Encarna, medio siglo viviendo en una casa con cueva: de usarla como tendedero a filón turístico

Encarnación Gómez García es una vecina de Arcos de la Frontera que, en lugar de terraza, tiene una cueva comunitaria con vistas a la Sierra de Cádiz por la que cada vez se interesan más visitantes

Encarna Gómez, en la cueva que tiene a espaldas de su casa, en Arcos.
Encarna Gómez, en la cueva que tiene a espaldas de su casa, en Arcos. JUAN CARLOS TORO

Por la ventana enrejada de una vivienda del casco histórico de Arcos de la Frontera, en la considerada puerta de entrada a los pueblos blancos de la Sierra de Cádiz, se asoma Encarnación Gómez García, Encarna para sus amigos y vecinos, cuya cabeza sobresale por encima de varias macetas, que cuida con mimo.

Para llegar hasta su vivienda, una de las más singulares del pueblo serrano, hay que callejear por estrechas y empinadas vías, difíciles de sobrellevar para quien no está acostumbrado a un trayecto no apto para personas con movilidad reducida. Ni para asmáticos. 

La casa de Encarna es diferente porque en lugar de terraza, como las de sus vecinos, la suya tiene una cueva. Concretamente, una que se acerca al centenar de metros de altura, y que ofrece unas vistas espectaculares de la Sierra de Cádiz. Desde allí se divisa Medina Sidonia y gran parte de la campiña de Jerez. 

“Pasad, ¿de dónde sois?”, pregunta Encarna cuando lavozdelsur.es visita su casa, situada en la calle Altozano de Arcos, en la que reside desde hace casi medio siglo. “Aquí la que queda más vieja soy yo”, comenta. Pero a sus 78 años, y a pesar de residir en un patio de vecinos que ha perdido la vida que tenía antaño, se vale por sí misma y da muestras de su agilidad.

Encarna Gómez García puede decir que en su casa-cueva disfruta de unas vistas envidiables, solo comparables a las que gozan quienes se acercan a la cercana Peña de Arcos —coloquialmente, el balcón del coño— o el mirador de Abades, que tiene justo encima.

La experiencia de asomarse a la cueva que Encarna tiene en la finca donde vive, que comparte con otros dos vecinos, no es apta para personas que padecen vértigo, uno de los síntomas de la acrofobia, el miedo a las alturas. En un día soleado, se divisa justo abajo la caída de la Peña, la carretera que rodea al pueblo, y la campiña, con la Sierra al fondo. 

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Encarna, en el pasillo que da acceso a la cueva de su casa.   JUAN CARLOS TORO

Las vistas impresionan, pero ella, que está acostumbrada, apenas va a la cueva, salvo cuando se lo solicita alguien que quiera visitarla. Últimamente, no son pocos los turistas que se interesan. Hace unos años, los vecinos usaban la cueva para tender la ropa, pero ya ni eso. 

Una estrecha puerta metálica, situada al fondo del patio de vecinos, da acceso a la cueva. Para entrar hay que agacharse un poco y sortear los salientes de un pasillo cuyas paredes de piedra amenazan con deshilachar un jersey al mínimo despiste. Entre 20 y 30 metros tiene el pasillo, que Encarna recorre con una linterna con asa en la mano. 

Al final del pasillo, la cavidad se ensancha, y una enorme apertura deja ver unas vistas del entorno de Arcos que desde pocos lugares se pueden tener. En la cueva en sí, hay utensilios apiñados debajo de varias tablas de madera —“son del vecino”, puntualiza Encarna, ya que se usa a modo de trastero—, y al lado, varios jarrones antiguos, y algunos cubos llenos de tierra. 

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Encarna, observando las impresionantes vistas que disfruta desde la cueva.  JUAN CARLOS TORO

La cueva tiene una “barandilla”, por llamarla de alguna manera, compuesta por una tabla de madera cruzada, a la altura de la cintura, y piedras de gran tamaño apiladas abajo. Unas piedras extraídas de la misma cueva. “Esto estaba descubierto, y yo misma lo tapé”, relata Encarna, quien asegura que no le dio miedo hacerlo, ni asomarse al abismo que se vislumbra desde ahí.

Pero lo cierto es que sobrecoge. “Alguna gente me dice, vamos a ver tu casa. Y les contesto: como os pongáis tontos os enseño a volar”, comenta Encarna con sorna. “No estoy yo famosa… han venido televisiones japonesas, alemanas, inglesas…”, comenta. Y muchos turistas que, dentro de su ruta por Arcos, hacen parada en su cueva. “Una vez se me quedó uno encerrado, estaba echando fotos y se despistó. Ya lo que me faltaba…”, añade.

Medio siglo con una cueva en casa

Cuando Encarna y su marido, fallecido hace más de dos décadas, compraron la vivienda, no sabían que incluía una cueva de uso comunitario. A mediados de los 70 del siglo pasado, tras volver de unos años en Francia, se hicieron con un inmueble con unas prestaciones únicas. “Una vez aquí, empezamos a revisar y nos encontramos con esto”, dice, quitándole importancia.

Encarna y su marido se conocían de toda la vida. Literalmente. De hecho, él era amigo de un hermano suyo, y estando jugando, lo llevó a su casa para “presentarle” a su hermana recién nacida. Apenas una casa separaba la de ambos, en el Barrio Bajo de Arcos. Nada más casarse, se mudaron al país vecino, donde nacieron sus tres hijas.

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Encarna Gómez, vecina de Arcos, en la cueva de su vivienda.  JUAN CARLOS TORO

“Cuando veníamos de visita nos metíamos en casa de mi hermana y ya nos cansamos de eso”, recuerda Encarna Gómez, quien no supo qué casa había comprado su marido hasta que no vino desde el país vecino poco después de hacerse con ella. En Francia, el marido de Encarna trabajaba en una fábrica metalúrgica. Ella estuvo diez años residiendo allí, él unos 15.

En una ocasión, tras regresar de unas vacaciones, le cambiaron de puesto por uno que entrañaba más peligro, “le cogió miedo”, y se volvieron a Arcos. “Cuando llegó una noche a casa me preguntó si había terminado de deshacer las maletas. Le dije que no. Pues no las deshagas que ya mismo estamos en España, que allí la gente no se muere de hambre”, le dijo. En pocas semanas regresaron. 

Desde entonces, hace casi 50 años, Encarna vive en un patio de vecinos en la que la compañía se fue difuminando con el paso de los años. Su marido falleció, sus hijas formaron su propia familia y sus vecinas fueron muriendo. Una de las casas es propiedad de un extranjero, “que viene poco”, y hay hasta una estancia habilitada como apartamento turístico. 

Lejos quedan los tiempos en los que en el patio se juntaban para coser, jugar o simplemente charlar. Pero mientras Encarna viva, cuidará de una casa-cueva única en el entorno. 

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El estrecho pasillo que da acceso a la cueva.  JUAN CARLOS TORO

Regulación de las casas-cueva

La Junta de Andalucía, dentro de la denominada Ley de Impulso para la Sostenibilidad del Territorio de Andalucía (Lista), incluye por primera vez la regulación de las denominadas casas-cueva, en las que a diferencia de la de Encarna, habitan familias.

Estas viviendas tienen una gran importancia en ciudades como Granada, donde destaca el caso del Sacromonte, pero también hay casas-cueva en más de una veintena de municipios de la provincia. Así como en localidades como Cuevas de Almanzora o Canjáyar en Almería; y también Arcos de la Frontera o Setenil de las Bodegas en Cádiz.

"La Lista va a paliar el vacío legal existente hasta ahora en torno a las casas-cueva y que hacía complejo adaptarlas a las necesidades actuales de sus moradores", decía hace unos meses la consejera de Fomento, Articulación del Territorio y Vivienda de la Junta, Marifrán Carazo. "Al permitirse la ejecución de actuaciones urbanísticas en los barrios de cuevas, para mejorar las dotaciones y su entorno, se podrá fomentar el uso turístico de un tipo de vivienda singular y por ello con indudable atractivo", agregaba.

La Ley recién aprobada define la casa-cueva como una "forma de asentamiento tradicional caracterizado por la ocupación del subsuelo de un determinado ámbito geográfico mediante cuevas destinadas en su mayor parte a uso residencial". Y distingue entre cueva (edificación adosada al terreno natural con una superficie inferior al 50% de la superficie total); barrio de cuevas (zona de suelo urbano ocupado por un hábitat troglodítico) y municipios troglodíticos, que son aquellos donde más de un 15% de las viviendas existentes en el suelo urbano son cuevas, más de un 50% del suelo urbano está formado por ellas o las mismas son un elemento singular del municipio. Un patrimonio que vale la pena conservar.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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Comentarios (2)

Francisco Hace 1 año
Muy interesante información. Gracias
Juan Jesus Hace 1 año
Encarna es la alegría en persona, buena, optimista, luchadora, es de esas personas que si tienes un mal día y te la encuentras, solo con su saludo te cambia el ánimo.
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