La provincia de Cádiz, su costa, ha creado en la memoria colectiva española una imagen de paraíso veraniego relajado. Su carácter histórico asocia estas playas y muchas de sus poblaciones, a unos modos antillanos, lentos, más cercanos a la vida hippie que al lujo y la sofisticación reservada a unos pocos y caros días anuales de descanso.
Esas clasificaciones, generalizaciones, están llenas de horrores y errores pero son necesarias para simplificar. Así, las urbanizaciones de lujo, para carteras infinitas, se ubican en la Costa del Sol, sobre todo. El turismo masivo extranjero que impone su idioma y sus hábitos de ocio, en tramos de la Costa Brava, Canarias y Baleares. La fiesta alucinógena, anarcohedonista, hace pensar en Ibiza.
El reposo de la aristocracia estaría en San Sebastián, Cantabria o algún punto de Galicia. Las escapadas grupales de los pensionistas, en Benidorm. Dentro de todas caricaturas de trazo grueso, que mezclan tópicos y precedentes reales, a Cádiz le toca un turismo de chanclas o pies descalzos y pareo, en entornos algo informales pero llenos de una supuesta sencillez, un presunto encanto perdido: chiringuitos, pueblos blancos, puestas de sol, pescadores, atún...
Las primeras construcciones se realizaron en 1974 y cinco décadas después Roche acoge a más de 9.000 residentes en verano pero apenas 400 el resto del año
La realidad llena de excepciones y matizaciones todas esas creencias. En la provincia de Cádiz también hay urbanizaciones que concentran las segundas (o terceras, o cuartas) residencias de personas, españoles, europeos, con un alto poder adquisitivo. Sotogrande, en el término de San Roque, es de hecho la que concentra mayor riqueza por metro cuadrado. Vistahermosa, en El Puerto, puede representar otro segmento similar, algo más discreto. Hay pequeños núcleos de tronío económico en Tarifa (playa de los Alemanes), Sanlúcar de Barrameda (también con gran tradición en el turismo de la nobleza) o Sancti Petri.
Entre estos escenarios del turismo teóricamente rico, la memoria de los gaditanos ubica Roche, en Conil. “Es una urbanización que más de medio siglo después de su nacimiento aún no ha sido recepcionada por el Ayuntamiento, es asombroso”, afirma un ex dirigente de su comunidad de residentes.
Esa excepcionalidad administrativa es una de varias. Desde su nacimiento, e incluso durante todo el siglo XXI, la asociación interna que organiza la vida colectiva, la comunidad de residentes o propietarios, ha llegado a estar intervenida judicialmente. Aún hoy, su funcionamiento, servicios y gestiones están pendientes, en parte, de resoluciones de los tribunales y unos debates interminables. Más que edén, de cerca parece laberinto.
Trayectoria histórica y convulsa
La trayectoria de Roche como urbanización comienza según los archivos en 1964. Ese año se hizo la primera planificación urbanística oficial por parte del Ayuntamiento de Conil. Pasaron diez años hasta que, en 1974, se concedieron las primeras licencias de obras y comenzaron las construcciones pioneras. En unos meses, las casas más antiguas, las inaugurales, cumplirán 50 años de vida. Era una zona de monte bajo, las estribaciones de la lejana Sierra del Retín, un enorme pinar que desembocaba en unos bellísimos acantilados.
La urbanización pionera fue impulsada la sociedad pública Roche Sociedad Anónima Municipal (Rosam). Después fueron dos promotoras privadas las que empezarían a construir de forma real. Desde el principio, la idea pretendía reunir chalés de lujo en esa conexión de bosque y calas. Luego fue creciendo con firmas como Promotora Roche SA, siempre con el faro del puerto conileño en un extremo y las playas chiclaneras al otro.
Las primeras viviendas fueron pensadas y levantadas como pequeñas mansiones “para un comprador de alto nivel económico, aunque al final, para culminar la venta de todo lo construido, ya décadas después, también se atrajo a otro público, funcionarios, jubilados, hacia unos chalés más modestos y también más alejados del mar”, detalla Felipe Segundo, presidente de la comunidad hasta hace cuatro años.
La ubicación privilegiada siempre tuvo una traba en la falta de servicios públicos y privados que aportaran cierta normalidad y comodidad a la estancia, temporal o permanente en aquel paraíso. “Hasta la zona de tratamiento de aguas residuales depende de la urbanización, sus vecinos tienen que costearla, encargarse del mantenimiento, no depende de la red pública. Eso no sucede en ningún otro sitio de la provincia”, detalla Juan Carlos Ortiz, otro histórico propietario.
Las dificultades con la limpieza, la recogida de basuras, forman otro capítulo clásico de las quejas de los rocheros, que así se autodenominan los residentes fijos. “Al final, siempre hemos estado al margen de todo, para lo bueno y para lo malo. Esto es muy tranquilo pero, en cambio, faltan muchas cosas. Pasan los años y así seguimos”, lamenta Amparo Téllez, una pensionista que vive todo el año en la zona.
José Carlos "sin apellido, por favor" es mucho más joven y sus quejas parecen otras cuando se baja de la bicicleta. "Vas por la costa de Cádiz, entera, desde Sanlúcar hasta Tarifa, y te encuentras unos chiringuitos maravillosos. Que pueden estar entre los mejores de España. Aquí, en Roche, tenemos un chiringuito que no está mal, es agradable, es modesto, se está bien pero no tiene nada que ver con esos. Pues como pasa con el chiringuito, con todo, con todo".
La depuración de aguas residuales o la gestión de la limpieza pública corre por cuenta de los vecinos y la urbanización no ha sido recepcionada de forma oficial aún por ninguna institución
La que fuera vicepresidenta de la comunidad, Lola Yllescas, reconocida dirigente ecologista, ya proponía en declaraciones públicas, en 2020, subir un 15% la cuota de cada propietario “para solucionar los graves problemas de limpieza que sufre la urbanización”. La recogida de basuras también va por cuenta propia. Los mismos conflictos una y otra vez a lo largo de las décadas sin que lleguen soluciones.
Aunque, por temporadas, Roche tuvo activos capilla, varios kioscos y bares, una populosa piscina pública (nada más melancólico que una pileta vacía con otoñales hojas dentro) y hasta un centro de reuniones ahora casi todas estas instalaciones aparecen abandonadas, cerradas. Quedan las amplias pistas deportivas, muy deterioradas al primer vistazo, una farmacia abierta, visible, y un restaurante de enorme éxito como El Timón. Algo más. Poco más.
Muchos residentes creen que la vida real, social y comercial, nunca ha llegado a asentarse y temen que nunca lo haga. Algunas mejoras, pocas, van y vienen pero nunca permanecen. “Hay que tener en cuenta que muchas personas, mayores, que viven aquí todo el año lo único que quieren es tranquilidad, quizás no echan de menos todas esas cosas porque no las buscan, no las necesitan”, reflexiona Esteban García Draxler en una pausa de su carrera diaria.
A unas cuantas semanas de cumplir 50 años, Roche se extiende ahora a lo largo de 188 hectáreas de terreno. La previsión era urbanizar más del doble pero se quedó ahí, en dos mitades de 94 hectáreas. Consume 800.000 kilowatios de electricidad al año y dispone de una red de alcantarillado de casi 43 kilómetros. Cuenta con unas 1.800 viviendas y su población oscila entre los más de 8.000 residentes de media en julio o agosto y los apenas 400 que viven todo el año.
Sólo 400 de los 8.000 residentes que llega a tener en verano viven en la zona todo el año
“Esa es una de las claves”, apunta Segundo, “la inmensa mayoría de las personas que pasan por Roche están un mes, unas pocas semanas al año, vienen a descansar, a olvidarse de todo, a desconectar absolutamente. Es su segunda o tercera residencia y no les puedes convocar a una reunión para tratar un problemón de recogida de basuras, de pistas deportivas o piscina, de iluminación o alcantarillado. No puedes esperar que se impliquen en todo eso. No les importa y es lógico. Se encargan de esos problemas en su primera residencia pero no quieren afrontarlos en su lugar de vacaciones”.
Los que sí participan de las necesidades diarias son, por tanto, los fijos, los vecinos, los de mayor edad, los de menor número. Los enfrentamientos judiciales y personales entre los que quieren incrementar los servicios públicos y comerciales, convertirlos en algo permanente, y los que acusan a esos dirigentes de aprovecharse han sido constantes desde 1980.
El último proyecto, también en peligro
Mientras los enfrentamientos entre vecinos o antiguos dirigentes suman décadas de antigüedad, las sentencias o resoluciones judiciales se retrasan y las acusaciones de indolencia al Ayuntamiento de Conil se vuelven históricas, el último gran proyecto también se tambalea.
"A los que vienen en julio o agosto no les puedes convocar a una reunión para tratar un problemón. No les importa y es lógico. Vienen a desconectar, a olvidarse de todo"
El Club Social y Deportivo Roche se presentaba a principios de este 2023 con el informe favorable del Ayuntamiento de Conil. Dividido en dos fases (gran centro social con gimnasio de alto standing, en la primera, y complejo de renovadas pistas deportivas, en la segunda), ofrecía compartir parte del capital inicial de la sociedad en 300 títulos particulares, de residentes. Sus dueños tendrían la consideración de copropietarios, con ventajas sobre el resto de usuarios futuros.
Los dueños de viviendas en Roche tenían prioridad hasta septiembre, mes en el que los títulos han pasado a estar a disposición de cualquier interesado, viva allí o no, el tiempo que sea. Las dos parcelas, para las dos fases, suman 15.000 metros cuadrados.
Uno de los dos edificios de esta fase constaría de 4.230 metros cuadrados de superficie. Acogería un gimnasio de alta gama, con horario de 8 a 23 horas, de lunes a domingo. En este bloque están previstos aparcamientos en el entorno, garaje subterráneo para los socios, jardines y una piscina de 200 metros cuadrados. En la planta alta, el proyecto contempla una segunda piscina de 25 metros para la práctica de la natación.
Un segundo inmueble de esta primera fase estaría formado por otro edificio capaz de acoger eventos particulares y empresariales, presentaciones y reuniones. Contaría con cafetería y restaurante, diferenciados de los salones de actos, así como guardería, parque infantil, zona de lectura y biblioteca.
En una posterior segunda fase, el proyecto acometería la reconstrucción del área de pistas deportivas al aire libre, distante apenas 50 metros del conjunto de Centro Social. En 10.940 metros cuadrados de dichas pistas está previsto instalar cuatro canchas de pádel (dos de ellas techadas); tres pistas de tenis; una de fútbol sala; un campo de fútbol-siete de césped artificial; una pista de baloncesto; pista de skate; piscina cubierta de 25 metros; gimnasio; aseos y vestuarios.
"Este proyecto de nuevo Centro Social y Deportivo revalorizaría y completaría la urbanización"
El promotor, Felipe Segundo, cree que esta iniciativa vendría a paliar la crónica falta de servicios que ha sufrido la organización: “Es un proyecto ilusionante, con un presupuesto importante. Pensamos que mejoraría los servicios que ofrece Roche, revalorizaría y completaría la urbanización”.
Sin embargo, el proyecto está en peligro. Su promotor asegura que la respuesta de los propietarios ha sido irregular, unos 50 se habrían hecho con participaciones, de las 300 disponibles. Como obstáculo añadido, el área que comprende la segunda fase, con las pistas deportivas, está sometida aún a una resolución judicial tras la demanda de una residente.
El proyecto que podía ser la tarta del 50 cumpleaños de la urbanización de Roche puede acabar, si se confirma su paralización, en el certificado de la decadencia de una urbanización de lujo que nunca ha conseguido ejercer esa función de forma permanente.
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