Donde nace el 'oro blanco'

La familia Gordillo es la única que sigue fabricando cal de forma artesanal en el municipio sevillano de Morón, un procedimiento reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y que se ha usado en monumentos como la Alhambra de Granada, las catedrales de Sevilla y Cádiz o el Teatro Romano de Mérida

Isidoro Gordillo, de Gordillos Cal de Morón, dentro de un horno de cal de su empresa.
Isidoro Gordillo, de Gordillos Cal de Morón, dentro de un horno de cal de su empresa. JUAN CARLOS TORO

“Cuando Dios pintó Morón, cuánta cal no le pondría, que con la cal que le sobró pintó toda Andalucía”. Es un dicho que los caleros de este municipio de la campiña sevillana repiten desde hace años. Casi tantos como los que llevan fabricando un material que no hace tanto tiempo embellecía las fachadas de toda la comunidad, antes de que las pinturas plásticas empezaran a comerle terreno. Los tiempos cambian, pero la cal en Morón permanece. Con mucho menos músculo empresarial que hace décadas, eso sí.

La blancura impresiona al entrar. En la carretera que une Morón con Montellano, pasando por las faldas de la Sierra de Esparteros, es fácil encontrar el lugar donde se sigue fabricando cal de forma artesanal. Justo al lado del poblado de Caleras de la Sierra, creado en su día precisamente para acoger a los numerosos trabajadores que tenía el sector, se encuentra la empresa Gordillos Cal de Morón. La familia Gordillo es la única que mantiene el método tradicional de fabricación, de forma ininterrumpida desde 1874.

Isidoro Gordillo, el tatarabuelo del dueño de la empresa, del mismo nombre, llegó a Morón a mediados del siglo XIX, procedente de Mijas. Era traficante de vinos —“porque comerciaba, no como se entiende ahora”, aclara su tataranieto— y vio en la zona un buen lugar para hacer negocio. Pero poco después cambió de sector y apostó por la cal, que vivía su “época dorada”. Cuando Sevilla dejó de ser Puerto de Indias en exclusiva, y se incluyó a Cádiz, la cal se empezó a usar para blanquear una ciudad en expansión. La llegada del tren dio otro impulso al sector, que expandió sus fronteras.

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Un trabajador de Gordillos Cal de Morón, arreglando un horno.  JUAN CARLOS TORO

Isidoro Gordillo, el actual, forma parte de la quinta generación de caleros de una familia que seguirá con la tradición. El hijo ya está en la empresa, en la que será la sexta. “Hemos sido caleros de forma ininterrumpida”, dice, orgulloso, cuando atiende a lavozdelsur.es en las instalaciones de la empresa, donde se fabrica y almacena la cal. “En los años 70 del siglo XX cae la cal, provocado por el éxodo de las zonas rurales a las ciudades y el surgimiento de materiales alternativos, como el hormigón, el cemento o las pinturas plásticas”, cuenta Gordillo. El boom de la construcción golpeó fuerte a un sector que parece estar resurgiendo.

Morón albergó la segunda fábrica de cemento del país, después de Barcelona, a la que se mudaron muchos caleros. “El pastel cada vez era más pequeño”, confirma Gordillo. El principio del siglo XX supuso un punto de inflexión, porque para entonces había cinco caleros artesanales que, o se jubilaron sin relevo generacional, o dieron el salto a otros sectores. La familia Gordillo se quedó sola al frente de esta forma de fabricación —de forma industrial se sigue haciendo—, y a punto estuvo de desaparecer.

“Sobrevivimos porque detectamos que había un vacío en el mercado, con la calidad que teníamos nos enfocamos a vender a quien pagara esa calidad”, matiza. A restauración de patrimonio, sobre todo. Gracias a eso, la cal de Morón está presente en monumentos tan emblemáticos como la Alhambra de Granada —en el Patio de los Leones, concretamente—, la Catedral de Sevilla, la Cartuja de Jerez, la Catedral de Toledo, el Teatro Romano de Mérida, la Catedral de Cádiz, la iglesia San Miguel de Lillo de Oviedo, por poner algunos ejemplos, aunque también en países de toda Europa, en Latinoamérica y hasta en Qatar.

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Empleados seleccionando piedras de cal. JUAN CARLOS TORO

“El hambre agudiza el ingenio”, asegura Isidoro Gordillo, quien a partir de 2008 reorientó su empresa para hacerla crecer. Entonces se quedaron dos personas. Ahora son 16. “Nos reinventamos, pero no para inventar nada nuevo, sino mirando atrás”, dice. Empezó a estudiar a los clásicos, como Vitruvio, un arquitecto e ingeniero romano del siglo I a.C., que trabajaba para Julio César, que levantó multitud de viviendas a base de cal, arena y agua, con el conocido como mortero de cal. “Vitruvio ha sido un gran amigo mío”, ironiza Gordillo.

La lenta fabricación de la cal

El proceso de fabricación artesanal es lento, ideado cuando las prisas no se habían inventado. Unos siete meses pasan, como poco, entre su inicio y su fin. Todo empieza en las faldas de la Sierra de Esparteros, en la campiña sevillana, cerca de Morón de la Frontera. Allí se cogen las piedras calizas que luego se convertirán en cal. La pureza de la caliza de esta zona, que roza el 98%, la hace casi única. Como decimos, se empieza extrayendo piedras, seleccionándolas una a una.

Luego, se transportan hasta un horno de piedra que hay a escasos metros, dentro de las instalaciones de Gordillos Cal de Morón, una empresa familiar que es la única que mantiene esta forma de fabricar el material. “Es un proceso muy selectivo”, explica Isidoro Gordillo, propietario de la compañía. Dentro del horno circular, las piedras calizas se van colocando, una a una, de forma manual. Unos diez días, como poco, se tarda en llenarlo. Unas 120 toneladas de capacidad tiene, de las que se extraerán entre 75 y 90 toneladas de cal.

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Un empleado, sacando piedras de cal de un horno.  JUAN CARLOS TORO

El horno de cal tiene aspecto de cabaña de piedra en su parte superior. Cuando se termina de llenar, se cubre con arcilla y barro, para evitar que se escape el fuego. Con leña de olivo se alimenta, a razón de unos 40.000 kilos diarios, durante las dos semanas aproximadas que dura la cocción. “La piedra caliza la transformamos así en cal viva”, cuenta Gordillo sobre un proceso de fabricación que es ecológico y respetuoso con el medio ambiente. “La huella de carbono es casi nula, emitimos CO2 pero también lo eliminamos, al contrario que otros materiales de construcción”, relata.

El horno, cuando está cociendo las piedras, está vigilado día y noche. No se puede dejar de alimentar, para que mantenga siempre la misma temperatura, en torno a 1.000 grados. Ni tampoco de reparar, porque con el paso de los días se va achatando y hay que ir reponiendo las piedras exteriores que se deterioran. “Es un trabajo muy mimado”, añade Isidoro Gordillo. “Otros procesos industriales tardan siete horas en fabricar 100 toneladas. Yo tardo 40 días”. El resultado, claro, no es el mismo. La leña de olivo hace que la roca caliza absorba “nanopartículas vegetales”, que le aportan flexibilidad y elasticidad al producto final. Una vez convertida en cal, las piedras se extraen del horno, y se seleccionan para convertirlas en cal en pasta o en polvo. O en pintura de cal.

El camino hasta ser Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad

Un grupo de amigos creó en el verano de 2011 la Asociación Cultural de los Hornos de Cal de Morón, que se marcó como objetivo la difusión y sensibilización sobre la importancia de la producción de cal artesanal. Con esta idea, se creó un museo, el Museo de la Cal de Morón, ubicado junto a la empresa de Isidoro Gordillo, en la aldea de Caleras de la Sierra. 

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Parte superior de un horno de cal. JUAN CARLOS TORO

"El visitante podrá disfrutar de dos hornos tradicionales de elaboración de cal, datados del siglo XIX y totalmente restaurados; una casilla denominada del Calero, construida en la misma fecha aproximadamente y edificada con los materiales de la época. Tanto la casilla como todas las construcciones del museo mantienen la decoración y utensilios característicos de la fecha. Contamos además con un centro de interpretación y sala de proyecciones, equipada con las últimas tecnologías en imagen y sonido, así como varios documentos audiovisuales, en los que el visitante conocerá de primera mano todo el proceso de la elaboración de la cal y la influencia en la cultura andaluza, llegando a ser una de sus señas de identidad más reconocidas en el mundo", explica el Museo en su web. 

La Asociación Cultural Hornos de Cal de Morón, en su labor de difusión y protección de la actividad calera, postuló la cal de Morón como candidata a Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, una distinción que la Unesco le concedió en 2011, en el apartado de Patrimonio Inmaterial - Buenas Prácticas, al entender que cumplía con los requisitos establecidos en esta categoría, que reconoce los “usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas —junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes— que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural".

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Montañas de cal de Morón.  JUAN CARLOS TORO

La cal contra los virus  

La cal puede actuar como fungicida y biocida, es decir, es antibacteriana. Por eso, durante el confinamiento la empresa Gordillos Cal de Morón regaló pintura de cal al Ayuntamiento de la localidad para que encalara la residencia de mayores, protegiendo así a los residentes, gracias a una técnica “eficaz y tradicional para la higienización”. 

Las bacterias y microorganismos no se adhieren a las superficies gracias a la cal, que reduce los efectos negativos que pueden sufrir alérgicos o personas con problemas respiratorios, por la existencia de bacterias, ácaros y moho. El producto, que también se puede usar en hospitales y guarderías, absorbe CO2, y proporciona unas condiciones climáticas que no consiguen otros materiales. "La cal produce un efecto botijo, deja las casas frías en verano y calientes en verano, porque las paredes transpiran", explica Isidoro Gordillo. "No se sabe utilizar, ni se informa de los usos que tiene la cal", se queja Gordillo. Aunque, poco a poco, tiene la esperanza de que la cal viva una segunda juventud. 

Sobre el autor:

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Francisco Romero

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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