Sí, vale. Pero lo necesario no siempre coincide con lo posible. Dicen algunos espíritus fatalistas que el virus "ha venido para quedarse". ¿Es una amenaza? Vaya gracia. ¿Eso quiere decir que estaremos confinados el resto de nuestra vida? A los amos del mundo les encantaría, es su sueño dorado ahora que han conseguido guardar en sus cajas fuertes todo el numerario existente. El fatalismo labora a favor de quienes todo lo tienen; también hace ganar y perder elecciones; el fatalismo es más grave que el virus.

Todos los virus se quedan, o casi. El de 1918 se fue sin avisar, tal como había llegado. El de la gripe y el del resfriado, no. ¡Cómo que no! Mutan continuamente. Es como si se fueran y volvieran otros, no, no es "como". Una mutación es un nuevo virus. O el anterior cambiado, los virus son muy políticos. Sin embargo los políticos no se entienden bien con los virus. Acostumbrados no están a pedir consejo, a dejarse aconsejar, siquiera, no ya a dejarse llevar, ¡hasta ahí podríamos llegar! No necesitan escuchar porque lo saben todo; todo menos sobre virus, sus hermanos de especie. Así unas veces se critican entre ellos por el decreto de confinamiento y al rato reclaman un confinamiento; y al revés. Nos están haciendo un lío.

O no saben dónde están, o sea: son la encarnación en estado puro del “Principio de Peter” (Quien no lo conozca no tiene más que leer el libro. Es muy diver). O no hace falta que sean tan malos, pobrecitos, que tienen derecho a errar (y algunos a ser herrados). Es muy simple: seguro desconocen el medio en que se mueven. Que ¿qué hacen ahí? Tendrán de adaptarse ¿no? y eso lleva su tiempo a los practicantes del “Principio”. ¡Angelitos! Como no tienen idea de cómo plantear algún atisbo de solución, se entretienen en peleas domésticas-parlamentarias, para ver si pueden desacreditar al de enfrente, a quien tiene el poder en este momento, aunque sólo sean capaces de desacreditarse a sí mismos, porque esa es peor forma que el confinamiento para acabar con el virus. Y no hablemos de la vacuna, tan deseada, que eso requiere página aparte.

La cuestión es que entre refriega y refriega, no se han dado cuenta que un gran número de sufridores, españolitos de los que votan, unas veces a unos, otras a otros, por lo normal equivocados, no gozan de su nivel de vida. Y lo peor es que no cabemos todos en el parlamento. Es más: hay niveles que ni siquiera permiten confinarse, por más voluntad que se quiera poner. Unos porque tienen el “vicio” de comer. Otros muchos y muchos de esos mismos, porque viven en una habitación. Sí, respetables señores: aunque ustedes estén sordos y ciegos a la realidad, la realidad es que miles de familias y personas obligados a separarse de su familia, viven en una habitación. En todas partes. En mayor medida en las ciudades mayores de trescientos mil habitantes. Viven en una habitación, aunque se disfrace con el eufemismo cobarde y cínico de “vivienda compartida”, porque a ustedes les sale de los… asientos. Porque la vivienda es un derecho reconocido en la Constitución. ¡Ah! Qué no lo sabían pues ¿qué hacen ahí? ¿No les suben los colores? ¿Ni siquiera eso?

El inconveniente de vivir en una habitación, muchas veces recomendado por los servicios sociales (¿Servicios? ¿Sociales? Están pervirtiendo el idioma. También) queda a la vista en las grandes desgracias. Igual que la riada de 1960 dejó en la calle a la mitad de la población de Sevilla, precisamente por la cantidad de familias “compartidoras” de vivienda, igual el Covid ha dejado al descubierto la misma miseria producto del desinterés social de quienes parecen ocupar un escaño tan sólo por el sueldo. Y por votar lo que mande el partido, es evidente.

Ustedes, señores diputados y senadores, podrán padecer una grave ceguera voluntaria. Mejor dicho: tener. Padecerla la padecemos los demás. La ceguera de ustedes la sufrimos los demás. A ver si nos enteramos. A ver si se quieren enterar: no pueden confinarse familias que viven en una habitación. No se pueden confinar tres o cuatro familias que viven juntas en 70 u 80 metros. Es de vergüenza su incapacidad, mejor su desinterés en cumplir la Constitución: miles de familias apiñadas para mantener a empresarios grandes y pequeños sin escrúpulos, mientras siguen vacías las viviendas de la debacle de 2008 y continúan buscando subvenciones para que hagan más, aunque se vuelvan a quedar vacías por sus precios inalcanzables. Pero ustedes ni se enteran. Ya han decidido la imposibilidad de otro confinamiento, pero no será por la situación de esas familias. Dais vergüenza.

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