Diego Cañamero, viaje del Congreso a completar la pensión 'rebuscando' aceitunas

"Las pensiones no pueden llamar a tu puerta en forma de hambre", se queja quien fuera alcalde de El Coronil, líder del SAT y diputado de Podemos, que tiene más de 44 años cotizados en el régimen agrario

Diego Cañamero, jubilado y rebuscador de aceitunas. JUAN CARLOS TORO

Viéndolo coger aceitunas, agachado en el suelo, o escudriñando entre ramas, nadie diría que Diego Cañamero (Campillos, Málaga, 1956), tiene 69 años recién cumplidos. “Me siento bien, fuerte, con ánimo, soy joven de espíritu”, comenta quien fuera diputado de Podemos en el Congreso de los Diputados, y antes alcalde de su pueblo —no de nacimiento, sí de desarrollo vital—, El Coronil (Sevilla), durante dos etapas (1987-2001 y 2016-2019). Y activista sindical. Y tantas otras cosas.

Lo triste, dice, es que tenga que hacerlo obligado para poder complementar su pensión. Después de cotizar más de 44 años en el régimen agrario, cobra 798 euros. Estaba esperando que se aprobara en el Congreso la revalorización de las pensiones, pero se ha quedado con las ganas tras ser tumbado el decreto ómnibus que lo incluía por PP, Junts y Vox. 

Cañamero, como tantos miles de pensionistas de todo el país, tendrá que esperar. Mientras, seguirá “rebuscando” aceitunas para ganarse un jornal, como ha hecho tantos años de su vida. Desde su más tierna infancia. No conoce otra cosa, de hecho. 

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Cañamero, con aceitunas recién cogidas del suelo.  JUAN CARLOS TORO

Entre octubre y enero, o febrero, según el año y el precio al que está la aceituna, Diego Cañamero dedica las mañanas de estos meses, desde que está jubilado, a coger kilos y kilos de este fruto. Al menos 100 kilos por jornada, para que le salga rentable. 

Lo llama rebuscar porque él y su socio y amigo, Manuel Zafra, llegan cuando ya han pasado las máquinas. Entonces, piden permiso a los dueños de las fincas para entrar ellos a coger lo que se ha dejado atrás la tecnología. 

A las seis de la mañana ya está despierto. Desayuna, escribe algo en sus redes sociales —un ritual que rara vez traiciona— y se cuelga del cuello el macaco. Así se llama el cesto de mimbre que utiliza para ir depositando las aceitunas que recoge a toda velocidad. El suyo, de fabricación artesanal, tiene cintas cruzadas, para que no sufra la espalda.

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Cañamero, en su casa, poniéndose el macaco con el que recoge aceitunas.   JUAN CARLOS TORO

Luego, se monta en el coche de su amigo Manuel y van a la finca que hayan planificado para esa jornada. Alrededor de El Coronil, tierra de larga tradición agrícola, hay muchas. Y las conocen todas. En unas cinco horas, se traen de vuelta 100 kilos cada uno. Con unos 200, pueden decir que han amortizado la jornada. Este año, el kilo de aceituna se paga a 30 céntimos. El anterior, a un euro. Hay que trabajar el triple para tener la misma ganancia. 

“La verdad es que me gusta, pero no tendría por qué tener necesidad de complementar así mi ridícula pensión”, comenta Cañamero cuando lavozdelsur.es lo visita en El Coronil, durante una jornada de trabajo. Y ahí sale el Cañamero más político, el más reivindicativo: "Las pensiones no pueden llamar a tu puerta en forma de hambre, es una injusticia. Eso es inhumano e injusto".

"Cada vez que salimos al campo, no cotizamos mucho, pero el jornal lo ganamos. El convenio está en 55 o 56 euros diarios. Eso ganamos más o menos todos los días cuando faenamos", dice Cañamero, jubilado y "rebuscador" de aceitunas por obligación. 

Los jornaleros, como es su caso, no se pueden prejubilar. Para culminar su vida profesional a los 65 años, deben tener 38,5 años cotizados. Otra vez, la reivindicación: "Los trabajadores del campo somos los que más cotizamos, un 11,5%, ¿por qué tenemos que tener una pensión un 30 o un 40% más barata que el resto?".

"Esa es nuestra queja y eso es lo que yo estuve llevando al Congreso los Diputados", recuerda. A Cañamero le costó que la Cámara Baja aceptara que siguiera cotizando en el régimen agrario durante su etapa como diputado. De los 44 años, ocho meses y 26 días que tiene en su vida laboral, solo cinco meses y tres días son en el régimen general. Empezó cobrando, al jubilarse, algo menos de 650 euros de pensión. 

Durante su etapa en Madrid, donde llegó tras conseguir el escaño por Jaén —lo hizo en homenaje al sindicalista Andrés Bódalo, encarcelado tras ser condenado por agresión, al que sustituyó—, abanderó varias luchas jornaleras. Una de las principales, una proposición no de ley para impulsar un nuevo subsidio agrario que eliminara las peonadas como requisito para cobrarlo. Solo votaron a favor Unidos Podemos, donde estaba enrolado Cañamero, Esquerra Republicana, Compromís y Bildu.

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Diego Cañamero, rebuscando aceitunas en una finca cercana a El Coronil.  JUAN CARLOS TORO

Quien fuera también fundador del Sindicato de Obreros del Campo (SOC), en 1984, y su secretario general durante más de dos décadas, dejó de serlo para liderar el Sindicato Andaluz de los Trabajadores (SAT), entre 2007 y 2015. A pesar de su larga trayectoria política y sindical, presume de no haber cobrado sueldos públicos. Lo lleva a gala. Aún a sabiendas de que, con el tiempo, se iba a encontrar en la situación actual: jubilado con una pensión modesta. Lo asume como parte de su compromiso.

"Siempre he estado orgulloso de cobrar como un jornalero. Para mí, la política nunca ha sido una profesión, siempre ha sido devoción", señala. "Cuando estaba en el Congreso, me costó que lo aceptaran, pero no quería estar dado de alta en el régimen general, como el resto de los diputados", dice. Y añade: "Jamás he ido a trabajar al PER, que también es régimen general y se cotiza un poquito más, pero siempre me he negado". La pureza política llevada al extremo.

De camino a la finca en la que rebuscará aceitunas, con lo que busca paliar el agujero de su pensión, sigue contando: "Nunca he querido ningún privilegio. Jamás. Estuve de alcalde diez años y no estuve dado de alta en la Alcaldía", insiste. Al Congreso llegó a llevar, firmada ante notario, su renuncia al aforamiento. Un gesto simbólico, porque no se hizo efectivo. Pero rechazó dietas de desplazamiento, un seguro de vida... y de los 4.600 euros mensuales que le correspondían, se quedaba con 1.300 euros. El resto lo donó a entidades sociales y sindicales. Unos 75.000 euros de toda su etapa como parlamentario.

De vuelta a su pueblo, estuvo un año sin poder cobrar subsidios. Ni él, ni su mujer. "La ley dice que no podíamos pasarnos del 75% del salario mínimo, y según lo cobrado esos años, tuvimos que estar sin poder solicitar desempleo ni subsidio agrario", cuenta. O sea, ¿ser político le costó dinero? "Mi vida sindical y política siempre me ha costado el dinero, porque nunca he cobrado más, incluso he perdido días de trabajo", responde.

El Congreso, puro "teatro"

"El Congreso está diseñado para que te olvides de dónde vienes, para que no te acuerdes de la clase a la que representas. Una vez que pasas de los leones para dentro, todo son privilegios: alfombra roja, tablet, móvil gratis, ordenador, secretaria, un sueldo que nadie cobra...", rememora Cañamero.

En sus cuatro años como diputado, ni un café se tomó en la cafetería del Congreso. Ni a ese "privilegio" se rindió. "Un menú valía ocho euros, y a un albañil en la calle le costaba catorce", se queja.

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Aceitunas recogidas por el líder sindical.  JUAN CARLOS TORO

No tiene muy buenos recuerdos de aquella etapa: "Cuando las sesiones comenzaban a las tres de la tarde, no había nadie. Como muchos se quedaban dormidos en el escaño, para que nadie les echara fotos ni los pillaran las cámaras, se quedaban en sus despachos durmiendo la siesta".

"Es una especie de teatro, a ver quién dice la frase más bonita, pero no se discute nada, no se acuerda nada, solo los Presupuestos Generales del Estado". De aquello le queda una espinita, que no saliera adelante la que llama Ley jornalera, que elimina el requisito de las peonadas para cobrar el subsidio agrario. "Acababa con el pillaje, para que la gente no tuviera que recurrir a los empresarios para comprar peonadas", incide.

"Me preparé mucho esa ley, para dignificar a un sector tan maltratado históricamente. Una vez se aprueba, pasa al Senado, después tiene que volver al Congreso... y luego el Gobierno la aplica o no la aplica. O sea, no es vinculante", se queja.

Jornalero desde los 8 años

Diego Cañamero, el cuarto de once hermanos, no fue al colegio ni un solo día. Empezó a trabajar desde muy pequeño. "No teníamos para comer". Así de simple, así de crudo. Con ocho años, hacía de espantapájaros en arrozales, en la provincia de Huelva. Con once, se estrenó "rebuscando" aceitunas. Ahora tiene 69 y sigue haciéndolo. 

Cuando rozaba la mayoría de edad, se fue a Cataluña a probar suerte. Estuvo un día dado de alta, pero trabajó tres meses. En Sevilla, previamente, estuvo contratado tres meses en la construcción. Es de lo poco que ha cotizado fuera del régimen agrario.

De aquella época le viene su sordera, sobrevenida. Por el oído izquierdo no oye nada desde que un guardia civil, tras verlo con aceitunas "rebuscadas", le diera un bofetón con el que le reventó el tímpano. 

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Cañamero, faenando en una finca de olivos.   JUAN CARLOS TORO

De tierras catalanas se volvió porque su padre estaba enfermo y tenía que hacerse cargo de sus hermanos pequeños. Siete, concretamente. Hacía turnos de noche, en un molino. De día, rebuscaba aceitunas. Jornadas interminables para llevar comida a casa. 

También tuvo otros "trabajos", por llamarlos de alguna manera. Ha recogido, por unas pocas monedas, los pájaros que cazaban señoritos en fincas privadas. "Iba como si fuera un perro", dice. Recuerda un día especialmente, cuando "había mucha escarcha", y corría a recoger pájaros caídos, descalzo, calándole el frío de punta a punta de su cuerpo.

"Cuando acabaron, no me sentía los pies". Pero lo que más le dolió fue que, cuando los señoritos se sentaron a comer, no le ofrecieron —a él y a otros dos niños que hacían de recogepájaros— "ni un pellizco de pan". Al terminar, les daban una "propinilla". 

Acto seguido, cuenta otra vivencia con choque social: "Unas navidades, a todos los trabajadores del cortijo en el que mi padre era mayoral, para reírse de ellos, antes de darles una bolsita con mantecados y aguardiente, los hacían torear una vaca". El pequeño Diego no se libró. En una pequeña plaza de toros, hasta dejó clavados los zapatos de tela que le había comprado su madre con mucho esfuerzo. Que guardaba solo para las fiestas. Todo, mientras los señoritos estaban en el palco, riéndose y gritando. "Esa humillación la he vivido", apunta. O ver cómo disparaban a las latas de tomate que tenía su madre, a modo de macetas, para "afinar la puntería". Por puro ocio. 

Estos, y otros muchos episodios, marcan la infancia, luego adolescencia y adultez de un Cañamero que se va haciendo cada vez más rebelde. Su madre le contó cómo a su abuelo materno lo mataron fascistas durante la Guerra Civil. Ella se quedó sin familia. También su abuelo paterno fue asesinado. Su abuela paterna estuvo en la cárcel, sus tías también. Un hermano de su padre fue asesinado cuando tenía 18 años.

A su madre, huérfana, sin abuela, sin hermanos, sin asideros familiares, la acogió una vecina, que la crio en su casa. En ella vivía un hijo, que tenía doce años cuando la madre de Cañamero contaba con nueve. Con el tiempo, se enamoraron y se casaron. Y tuvieron trece hijos —once sobrevivieron—. Uno de ellos, con los años, se convirtió en diputado nacional. Así se conocieron los padres de Diego. 

Más de 70 denuncias, cinco veces en la cárcel

Las batallas sindicales de Diego Cañamero han tenido muchas consecuencias judiciales. Él mismo pierde la cuenta, pero calcula que ha recibido entre 70 y 80 denuncias. Ha ido a más de 50 juicios. Lo han detenido entre 60 y 70 veces. Ha estado cinco veces en la cárcel.

Eso sí, lleva a gala que "nunca ha sido por robar, ni por ofender a nadie, ni por corrupción". Siempre, aclara, "por temas sindicales y políticos". "Hablo con todo el mundo y respeto a todo el mundo, pero mis ideas no tienen precio".

Las denuncias le vienen por ocupar fincas, principalmente, pidiendo su expropiación, o por negarse a declarar, o la más mediática, por asaltar un supermercado para llevar alimentos a personas con necesidades. 

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Diego Cañamero y Manuel Zafra, su amigo y socio.  JUAN CARLOS TORO

Desde la Transición viene protagonizando estos episodios. En 1977, la Guardia Civil lo detuvo por repartir octavillas reivindicativas en la localidad sevillana de Cantillana. De esa época son sus cinco ingresos en prisión, de breves periodos, por ocupación de fincas.

"Esa vez en Cantillana me estuvieron pegando palos desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde", recuerda. Pero nunca lo ha frenado para seguir con su labor sindical. "Sentir el aliento de la gente en el cogote es tu energía, es tu fuerza, es lo que me llena", comenta.

Por eso fue alcalde durante diez años, en una primera etapa, en El Coronil. "Me dolía todo lo que pasaba en el pueblo. Desde un bache o una luz que se fundía, hasta una persona que no tenía para pagar la hipoteca o la luz. Porque yo vengo del pueblo, sé lo que significa eso".

En defensa de la política local, dice que es "mucho más útil. Entiende al vecino, lo comprende. Cualquier cosa la percibe más cerca, aunque muchas veces uno tenga competencias para solucionar sus problemas, pero puedes ayudar más".

La 'vuelta' a Podemos y la situación de la izquierda

Diego Cañamero forma parte de la nueva dirección de Podemos en Andalucía, tras un proceso interno culminado a finales de 2024, del que sale Raquel Martínez como coordinadora andaluza. 

¿Le quedan ganas de seguir en política? "Nunca lo hago por mi afán personal, es decir, si no me propone nadie, me quedo como estoy", apunta. "Mientras pueda aportar, voy a seguir. Pero nunca pediré nada a cambio. La política para mí es devoción, no es un trabajo ni es una profesión", responde Cañamero, que entiende que "un dirigente obrero que miente continuamente hace un daño terrible en lo más profundo del corazón de los pueblos".

Así entiende la política: "Es una idea noble para defender causas nobles. Si la política la utilizas para el privilegio, para vivir mejor, para favorecer a tus amigos, a tus compañeros, eso es prostituir la política y la democracia".

Desde su nuevo rol en Podemos Andalucía, es partidario de "buscar fórmulas, puntos de encuentro, para unir a todas las sensibilidades" dentro de la izquierda.

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Diego Cañamero, en plena rebusca.   JUAN CARLOS TORO

"O unimos a toda la izquierda a la izquierda del PSOE con un programa mínimo, con generosidad, o la izquierda lo tenemos difícil, porque la derecha y la ultraderecha vienen con mucha fuerza". ¿A pesar de las experiencias de unión fallidas? "No importa, por mucho que haya fracasado, hay que buscarlo siempre".

Cañamero abunda en esa teoría: "Muchas veces nos dejamos llevar por los egos personales, por los intereses particulares, y hacemos que la derecha siga ganando. A nosotros nos une el sentimiento, el corazón, pero también el sentimiento y el corazón los tenemos que mezclar con la realidad política que se vive en cada momento".

El campo, ahora, ¿es de derechas?

Las reivindicaciones del sector agrario, de un tiempo a esta parte, están siendo canalizadas por partidos de derechas. Pero, ¿el campo se ha derechizado? Cañamero responde: "El discurso de la derecha, que dice que se quiere acabar con las tradiciones, que nos quieren quitar que criemos perros, que no podemos criar ni un canario en las casas... Eso conecta mucho con el pueblo", señala.

"Cuando hablan de los problemas que tiene el medio rural, la gente se puede pensar que van con buenas intenciones, pero en el fondo no dicen la verdad. ¿O tú crees que la ultraderecha va a decir que cuando gobierne acabará con la democracia? ¿O que se va a desmantelar la Sanidad pública? ¿O la Educación? La verdad es que es preocupante, porque mucha gente se deja llevar por ese discurso".

La izquierda, "con su acción en nombre de la izquierda, deja la autopista a discursos tremendistas: que los inmigrantes nos quitan el trabajo, que los que crean el terrorismo, son los que roban...", dice.

Cuando en provincias andaluzas como Huelva y Almería, muchas explotaciones agrarias salen adelante por la labor de muchos inmigrantes. "Nos soluciona la falta de mano de obra, pero también fomenta el fascismo, porque se utiliza la inmigración para enriquecerse muchos empresarios y para fomentar los partidos xenófobos".

"No podemos hablar de los inmigrantes con lástima. Existen porque han saqueado sus países, les han robado sus riquezas... No podemos aglutinar a todo el mundo en Europa, lo que hace falta es desarrollar África: sin robarle, perdonando la deuda externa, invirtiendo, para que el mundo se desarrolle de manera armónica. Así no haría falta poner vallas en Melilla".

Para terminar, a pesar de todo, lo vivido y lo sufrido, ¿por qué le gusta tanto el campo? Ahí, Cañamero, se pone poético:

—Mira esos jaramagos —dice señalando a una zona de la finca donde acaban los olivos—, cuando se ponen grandes y amarillos. Cuando salen las amapolas rojas. Cuando te empieza a dar la brisa de la mañana en la cara. Cuando escuchas el silencio. O el ruido de los grillos. O cuando relincha un mulo. El campo es todo. Cuando está amaneciendo y sale ese sol rojizo. O el día que se te hace tarde y empieza a salir la luna. El campo es precioso. Es lo más digno que hay, porque esta es la fábrica, la fuente de alimentación humana.

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Director de lavozdelsur.es. Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo como director. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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