Felipe González, la noche de su triunfo electoral hace 40 años.
Felipe González, la noche de su triunfo electoral hace 40 años.

Si veinte años no es nada, ¿cuarenta años es dos veces nada o mucho más que nada? Depende de cómo se mire. Para los pesimistas, dos veces nada. Para los optimistas, mucho más que nada. El PSOE celebra este fin de semana que hace cuarenta años ganó las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, un acontecimiento que tuvo la virtud de cerrar la complicada transición a la democracia y abrir el más largo periodo de estabilidad política del siglo XX en España. En realidad, los que cerraron la transición fueron los golpistas del 23F de 1981 (Tejero, Milans del Bosch y Armada) que, pretendiendo una vuelta al pasado, provocaron que el pueblo español diera un tirón hacia el futuro. Este pueblo, siempre dado a los movimientos de reacción.

Catorce años estuvo el PSOE gobernando España de forma ininterrumpida (en Andalucía estuvo 40) un periodo cargado de claroscuros, de quiero y no puedo, de puedo y no quiero. Sería injusto mirar atrás y concluir que esos 14 años (40 aquí) dieron como resultado un balance negativo. Como excesivo sería concluir que fue magnífico. España ha cambiado a mejor, claro que sí. En lo material, sin ninguna duda. Hoy se vive mucho mejor que antes de 1982. La España que recibió José María Aznar en 1996 tenía poco que ver con la que encontró Felipe González en 1982. Moderna, con un papel en el escenario internacional y, sobre todo, con mejor calidad de vida de la mayoría de la población. En Andalucía, los pueblos disponían de equipamientos nunca antes soñados y en ellos la vida tenía poco que envidiar a las ciudades.

El PSOE andaluz parecía imbatible. Pero entonces en los ambientes políticos de Madrid se extendió la especie de que si el PSOE seguía en el poder mucho más tiempo, la frustración de la derecha española ante la imposibilidad de ganar las elecciones podía empujarla a la tentación de métodos no democráticos. Precisamente en aquella época la derecha creó una red de intoxicadores profesionales que hizo una labor impagable para extender la sensación de que había que asumir un cambio político que regenerara la vida pública. Su labor fue fundamental para amplificar los casos de corrupción y para desprestigiar la política y el sindicalismo. Era verdad que el PSOE estaba aquejado de una enfermedad, la corrupción, que evolucionó a mortal de necesidad. También los sindicatos. Pero también era verdad que se organizó una estrategia de desprestigio con el argumento principal de que todo en la vida pública era corrupción y que sólo la salida del PSOE del poder podía acabar con ella.

Ese mensaje fue demoledor y en 1996 le dio el triunfo al PP, partido que tardó un suspiro en ver cómo le brotaban iguales o peores casos de corrupción, con Valencia como principal foco infeccioso. El descrédito de la gestión pública, unido al analfabetismo político generalizado, han generado un estado de rabia y desánimo en el que medra todo tipo de populismo. En mi opinión, el error mayúsculo de la política del PSOE no fue de gestión al frente de los gobiernos. Ni siquiera el haber sido incapaz de detectar a tiempo y cortar de raíz la corrupción. El gran fracaso se fraguó en el abandono del trabajo político de base, en el cierre de sus agrupaciones de barrio que controlaban la gestión cotidiana y pedía explicaciones por lo hecho, en la liquidación de las asociaciones de vecinos. 

Los dirigentes socialistas empezaron a perder las elecciones mucho antes de 1996. Ocurrió el día que decidieron volcar todo el esfuerzo en gobernar olvidando para quién y, sobre todo, con quién. En otras palabras, el día que dejaron que la soberbia les cegara. Ése es, y no la corrupción, el gran mal de la política. La incapacidad de entender que importa más gobernar con el pueblo que para el pueblo. Para el pueblo gobiernan todos, o eso dicen. Pero con el pueblo gobiernan pocos, por no decir ninguno. Más que la malversación de fondos públicos, al PSOE lo debilitó la malversación de la ilusión generada en el empellón del 28 de octubre de 1982. Aquello ocurrió porque hubo un partido y un pueblo que pactaron trabajar codo con codo para salir del atolladero del franquismo. Cuarenta años después, ¿dónde quedó aquel pacto? 

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