Entre las estrechas calles del Casco Histórico de Sevilla, rodeados por maletas y candados, aún quedan algunos vecinos autóctonos. Son pocos, pero posiblemente valientes. En una especie de patio de vecinos, donde las paredes son blancas y las macetas con flores aún tienen protagonismo, vive Amparo.
Sevillana y trianera, con 85 años de edad, recibe a sus invitados como si su pequeño salón fuera la suite de uno de estos grandes hoteles de lujo que no paran de abrirse por el centro de la capital hispalense. Mientras un ventilador apacigua las altas temperaturas, no duda en sacar la nevera una botella de agua individual para hacer más amenas las horas. A partir de ahí, la conversación hace el resto.
Amparo no está sola. Charla sin parar con Jana. Aprovecha la multitud para contar anécdotas de su juventud y no tan juventud que pide no reproducir. Por respeto a la palabra dada, ninguna de esas historias aparecerá en el reportaje. En cualquier caso, lo que si es justo plasmar es que Amparo cuenta las historias con felicidad. Se ríe y disfruta de cada recuerdo de etapas anteriores.
Jana, un "ángel de la guarda"
Jana es de Brasil, aunque lleva ocho años en España. Desde hace meses visita a Amparo semanalmente para pasar con ella algunos días, aunque normalmente son dando paseos y realizando recados. En cualquier caso, estos encuentros, a pesar de que se prolongan durante todo el año, sirven de vía de escape para sobrellevar los 40 grados que se han convertido en algo habitual en Sevilla.
Lo que se vive en casa de Amparo es algo que se extiende por toda la ciudad de Sevilla (también por otras de España) gracias al proyecto Solidarios. Remedios es la coordinadora del programa y una de las personas que está presente en el salón de esta vivienda sevillana. "Somos una asociación con cuatro programas distintos. Uno de personas sin hogar, otro con personas que están en prisión, otro con personas con trastornos mentales y el de mayores", apunta a lavozdelsur.es.
Mientras Remedios explica, Amparo pide que le hablemos más fuerte porque uno de sus oídos ya falla. "En el programa de mayores detectamos casos de personas que están en situación de soledad no deseada. Nos suele derivar servicios sociales porque son los que se dan cuenta a partir de la ayuda a domicilio y nosotros ya nos ponemos en contacto con ellos y buscamos personas voluntarias que hagan un acompañamiento semanal". Este acompañamiento no es de cualquier forma, la asociación busca que se establezca un vínculo "casi familiar". De hecho, una de las claves es conseguir que la persona afectada no pierda su relación con el barrio por esta soledad.
Jana es trabajadora social. Vino a España para hacer su doctorado, pero acabó casándose en todo este proceso. Llegó a este programa buscando un voluntariado para integrarse en Sevilla. Además, puso en marcha una asociación para trabajar con gente que estuviera en la calle. Fue así como llegó hasta Amparo en enero del pasado año.
Amparo y sus diez años buscando compañía
La otra ‘pata’ del proceso es Amparo, que cuando vivía en Triana acudió a los Servicios Sociales para encontrar alguna actividad que la mantuviera viva. Aquello ocurrió hace diez años, un periodo en el que ha conocido a varios voluntarios, con los que mantiene una excelente relación. Es entonces cuando mira a Jana y dice: "Es mi ángel de la guarda. Me ha cambiado la vida con ella". Tal es el vínculo que Amparo ya se considera una más de la familia de Jana, a la que califica como "un encanto". "Me siento más segura", añade, "porque es que yo estoy sola".
Amparo tiene dos hijas, pero ninguna de ellas vive en Sevilla. Aunque habla de vez en cuando con ambas, un tono triste la invade al referirse a la relación que mantienen a día de hoy. Mientras hablamos de la soledad, esta sevillana recuerda su infancia y, sobre todo, la relación que mantenía con su abuela. La nostalgia sobrevuela el salón durante todo el tiempo. "Hoy los abuelos están abandonados", apostilla. "Yo no tengo nada si no fuera por esta señora", afirma refiriéndose a Jana.
Llega un momento en el que cambia la situación. "A mí me gusta la soledad", dice Amparo. Quizás tenga que ver que ha tenido que sacar adelante una casa. Vuelve a referirse a sus hijas. "Me voy de esta vida sabiendo que saben defenderse en la vida. Yo luché, he cosido y trabajado mucho", agrega para explicar su trayectoria vital. Aunque insista en que le gusta la soledad, en su voz y su mirada también se palpa que agradece estar acompañada.
Por su formación podría decirse que Jana sabía lo que se iba a encontrar. Sin embargo, lo tiene claro. "He descubierto que uno no debe estar solo. Me acuerdo mucho de mi madre", señala. Cuando habla de su madre, que vive en Brasil, nada impide que Jana se emocione. Remedios también aporta en el debate. "Yo percibo la necesidad de afecto y de ser escuchado. Parece que al llegar a una edad las personas mayores no tienen derecho a ser escuchadas y de saber que hay alguien ahí. Imagínate vivir sola y no tener nadie a quien acudir".
La vejez como una etapa plena
Si bien Amparo ha dicho que le gusta la soledad, Remedios no tarda en desmentirla. "Ella dice que le encanta estar sola, pero el lunes vine a verla y me dijo que estaba tirada en la cama y se había vestido, duchado y limpiado la casa porque yo venía. Si no se hubiera quedado tirada sin hacer nada", argumenta. Tras esto, vuelve a hablar de sus hijas y de los bajones que experimenta. Por suerte, Jana está ahí para despejarle la mente. Dan paseos, van a comprar e, incluso, de vez en cuando Amparo canta mientras anda por el barrio de Santa Cruz. Por si no nos lo creemos, aprovecha la ocasión para demostrar sus dotes musicales.
Tal es el vínculo que Amparo no duda en soltar una frase tajante. "Si Jana no viene más, yo acabo con Solidarios. No quiero conocer más gente". Su compañía cuenta lo que se encuentra cuando va a verla una vez a la semana. "Tiene sus depresiones y sus ansiedades. La soledad no es fácil para ella". En esos periodos de soledad, Amparo piensa en el pasado: desde su abuela hasta sus amores. Pero termina reconociendo que está mejor acompañada.
Jana finaliza con un alegato. "Sólo hago lo que me gustaría que hicieran por mí. Ojalá pudiera despertar un poco más de esa solidaridad y de esa empatía en las personas para hacer por los demás lo que nos gustaría que hicieran por nosotros". Además, Remedios añade que "la última etapa de tu vida puede ser plena y feliz, no tiene que ser sola y triste. Nos olvidamos de que la vejez es una etapa más y puede se bonita. Las personas no tienen por qué sentirse enfermas, solas y aisladas".