El Pepón está en la luna: aquel trovador que fue el doble del Pali

La peña sevillista de Los Palacios homenajea a título póstumo a un artista que lo mismo cantaba sevillanas que daba pregones, ejercía de capataz o imitaba hasta el delirio a aquel Francisco Palacios de las sevillanas lentas

Luis Miguel Murube Begines, 'El Pepón'.
Luis Miguel Murube Begines, 'El Pepón'.

Fue uno de los primeros socios de la peña sevillista de Los Palacios y Villafranca y en la noche del jueves se le rindió, en su sede de la calle Huerta, un sentido homenaje ahora que se van a cumplir dos años de su repentina marcha, seguramente a la mejor cara de la luna a la que también le cantó... Luis Miguel Murube Begines hubiera disfrutado del sarao que se le dispensó este jueves, con presencia de su mujer, sus hijos y sus nietos, y es seguro que habría reído a carcajadas mientras pelaba gambas, habría cantado por el Pali con una copita en la mano, lo habría imitado hasta la extenuante hilaridad de los presentes, habría concatenado chistes y habría pedido más vino para brindar por la vida, y tal vez hubiera soltado aquello de que “hoy lo paga Luis de Vargas”. Era el único que faltaba entre los sevillistas que tanto lo querían, y su vacío se notó. 

Se notaba en vida cuando se iba antes del último en cualquier quedada, ya fuera una reunión cofrade de la tertulia El Último Varal, una charla en El Casino o una tardeá que deviniera en cante del que duele en la taberna de Currón. El Pepón, como todo el mundo conocía a Luis Miguel en este municipio del Bajo Guadalquivir, se hizo querer toda su vida de apenas 65 años, hasta que la muerte vino a por él a traición, como suele.

Era un auténtico personaje, un icono inconfundible, una personalidad inimitable y uno de esos embajadores de su patria chica capaz de renunciar a un trabajo en la Mancha, tierra tan quijotesca como él, por la sencilla razón de que lo golpeaba la nostalgia por su pueblo cada atardecer. “Mi padre fue la persona que más ha querido a su pueblo de todas las que yo he conocido”, dice su hijo, también Luis Miguel y también Pepón, el apodo familiar que heredaron de su abuelo “porque parecía una muñeca pepona de aquellas de la feria”. 

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El Pepón, en una imagen de archivo. 

Al Pepón lo reconocía aquí todo el mundo porque era la cara más célebre de entre los juglares que seguían empatizando con el pueblo, y no había evento cultural o folklórico en el que no tuviera él una vela bien encendida… No solo perteneció a todas las hermandades, sino que quizá haya sido el único palaciego que formó parte de todas las juntas de gobierno de todas las cofradías, fueran de gloria o penitencia, aunque su corazón latiera especialmente para su Hermandad del Rocío, para la de los Servitas, para su Virgen de las Nieves, a la que ha tenido que ver coronarse canónicamente ya desde la luna… Pregonó todas las fiestas, declamó a todos los poetas con sentido de pueblo y fue costalero del Cristo de la Misericordia y de la Virgen de los Remedios, capataz del Gran Poder y de Nuestra Señora de los Ángeles, del Cautivo y hasta de la Inmaculada.

El Pepón, nacido en 1957, participó en el germen de todo lo que oliera a cultura nueva en la nueva era democrática, ya fueran las primeras conexiones radiofónicas cuando en el pueblo nadie pensaba todavía en la radiotelevisión municipal o en los primeros grupos de sevillanas que él bautizó siendo adolescente. Luego vino aquella aventura de Voces de las marismas, el grupo profesional que lo llevó por media Andalucía cantándole a la tierra con ese gusto que solamente él sabía transmitir con su compás de sangre gorda y su deje de andaluz sin prisa en las cosas sentidas que verdaderamente importan.

El Pepón, profundamente religioso, no tuvo empacho en que hasta los curas le tiraran de las orejas por sus atrevimientos carnavalescos, y tampoco renunció durante años a convertirse en el presentador oficial de la caseta municipal de la feria, adonde acudían llevados de su mano los grandes artistas de aquellas últimas décadas del pasado siglo, solo porque lo conocían a él. Sin duda, ningún artista lo conoció tan bien como El Pali, a quien llegó a imitar con una perfección escalofriante. “Yo conocí a Paco en su casa, allá por 1975”, solía contar él, “cuando me coloqué en Sevilla de electricista”. “Me senté muchas veces con él a charlar, y era una persona con un conocimiento profundo de su ciudad sin haber pisado la Universidad”, dejó dicho de su admirado Francisco Palacios, para quien pidió repetida e infructuosamente al Ayuntamiento palaciego “una calle, una plaza, un algo”, entre otras razones por la vinculación que él mismo había creado entre Los Palacios y El Pali y por el apoyo de este en el nacimiento de la Hermandad del Rocío, en los albores de la democracia. Se murió sin conseguirlo. 

La Asociación del Pali de Sevilla, en agradecimiento de todas formas, ha pedido también repetidamente al Ayuntamiento de Los Palacios “una calle o una plaza” para El Pepón. De momento, ningún grupo político se ha dado por aludido para llevar la propuesta al pleno, pero la familia de Luis Miguel se sintió muy halagada el año pasado cuando la Asociación de Palistas, la que organiza anualmente una ruta palista por los lugares del genio –desde Triana a Sanlúcar y desde Jerez a Los Morales- financió una placa de reconocimiento en el último domicilio de El Pepón… También fue un reconocimiento inolvidable el hecho de que el escultor Jesús Méndez Lastrucci –nieto del célebre imaginero- lo eligiera a él como modelo para el monumento que finalmente le esculpió al Pali en Sevilla.

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Homenaje en la peña sevillista de Los Palacios.

“He encontrado un modelo redondo y vivo para inspirarme”, dijo entonces el escultor, antes de ponerse manos a la obra y después de haberlo observado en su silla del revés, con su camisa blanca y sus gafas de aumento dedicándole unas sevillanas palistas a su abuelo. “Aquellas gafas de aumento se las regaló un señor que tenía un establecimiento en la calle Sierpes cuando vio cómo lo imitaba mi marido”, dijo Amparo, su mujer de toda la vida, que sabe bien el aprecio que la familia de El Pali y el resto de palistas le tienen a su difunto esposo. “La ruta palista empezó por veinte y ahora participan más de cuatrocientos”, advierte el hijo del Pepón, a quien se le saltan las lágrimas de emoción cuando habla de su padre, mientras tiene en brazos a la hija que el abuelo no ha podido conocer. 

Hasta cuando hablaba de su faceta más formal, la de trabajador en la notaría de su pueblo, El Pepón lo hacía con una gracia singular: “Yo no tenía estudios, pero llamé al notario cuando me enteré de que iba a venir y le dije que conocía mi pueblo como nadie”, contó poco antes de morir. No exageraba, y el notario pudo levantar acta de que era rigurosamente cierto. También hubiera levantado fidedigna acta del cariño profesado por sus amigos sevillistas en una peña en la que también se homenajeó a otro de los socios más antiguos, todavía aquí, Antonio Campos Troncoso, más conocido en el pueblo como Antonio el de La Negrita. “El Pepón y yo fuimos de los primeros socios de esta peña cuando no tenía ni siquiera la sede aquí”, recordaba Antonio, visiblemente emocionado y escuchando en su interior, como todos, la voz inconfundible de El Pepón contando una de sus innumerables anécdotas en una noche en la que solamente él hubiera sido capaz de detener el tiempo mientras miraba el misterio insondable de una copa al trasluz. 

Sobre el autor:

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

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