Ni siquiera la pandemia del covid, que tanto hizo por nuestro recogimiento y por la solidaridad con las economías de barrio, pudo frenar la gran crisis que siguió desatada a continuación con las librerías de toda la vida, de modo que en estos últimos años han ido apagándose esos faros de luz cultural que suponían aquellos libreros que, además de vender libros, eran también lectores, tertulianos, consejeros y amigos.
Capitales de provincia como Sevilla se han ido quedando estupendas con otras tiendas de libros casi como grandes superficies, pero a muchas otras librerías de toda la vida les ha ido pasando como a las panaderías que alguna vez tuvimos en la esquina, con la milagrosa diferencia de que estas cierran en cuanto dejan de ser rentables y a las librerías todavía las sostienen “el amor por el libro, por el barrio”, según dice Pablo González, el dueño de la céntrica librería El Perro, orgulloso de que “es la única librería que existe en el barrio de El Museo” pero consciente de que el oficio, por sí solo, no da para vivir.
De hecho, Pablo Gonz, que es como él firma los libros en su faceta de escritor, sigue siendo literato a tiempo completo además de pintor, encuadernador y vendedor de grabados, cerámica y hasta creativos imanes que juegan con históricas portadas y célebres autores en modo irónico, como “Solo cien años de edad”, jugando con la conocida edición de Cátedra de la novela más emblemática de García Márquez o “PSOA”, con la cara del poeta portugués sobre el puño cerrado que normalmente sostiene un capullo de rosa en el logo del partido socialista.
Este autor de raíces sevillanas pero que ha dado mil vueltas por el resto de España y Europa se atrevió a abrir en pleno corazón de Sevilla esta atípica librería en el año 2022, justo cuando ya estaban cerrando tantas otras (Panella, Isla de papel, Yerma, ¿ubi sunt?) y además de todos esos objetos artísticos que decoran su ordenadísimo establecimiento y sus propios libros –desde Los hijos de León Armendiaguirre (Planeta, 1998) hasta la autoedición de Los cuatro movimientos-, ofrece libros nuevos y, sobre todo, libros de segunda mano que tienen la particularidad de venderse al peso.
Tal y como lo leen. Al peso: 10 euros el kilo, y da igual que el libro sea una extraña joya difícil de encontrar o un mamotreto de mil páginas. Manda el peso, y una pizarrita lo indica junto a la báscula digital donde el cliente deposita los libros que quiera llevarse. Si es una antología poética de Quevedo que solo pesa 170 gramos, pues 1,70 euros. Si son dos novelas históricas y gordísimas que pesan kilo y medio, pues 15 euros las dos.
Así funciona el negocio de los libros de segunda mano en esta librería donde estos suponen tres cuartas partes de los variadísimos títulos que el paseante se encuentra de repente en la coqueta callecita San Roque, entre la iglesia de La Magdalena y el Museo de Bellas Artes. “Yo los compro a dos euros el kilo y los vendo a diez”, dice impertérrito el librero Pablo, que también acepta donaciones y que en estos últimos años ha publicado un par de novelas con la editorial balear Sloper (Cerca del fuego y Experto en silencios) que tienen su propio estand dentro de la librería.
“Es que nuestra profesión ha estado muy romantizada”, reconoce Inma de Pando, dueña de la librería Quilombo, en la Plaza del Pelícano, junto con su socio José María Rodríguez Tous. Ambos muestran una sonrisa cargada de ironía y ternura a partes iguales, porque los dos –y llegaron a ser cinco en una soñadora cooperativa de arqueólogos- vienen de comprobar lo difícil que es sostener un negocio de estas características en una sociedad como la actual, donde casi todo se pide “vía internet, y hay que entenderlo”, insiste Inma.
Ella se desvive estos días por atender a la clientela que se deja caer por la librería y tener preparadas las cajas que van a llevarse a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que este viernes comienza su 48ª edición en la Plaza de San Francisco. También aquí la mayoría de los libros son de segunda mano, y entre los que entran porque es época de donaciones y los que salen por la feria, los dos palés centrales del establecimiento parecen volcanes de conocimiento a punto de ebullición.
El nombre de Quilombo, que es “muy sonoro”, reconoce Inma, satisfecha, lo sacaron hace más de una década, cuando montaron la librería, de un relato de Eduardo Galeano, autor de referencia en esta casa y que se refirió en uno de sus libros a la misteriosa evolución de la connotación del término. Quilombo es, en principio, una voz africana que significa “comunidad”. En Brasil, los quilombos fueron las aldeas que fundaron en plena selva quienes lograban huir de la esclavitud para empezar una nueva vida. Pero luego en Argentina, cuenta Galeano, quilombo se le decía a otro tipo de reuniones o desórdenes, incluso a los prostíbulos, “que habría que entrar en por qué esa etiqueta a los prostíbulos, pero no vamos a abrir más melones”, apunta divertida Inma.
O sea, que la idea que palpita detrás del nombre Quilombo es la de un desorden que aquí recupera su plena connotación positiva porque se mezcla el carpintero que viene a arreglar la puerta de la librería con la abuela que pregunta por algún libro infantil que puedan recomendarle y la sesuda conversación que pueda tener José María, el librero, con un cliente habitual sobre las últimas novedades de Historia de América, una de las especialidades de este Quilombo que puede extenderse todavía por la Plaza del Pelícano porque la zona no ha terminado de gentrificarse. “Aquí todavía puede uno salir ahí a tomarse un café”, dice Inma apuntando a la calle, “sin haber quedado con nadie porque en la cafetería te encuentras con cualquiera que conoces del barrio, como en un pueblo”.
Es así, mientras ella se sienta lánguida y evocadora en el sillón orejero que antes ha ocupado una silenciosa clienta para hojear un libro de Julio Camba y él embala cajas destinadas a la Feria sobre el desorden de novedades y antigüedades que campa a sus anchas sobre uno de los palés, como se comprende bien que esta librería solo podía llamarse Quilombo.
Quilombo de extrañezas, quilombo de libros raros, quilombo de autores injustamente olvidados. Quilombo de clientes que entran o salen sin decir nada mientras otros dejan que las horas muertas aplasten su conversación para llevarse finalmente gangas a tres, cinco o siete euros porque “una forma que decidir los precios de los libros de segunda mano es mirar a cómo están en IberLibro, que es como el Amazon de los libros usados, y bajarlos un poco”, explica José María.
El librero sevillano está muy satisfecho, por otro lado, con estar bien nutrido de las novedades de la editorial Akal y de algunos de los puntos fuertes de su librería, como la cariñosa manera de envolver los libros y de ornamentarlos hasta con pegatinas personalizadas. Quilombo tiene que ver, pues, con la libertad de los libros, con ese libérrimo modo de estar a placer dentro o fuera de los infinitos mundos que encierran los libros y que, a los profanos de la lectura, tal vez les parezca un lío.
Primeras ediciones para quitarse el sombrero
Muy cerca de la Plaza del Pelícano, en la calle Aceituno de este mismo barrio de San Julián, puede pasar desapercibida –porque ni siquiera hay letrero- otra de esas librerías anticuarias que encierran auténticas joyas librescas y no precisamente a precio de saldo. Se trata del gran stock antiguo y descatalogado de Antonio Bosch (www.librosbosch.com), un valenciano que se enamoró hace muchos años de la sevillana Patricia Buffuna cuando la encontró despistada y sin sombrero por el barrio de Santa Cruz. Resulta que Patricia era la hija de la responsable de la librería Trueque, Rebecca Buffuna, aquella socióloga americana de origen italiano que se casó con un sevillano y se quedó aquí para siempre.
La librería Trueque, en el Pasaje de Vila, fue hace tres lustros la última reliquia de viejo que cerró en el emblemático barrio transformado ya irremisiblemente en carne de turista. Así que Antonio Bosch, auténtico entusiasta de comprar reliquias librescas allá donde se las ofrezcan, tuvo desde el principio un referente en su futura suegra y también él se quedó aquí para siempre. “Por cosas de la vida”, dice muy sonriente, mientras se deja fotografiar con Patricia, con la que “solo me falta casarme”, asegura, refiriéndose a la oficialidad del matrimonio aunque ambos echen de menos a su hija Amalia, becada ahora con su viola en el conservatorio Reina Sofía de Madrid.
Familia de artistas y artesanos donde las haya, la pareja que conforman Antonio Bosch y Patricia Buffuna puede resultar de lo más pintoresca en el local que han comprado y comparten. “Juntos y revueltos”, reconocen solo cuando la conversación ha derivado en lo personal. Porque él tiene su librería y ella, su sombrerería artesana. Pero cada cual mantiene los límites invisibles de su territorio. Él, desde luego, andaba estos días en un desordenado desorden porque viene la Feria.
Precisamente la última que se celebró en Plaza Nueva, la 46ª edición, de 2023, ilustró el cartel y las bolsas promocionales con una imagen de su suegra en aquella librería de Santa Cruz en la que él aprendió tanto, aunque luego fuera también discípulo de Antonio Castro, uno de los libreros más veteranos de la ciudad, dedicado a la recuperación de las joyas bibliográficas de las míticas bibliotecas sevillanas y que, no en vano, presume del siguiente lema latino: Amor librorum. La librería de Castro, en la calle Sol (por Santa Catalina), es todavía uno de los templos especializados en Historia de América, en grabados antiguos y en libros desde el siglo XVI al XVIII, además de en primeras ediciones de la literatura española y americana del siglo XX.
Como Castro, también Antonio Bosch compra bibliotecas grandes y pequeñas, y libros raros y curiosos en cualquier rincón de España, aunque luego los vende no solo en nuestro país, sino en cualquier parte del mundo. Vive entre volúmenes de diverso grosor y polvo vario, y no se despega del teléfono porque a cada rato lo llama alguien que está haciendo una mudanza y quiere deshacerse de un montón de volúmenes. “Lo más habitual es que no me interesen”, dice después de terminar la conversación con una señora de Málaga. Bosch es, después de tanto tiempo, muy selecto. Así que exige primero unas fotos de la mercancía y luego se lo piensa mucho.
Solo en este local de la calle Aceituno dispone de unos 25.000 volúmenes entre los que se maneja con suficiencia. “En el almacén tenemos como 15.000 más”, explica, y se le nota que anda tan enamorado de su profesión como de Patricia, que alterna en la conversación advirtiendo de que también él es un manitas con ciertos sombreros clásicos, los de ala ancha, desde que aprendió de un maestro en Bollullos Par del Condado.
Entre las reliquias que llevará a partir de este viernes a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión se encuentra un volumen de la Nobleza en Andalucía que data de 1547, nada menos que el año en que nació Cervantes. Cuando se le advierte, se sorprende lo justo porque de esa época hay mucho por estas estanterías. La joyita valdrá en la feria varios miles de euros, habrá que decidir la cantidad exacta. También enseña seis volúmenes en tres tomos de una edición de El Quijote, de finales del XIX y en letra cursiva. Piensa venderlos por 600 euros, aunque reconoce que en la feria existe el regateo y el precio final depende del trato con la clientela.
De la que acude a su tienda, que tanto tiempo estuvo como la sombrerería de Patricia en la calle Don Alonso El Sabio, asegura que es de lo más variopinta que pueda imaginarse: desde el estudiante universitario que curiosea por sus anaqueles con miedo a preguntar hasta “un señor muy habitual por aquí que presume de tener una biblioteca más grande que la de la Facultad de Bellas Artes, y probablemente tiene razón”, pasando por un mexicano con el que ya ha consolidado amistad que lo llamó la primera vez por teléfono para que le enviara unos valiosos volúmenes a cierta dirección de Ciudad de México previa transferencia bancaria. “No me fie mucho y miré por internet por si encontraba referencias”, confiesa, “y entonces me dijo él que, si prefería, le enviase el lote de libros a su hotel habitual en Florencia”.
“Hay gente con muchísimo dinero y que valora estas joyas”, alterna Patricia, “y gente con un amor desmedido por los libros que es capaz de gastarse tres cuartos del sueldo en cuanto cobra”. Antonio asiente, mientras enseña los diez volúmenes de una Biblia de finales del siglo XVIII que también llevará a la Feria. Y un lindo cofrecito de terciopelo con volúmenes de coqueto tamaño que encierra la obra completa de Shakespeare, de finales del XIX. “Lo pondré a 250 euros”, dice, dudando, mientras lo coloca con sumo cuidado sobre otro montón de volúmenes pendientes de catalogar.
Librerías por libre
No todas las librerías de viejo que quedan por la vieja Sevilla participan en la Feria que se inaugura este fin de semana. Por ejemplo, Librería Baena, en plena calle Feria, no lo hace “porque ya desde los tiempos de mi padre quisieron controlarle los precios y determinadas formas y él no quiso, y yo tampoco”, dice categórica Carmen Baena, la tercera generación ya de una librería que se fundó en 1969 y que hoy sigue especializada en novelas del Oeste, las conocidas como “novelas de Estefanía” en referencia al escritor toledano Marcial Antonio Lafuente Estefanía, que había escrito, cuando falleció en 1984, la nada despreciable cantidad de 2.600 novelas de Western, la mayoría publicadas por la editorial Bruguera. La librería Baena sigue ofreciendo clásicos del cómic centrados en figuras ya de coleccionistas como Tarzán, El Coyote, El Cosaco Verde o El Coloso.
Igualmente por libre va la Librería Colombre, también de viejo, de la calle Esperanza de Triana. Tan por libre, que tampoco participará en la feria que comienza hoy y que ni siquiera abre a diario, sino cuando sus responsables, Pedro Gozalbes y Rafael Delgado, conciertan algún evento cultural. “Organizamos teatro, veladas musicales, cinematográficas y hasta talleres literarios con Carmen Camacho o Carlos Frontera”, dice Pedro, orgulloso además del pequeño sello editorial que da a luz cada año una o dos obras de las que suelen quedarse sin ejemplares. La última fue Escritos erráticos, del ayamontino Ricardo Álamo, que es precisamente el escritor que firma el siguiente título, ya a punto de aparecer: Libreros malditos, malditos libreros. Un recorrido por las librerías de viejo de Sevilla, Cádiz y Jerez.
El interesante recorrido, que verá la luz a mediados de octubre (“la paradoja es que lo presentaremos ya en la feria del libro nuevo”, advierte Gonzalbes), contiene 150 fotografías y una indagación en casi una quincena de librerías de estas ciudades sureñas y como “homenaje a una forma de vida en peligro de extinción”, asegura el propio Álamo en referencia al librero como “médium, prescriptor, conspirador e incluso agente cultural, que resiste frente a un tiempo hostil para las humanidades”. “Y es también un homenaje a esos lectores impenitentes e insaciables que no pueden dejar de leer porque no quieren dejar de vivir”, puede leerse en la contraportada del libro, todavía en imprenta y al que ha tenido acceso lavozdelsur.es.
El libro que edita Colombre cuenta con un prólogo de Fernando Iwasaki y un epílogo del profesor Juan Antonio Rodríguez Tous, y más allá de parada y fonda en librerías fundamentales de Sevilla como la de Los Terceros –en la plaza del mismo nombre desde 1986 y hoy ya también en la red-, Alejandría, la más reciente Boteros o ese desván de la memoria que es la librería Coleccionismo Don Cecilio, aborda otras librerías gaditanas como la de Raimundo o La Luna Vieja.
Las citas que se han elegido para el arranque de la obra son fabulosas: “La figura del librero de viejo tiene algo de trágico y de insensible como la misma muerte. Sombrío liquidador de la desgracia, en su tienda caen, al soplo de la miseria, las pilas de tomos que se derrumbaron al derrumbarse la fortuna o la vida de su propietario, y luego se alzaron bajo otros techos, y nutrieron a otras inteligencias, y encendieron nuevo fuego en nuevos corazones. Porque el papel es más duradero que la carne del hombre […] Como las armas, los libros se ennoblecen con el uso”, escribió el escritor madrileño Antonio Palomero que murió en Málaga el año que comenzó la primera de las guerras mundiales.
Hay otra cita precisamente de una librera sevillana, Belén Rubiano, que ha publicado hace poco (en Libros del Asteroide) su primer libro para los amantes de todos los libros y que se titula con el nombre de una de las desaparecidas en una plaza de esta ciudad con el mismo nombre: Rialto, 11. Naufragio y pecios de una librería. La cita, en fin, dice así: “Hay que entrar en las librerías de viejo como Marco Polo en los países que descubría: fascinado por la variedad de títulos, por las formas de organizar el conocimiento, por el orden entrópico de sus anaqueles, por las fabulosas descripciones de sus libreros y empleados cuando se les pregunta por un libro —y no miran el ordenador—, por las costumbres de sus clientes, las formas arquitectónicas o el lugar donde se encuentran… Las librerías son como pequeñas embajadas de la cultura universal, que es la gran obra de la especie humana. Cada librería es como un universo que esconde un relato del mundo”. La tercera cita, de un magnífico reseñador y periodista cultural como Guillermo Busutil, es más breve y contundente: “Las librerías de antiguo son bibliotecas de objetos perdidos”.
Al otro lado del cristal de estos escaparates mustios, aparece la cara de Rafael Rodríguez, uno de los socios fundadores de las ya famosas librerías que llevan por nombre La Botica de Lectores y que, desde que se salvaron a sí mismos en 2017 tras el cierre de Beta, se han dedicado a salvar a otras: continuaron el legado de Julio Reguera y su librería una vez que este, histórico librero de Santa Catalina, decidió jubilarse; y lo mismo han hecho últimamente con las librerías El Gusanito Lector y con Tarsis. Y por eso se ha disipado, de momento, el canto fúnebre por las librerías en Sevilla.
El legado del maestro Rivero Taravillo
Nada ha podido ensalzar más la magia libresca de esta feria que comienza hoy que la muerte, no por esperada menos dolorosa, de uno de los libreros más singulares que ha dado esta ciudad: Antonio Rivero Taravillo, a la sazón poeta, ensayista, novelista, biógrafo y traductor. Fallecido a los 62 años y solo una semana antes de que comenzara la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que él iba a pregonar, Antonio ha sido un incomparable caso de escritor total cuya casa, en pleno centro de Sevilla, daba envidia sana por sus estanterías tan hasta arriba de libros, como una de esas bibliotecas paradisíacas que Borges veía con disfrutaba con nitidez sin abrir los ojos. Especializado en las literaturas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, deja muchas decenas de libros de todos los géneros y el orgullo de haber sido el primer director de La Casa del Libro en plena calle Velázquez, que él trató de convertir en Hodges Figgis, aquella otra librería dublinesa que existía a partes iguales en la realidad y en el Ulises de Joyce. Como el Cid, Rivero Taravillo ha sido capaz de dejar esta misma semana en los escaparates de las librerías que tanto amaba la última de sus biografías, la de Álvaro Cunqueiro, publicada por Renacimiento.
El pregón de la feria no ha podido ser pronunciado por él, que hasta última hora estuvo preocupado, desde el hospital, por la maquetación del librito cuyos ejemplares hoy han volado ya, como voló su querido Luis Cernuda desde esta ciudad en la que, desde entonces, las librerías y los libros han estado siempre en crisis. Pero la noche de este jueves, en su lugar, lo leyó en el Círculo Mercantil el gestor cultural y exdirector de la Feria del Libro Nuevo Rafael Jurado, y hoy los lectores de lavozdelsur.es lo tienen completo a su disposición. Solo avanzamos aquí su arranque, algo así como el lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme para oír la voz de Antonio por los siglos de los siglos… “Hay golpes en la vida, no sé’, escribió en Trilce, ese libro misterioso y críptico, César Vallejo… Hay honores en la vida, yo no sé, podría glosar quien les habla, honores que llegan en el momento oportuno, cuando más puede uno valorarlos, entenderlos, hacerlos inalienablemente suyos. A mí me ha llegado el honor de pronunciar el pregón de la feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Sevilla en un momento en el que puede hacerme cargo, mejor que en otra etapa de mi vida, de lo que los libros viejos son y significan, porque yo mismo soy ahora uno de ellos, no tanto por razones de edad (aunque como todos voy cumpliendo años irremisiblemente) como por estar enfermo, es decir, desencuadernado, baqueteado, dolorido como el ‘descolocado mueble viejo’ que cantara Carlos Gardel…”.
