Javier Milei, ondeando la bandera argentina.
Javier Milei, ondeando la bandera argentina.

Todo se agolpa. “Y, sobre todo, buenas noches a todos los argentinos de bien”. Tantas veces escuchamos hablar de los españoles de bien. “Las ideas de nuestros padres fundadores, que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser la primera potencia mundial”. No importa que nunca Argentina fuera la primera potencia mundial o que España estuviera en bancarrota cuando su dictador moría en la cama.

Todo se agolpa, empezando por la pobreza y el miedo a volverse pobre. Los grupos de personas ricas cada vez son más exclusivos y más voraces. La pobreza aumenta y la concentración de la riqueza va quedando cada vez en menos manos. Es ahí donde empieza a desarrollarse el discurso de la pseudo libertad, tan cautivador, que desvía la atención del origen del problema y lo resitúa. Así, se niega que los orígenes de la pobreza se encuentren en una distribución defectuosa de la riqueza, se acusa a quienes padecen pobreza de ser ellos mismos los responsables de su pobreza y se llega a afirmar que la justicia social es una aberración, lo que afirma con mayor ahínco la responsabilidad del pobre en su pobreza.

Sumado a esto se hacen discursos grandilocuentes sobre la riqueza pasada de la nación y de sacrificarlo todo por recuperarla, porque al recuperarla habrá riqueza para todos. Algo que de ninguna manera ocurrirá, dado que los sistemas de distribución social, en que se basan toda esta construcción ideológica, lo impiden. Si Estados Unidos fuera el ejemplo de buen funcionamiento de esa ideología no vería aumentar la pobreza, que ya alcanza a casi 38 millones de personas, según los datos más benévolos.

El problema de seguir insistiendo en la idea de una nueva aristocracia de ricos que habrían nacido para serlo y que nadie tendría legitimidad para interpretar que su riqueza se funda en la casualidad y en la suerte, y en los bienes que nos pertenecen a todos los seres humanos, junto a una nobleza que incluye a los hidalgos, esos seres orgullosos de un título y de una patria, el orgullo de ser clase media trabajadora con una hipoteca impagable y siempre en el filo del abismo. El problema, digo, es que esta ideología se toma como si fuera el orden natural de las cosas y no lo es. No hay un orden natural, hay un desorden completo e injusto que permite a la aristocracia hacer uso de todo lo que es común para beneficio propio. Y una religión dedicada a explicar que ese orden natural de las cosas sí existe, aunque no exista.

El miedo a ser díscolo, a poner en duda ese orden natural de las cosas que impida hablar sobre todas las cosas de la Humanidad, ese espíritu democrático, es visto con negatividad y con desprecio. De la mano de las ideologías del XIX se ha venido fraguando la nueva Edad Media en la que ya será posible, según parece, el libre comercio de órganos humanos.

La glorificación de la riqueza por encima de todo, como un valor absoluto y supremo, y la puesta a su servicio de la pseudo libertad, son las que hacen posible el triunfo de los neoliberalismos tendentes al totalitarismo. En España ha sido la unidad de todo el resto del Parlamento la que ha frenado el neoliberalismo totalitario; en Argentina es todavía un gran interrogante cuánto podrá frenar el Parlamento, o querrá, al reintento neoliberal, ahora de la mano de Javier Milei y Mauricio Macri. Sin Macri nunca Milei hubiera ganado de forma tan rotunda las presidenciales.

La insistente idea expresada por Javier Milei de que su idea es nueva se hunde con la necesidad del macrismo para ganar y, ahora, para gobernar. La supuestamente odiada casta resulta ser el mejor aliado de un neoliberalismo que ya se practicó en la dictadura, luego con Menem y la última vez con Macri. Milei es solo un intento más de borrar a la sociedad democrática argentina de la mano del neoliberalismo. El peronismo, ese espacio complejísimo, no solo no da las respuestas necesarias, sino que incluso llegó a favorecer el neoliberalismo.

No solo es una discusión económica, que nunca lo es, porque economía es política. Ni uno solo de todos los consensos democráticos tras la dictadura argentina quedan a salvo. La diferencia con España es que los consensos democráticos tras la dictadura exigieron que la propia dictadura quedara intacta.

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