Cuando el hijo de Braulio Vázquez Campos (Los Palacios y Villafranca, 1972) ha visitado a su padre en el trabajo, siempre ha sentido la envidia sana de que se emplee en algo tan divertido. Puede que mucha gente no piense igual, porque bucear entre papeles viejos, pergaminos, legajos y tomos centenarios se asocia enseguida “a ese concepto de ratón de biblioteca que a muchos los echa para atrás”, reconoce el mismo Braulio.
Sin embargo, a su pequeño le llama la atención que las estanterías de esos depósitos ocultos por los que navega su padre, hasta 15 en este Archivo Histórico Provincial de Sevilla, dispongan de una especie de timón que las hace avanzar o retroceder, como ocurre con la idea misma del tiempo cuando los historiadores no solo cuentan lo que pasó, sino que lo materializan en documentos, símbolos u objetos íntimamente relacionados con aquel presente que dejó de serlo. “En un archivo como este no se trata solamente de guardar cosas, sino de darles sentido y hacerlas accesibles al público”, insiste Braulio, orgulloso de su labor aquí a lo largo de estos tres años como director, mientras pasea por el primer patio del edificio, un decimonónico y frío –por marmóreo– palacio de Justicia que dejó hace un siglo de serlo y que se destinó en 1991 para este cometido.
El Archivo Histórico Provincial de Sevilla, en la céntrica calle Almirante Apodaca y que comparte edificio con la Hemeroteca municipal –ahora también, circunstancialmente, con el Museo Arqueológico- es uno de esos tesoros culturales que pasan desapercibidos para los propios sevillanos, que ni imaginan lo que aquí se encierra. Sus diez kilómetros lineales de estanterías, con acorazados depósitos que contienen decenas de miles de tomos de toda temática imaginable, esconden auténticas joyas de la historia y de la intrahistoria sevillana, de la capital y también de la provincia, pero la labor del Archivo, según lo entiende Braulio, no es la de “esconder”, sino más bien la de conservar, organizar y especialmente difundir.


Los tres cometidos son difíciles, porque conservar implica aplicar medidas preventivas y restauradoras sobre documentos centenarios en papel de trapo o pergaminos a punto de deshacerse, o el caso de formatos más recientes, la correcta gestión de sus cambiantes soportes, desde el disquete de hace unas décadas al pendrive. Para organizar una cantidad tan colosal de documentación, se requiere, por otro lado, un profundo conocimiento en descripción archivística, legislación sobre acceso a la información o protección de datos, porque de nada sirve guardar si luego no se encuentra con precisión.
Y para difundir todo esto, este desconocido y nutrido archivo se ha valido de todas las fórmulas posibles, desde esas pequeñas exposiciones, presenciales o virtuales, hasta visitas guiadas, eventos culturales, conferencias, presentaciones de libros, conciertos o esa estrategia del Documés, que consiste en exponer un documento especialmente relevante cada mes para suscitar el interés del público. A día de hoy, continúa abierta la exposición 'Entre rezos y procesiones' con motivo del reciente II Congreso de Hermandades y Piedad Popular que tuvo aparejada, en Sevilla, una procesión magna. “Es una forma de combinar nuestra vasta documentación con objetos que a lo mejor al público le resultan más familiares, como todo lo que tiene que ver con las cofradías en una ciudad tan cofrade como la nuestra”, explica Braulio.
Un historiador que se hizo archivero
Los caminos de la Historia también son inescrutables, y máxime en el caso de un chaval de Los Palacios y Villafranca, de familia humilde, que estudió la licenciatura de Geografía e Historia en la Universidad de Sevilla en la última década del pasado siglo y con los sacrificios propios de su entorno entonces.
Después de presentar su tesis doctoral sobre los adelantados mayores de Andalucía y Murcia en los siglos XIII y XIV, el joven Braulio quiso quedarse como profesor en la Facultad, continuando una labor que ya había ejercido gracias a la beca de Formación de Profesorado Universitario o como profesor asociado, pero en el interior de la Fábrica de Tabacos no parecía haber un hueco para él, de modo que, como primogénito ingenioso de la familia trabajadora de la que procedía, continuó haciendo méritos gracias a una curiosidad ilimitada que le ha permitido ir estableciendo relaciones historiográficas más allá de los documentos que estudia.
Se interesó en una época en el patrimonio documental de la historia de América, más tarde puso toda su atención en las exploraciones del Imperio español a partir del siglo XVI y hasta pasó días enteros, como profesional autónomo, perdiendo las pestañas frente a legajos que apenas nadie había consultado en el Convento de Santa Clara, en la Hermandad de la Estrella o en el Consejo General de Hermandades y Cofradías.
En todas partes descubría valiosas curiosidades que hubieran podido corporeizarse con un mínimo de pasión divulgadora, la que tiene él y que demuestra con ese torrente didáctico en el que se convierte cuando, siendo una persona generalmente tímida, habla de lo que le interesa de verdad. “Estudié Historia, pero me hice archivero por necesidad”, dice ahora, veinte años después y recordando aquellas carambolas laborales que lo llevaron a estudiar el temario para las oposiciones de archivero tras comprobar que el trabajo como profesor se le iba a resistir.
"Ya desde que empecé a estudiar aquel temario, pero sobre todo cuando gané la plaza de funcionario, descubrí que la profesión me había hechizado, porque no solo estaba en contacto con el patrimonio documental, lo cual es en sí mismo la materia prima con las que se elabora la Historia, sino que me di cuenta de que mi labor como archivero servía para proporcionarle al ciudadano herramientas con las que defender sus derechos, algo tan importante, o que dotaba a la propia administración de una buena gestión para que cumpla su misión con eficiencia”.
Jefe en el Archivo de Indias
En 2004, Braulio Vázquez Campos se estrenó en la función pública estatal dentro del Archivo General de la Administración, pero solo dos años después ganó por concurso una plaza de jefe en la sección de archivos del Archivo General de Indias, algo que para un historiador al que no le habían pesado las horas indagando en las interacciones entre aristocracia y administración regia durante la Edad Media, que se había divertido compilando los juegos en los tiempos de Alfonso X el Sabio o que había indagado tanto por su cuenta en las vicisitudes de los viajes transoceánicos de Colón o Magallanes, constituyó un auténtico privilegio. Fue mucho más lejos de su estricta labor y se especializó en la organización de exposiciones que suponían una difusión especialmente potente de sus contenidos para el gran público.


A Braulio le sirvió todo: los medios de comunicación, las proyecciones audiovisuales, las redes sociales y hasta las conversaciones con los visitantes a pie de calle. Como encargado de la remota colección de “Mapas, planos, documentos iconográficos y documentos especiales” de 2018, se volcó en la conservación preventiva de aquellos tesoros que fue descubriendo en una indagación que se le antojaba infinita hasta que llegaron los tiempos del covid.
Restauró, digitalizó y describió con tanto celo cada nueva pieza que iba apareciendo en los fondos documentales del Archivo de Indias, que cuando llegó el quinto centenario de la primera vuelta al mundo y surgió la idea de organizar una gran exposición de aquel primer viaje, tan largo, a nadie le cupo duda de que Braulio era el profesional ideal para estar detrás de todos los asesores posibles en la aventura didáctica de revivir aquella aventura de veras. “Quizá por ello pensaron en mí para que realizara una labor de difusión parecida en el Archivo Histórico Provincial”, dice él con humildad, sin poner el acento en que este otro Archivo tiene tantos tesoros desconocidos que solo alguien como él puede volver a hacerlos brillar dándole lustre a plena luz del día.
Todo el papeleo ajeno de más de un siglo
Una de las funciones encomendadas al Archivo Histórico Provincial –de titularidad estatal pero cuya gestión corresponde al Gobierno andaluz– es tan múltiple que parece imposible porque el tiempo, el espacio y las ganas son siempre limitados: recoger, seleccionar, conservar y organizar protocolos notariales que en un distrito tan antiquísimo como el nuestro (no solo la capital, sino hasta 25 pueblos emblemáticos del Aljarafe, la Vega, la Campiña y la Marisma) supone remontarse a mediados del siglo XV.
Estos protocolos de las notarías sevillanas, conservados en 26.000 tomos como enormes libros de Petete que cualquier ciudadano puede consultar, reflejan la vida jurídica, económica y social de nuestra tierra, pues en ellos se encuentran documentos tan variados, curiosos o valiosos como compraventas de todo tipo, testamentos de familias de alta alcurnia o tremendamente humildes, cartas de arras, capitulaciones matrimoniales, subastas, cartas de poder, contratos de aprendizaje o exámenes de maestros gremiales.
La valiosa firma de Velázquez
Precisamente uno de los documentos más relevantes que Braulio se ha encargado de exponer al público recientemente ha sido el contrato de aprendizaje del pintor sevillano Diego Velázquez da Silva, con fecha de septiembre de 1611 y en el que puede leerse –con la dificultad propia de un documento manuscrito con más de 400 años- cómo Juan Rodríguez, el padre del célebre pintor español, pone a su hijo de solo doce años a aprender el arte de la pintura con el maestro Francisco Pacheco, quien a la postre acabaría siendo su suegro.
El autor de Las Meninas estuvo seis años a las órdenes de Pacheco, en la collación de San Miguel, y aquí aprendió casi todo lo que luego le mostró al mundo. El Archivo Histórico Provincial no solo conserva como oro en paño aquel contrato de aprendizaje del genio, sino incluso documento notarial que recoge cómo Diego se examinó finalmente para demostrar, al menos en una teoría muy limitada aún, lo que había aprendido.


Indagar por los recovecos de estas extensas galerías del Archivo supone toparse con testamentos de personajes tan igualmente célebres como Américo Vespucio, Fernando de Magallanes o Hernán Cortés. La lista está dispuesta a no terminar, porque en el Archivo se van recogiendo todos los protocolos notariales con más de cien años de antigüedad, y como el tiempo pasa irremediablemente, los contratos más modernos son ahora los de 1924…
El Archivo Histórico acumula asimismo toda la documentación sin vigencia administrativa producida y recibida por la administración general del Estado y por la Junta de Andalucía en el ámbito de la provincia, de modo que la labor de describir, inventariar, catalogar y finalmente facilitar y asesorar en la investigación de estudiosos muy particulares o ciudadanos simplemente curiosos es realmente inacabable. “Hay que tener vocación para esta tarea”, asegura Braulio, y celebra que esa vocación sea constatable en sus doce compañeros.
“No somos muchos y la tarea es inmensa, pero los archiveros, los administrativos y los ordenanzas que me ayudan demuestran diariamente tal nivel de compromiso y entusiasmo por lo que hacen que solo así es explicable cómo una institución como esta sale adelante”, explica, mientras María Ángeles Luna trae con sumo cuidado documentos históricos valiosísimos como algunos en los que se ven las firmas de Velázquez o de Hernán Cortés. Mari Ángeles posa la documentación, perfectamente envuelta, sobre la mesa como quien lo hace con un fragilísimo objeto de cristal. Se le nota, al contemplarlo mientras lo abre con idéntico cuidado Braulio, que el afecto que le tiene al documento va más allá de la profesionalidad.
Con todo, Vázquez valora “la enorme cantidad de herramientas que permiten llevar a buen puerto todos los trabajos que asumimos, desde legislación que atañe a los productores de la documentación hasta el manejo de tesauros y teorías de las organizaciones, lenguas vivas y muertas, estándares de metadatos, paleografía y diplomática, técnicas sobre la óptima conservación y restauración de los distintos soportes…”. Mari Ángeles sonríe, entre dándole la razón a su jefe y desbordada por lo irónico que es el contraste entre lo todo lo que hacen y lo que cualquier profano podría pensar que hacen aquí…

Cartas de “perdón de cuernos”
En el Archivo Histórico Provincial de Sevilla se podría uno perder durante años, solo con que lo atraparan las curiosidades fundamentales de la historia de nuestra provincia o nimiedades particulares que darían para una novela en uno solo de sus 15 gigantescos depósitos de hormigón armado. Las estanterías, con miles y miles de tomos, conforman galerías del tiempo que avanza en sentido inverso, hacia las oscuridades de otras décadas, otros siglos, otras épocas. Además de los fondos notariales y de los documentos provenientes de las delegaciones provinciales de ministerios estatales y consejerías de la Junta, el Archivo conserva documentación de históricas empresas sevillanas como La Cartuja de Sevilla-Pickman, o la compañía naviera Ybarra, o Hytasa, o la fábrica de vidrio La Trinidad, o la Fábrica de Tabacos desde mucho antes de que la asumiera Altadis, por poner algunos ejemplos.
Además, son miles los archivos personales y familiares que enriquecen su acervo documental, inundado de libros de registros de todo signo, de contabilidad, de diarios, de historia, de botánica, de herencias. Es tan ardua la labor de descripción como la tarea de selección para desechar lo que no tenga ningún interés. “Pero es que es muy difícil tirar algo porque prácticamente todo tiene o puede tener algún interés en un momento dado y en función de para quién”, explica Braulio mientras observa, repleta, la sala de consultas en la que caben 16 usuarios, que manejan libros antiquísimos, que descifran su codificación secular, que piden fotocopias y que se concentran o sonríen misteriosamente porque acaban de descubrir algún dato que jamás habrían imaginado…
Entre la documentación que puede encontrarse en este Archivo con vocación de infinito hay hasta cartas de “perdón de cuernos”, una especie de cartas de seguro firmadas ante notario por medio de las cuales el marido se comprometía a no agredir físicamente a su esposa a cambio de que ella retornara al hogar como si nada hubiese pasado. Hay que tener en cuenta que, a finales de la Edad Media, el adulterio conyugal era un delito juzgable de distinta forma si lo había cometido él o ella.
En el primer caso no había argumentos para denunciar al marido, pero si era ella quien le ponía los cuernos a su marido, cualquier juez podía considerar este hecho como eximente en el caso de que el ofendido decidiera asesinar a su mujer. En algunas de estas cartas de perdón de cuernos pueden leerse párrafos de la siguiente guisa: “…que os perdono y otorgo perdón cumplido y acabado de cualquier adulterio que me hayáis hecho y cometido hasta el día de hoy, en público y en secreto, con cualquier persona, así de consejo como en dicho y hecho, consumiendo cópula carnal en mi casa o fuera de ella…”.
El desafío de la digitalización
“Queremos convertir nuestra institución en un motor dinamizador de la cultura de la ciudad para proyectarnos en todo el mundo”, dice, ambicioso, Braulio Vázquez cuando se le pregunta por los desafíos de futuro. Desde luego, uno de ellos sería la digitalización de todos sus fondos, una tarea titánica y que no consistiría solamente en escanear documentos, sino también en describirlos adecuadamente y en preservarlos mediante metadatos que faciliten su localización. Hoy por hoy, se están subiendo miles de documentos a la web, pero “es una labor que requiere de ingentes recursos económicos, que en la administración siempre son escasos”, reconoce el director.
Otro reto clave es la ampliación de espacios de consulta más allá de esa limitada sala, y sobre todo de los horarios, ya que el Archivo solo abre de 9.00 a 14.30 horas, de modo que los profesionales de la enseñanza rara vez pueden acercarse aquí. Por último, Vázquez ha adelantado a lavozdelsur.es que en breve propondrán al Ministerio de Cultura la climatización de los depósitos. “Las grandes inversiones tenemos que pedírselas al titular de la institución, que es el Ministerio del Gobierno central”, dice mientras sube –ataviado con un abrigo más cálido que la blanca bata profesional- por los fríos y desgastados escalones de mármol de una vieja e impresionante escalera que articula las tres plantas del soberbio edificio.
El baúl de los recuerdos
Uno de los ordenanzas del edificio, como todos aquí, ejercen funciones que van más allá de lo que le pagan. La vocación, que dice Braulio. Y el compromiso, que dicen ellos mismos sin hablar. A este ordenanza se le ve atender a los usuarios en la ventanilla de la puerta, contestar llamadas y, cuando el teléfono le da un respiro, ir a uno de los depósitos por lo que le piden en la sala de consultas. Sube el ascensor, abre y cierra puertas, y se maneja como un almacenista con la carretilla cargada de legajos. La variadísima documentación que aquí se maneja a diario daría para llenar muchísimos baúles de los recuerdos. Alguien pide un auto de la Real Audiencia de Sevilla, concretamente de los meses estivales de la primera década del siglo XIX.


Pero en cualquier estantería –arriba o abajo, al principio o al fondo de la última penumbra- de cualquier depósito hay también documentación de otros juzgados de instrucción de Sevilla y de municipios de la provincia como Sanlúcar la Mayor, Utrera o La Rinconada, de juzgados de menores, de juzgados militares, de contadurías de hipotecas, de comisarías de abastecimientos y transportes, del catastro, de hospitales y prisiones, de jefaturas de tráfico, de casas tutelares como la de San Francisco de Paula, de capitanía del Puerto de Sevilla, de colegios de cualquier sitio, de gerencias de la Seguridad Social, de la oficina del asesor ejecutivo de la Expo 92, dónde queda todo eso… Por no hablar de las interesantísimas colecciones privadas con planos, fotografías, testamentos, dibujos y hasta registros sonoros con las músicas de otras épocas… Braulio sonríe y, al bajar por las mismas escaleras, gélidas en este mes de enero, parece exactamente lo que es: un investigador público de la Historia. Solo le falta la pipa para parecerse a Holmes, pero Braulio no fuma porque tiene otros métodos para llegar a conclusiones.
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