Arroyo en "liquidación total": el fin de la tienda de máquinas de escribir de Porvera en Jerez

Antonio Arroyo, propietario del establecimiento, cuenta los meses para su jubilación y, con ella, llegará el cierre de un negocio con más de 70 años de historia

Antonio Arroyo y su mujer, Soledad Navarro, con máquinas de escribir de la tienda de Porvera.

“Liquidación total”, se puede leer en un cartelón rojo, con letras negras de bordes blancos, que hay en mitad de la calle Porvera de Jerez. Concretamente, en la tienda Arroyo, una de las míticas del centro, a la que contemplan más de 70 años de existencia. Cuando a su dueño, Antonio Arroyo (Jerez, 1956), le llegue el día de la jubilación, cerrará el negocio para siempre.

“Me jubilaba a los 65 años —edad que tiene ahora— pero el Gobierno me lo ha pasado a los 66”, cuenta cuando lavozdelsur.es visita la tienda, en sus orígenes solo de máquinas de escribir, pero desde hace unos años reconvertida en una especie de bazar en la que cabe —casi— de todo.

“Aguantaré aquí hasta que me jubile. Seguiría con esto abierto hasta que me muera, pero no puede ser, hay que dejar paso a nuevas generaciones”, dice Antonio, que viste pantalón de pinza, camisa a cuadros y chaquetón rojo. Para finales de 2022, calcula, llegará el momento del cierre.

“La vida es así. Todo empieza y todo acaba”, comenta Antonio encogiéndose de hombros, entre unas paredes en las que ha pasado la mayor parte de su vida. Fue su padre, Jesús Arroyo, quien abrió la tienda hacia la década de los 50 del siglo pasado, donde permanece inalterable desde entonces, viendo evolucionar los negocios de alrededor. 

Máquinas de escribir de Arroyo.  MANU GARCÍA

En la puerta de la tienda hay varias máquinas de escribir en un expositor. Una mesa de playa con cajas de plástico encima le sirve para exponer los libros que vende. En el interior también hay películas, cuadros, lámparas, escudos de hermandades, muñecos futboleros, souvenirs en forma de platos decorativos, pines, chapas… y máquinas de escribir, por supuesto.

“Las máquinas de escribir son difíciles de vender”, relata el dueño del negocio, que les da salida sobre todo entre nostálgicos que las usan como elemento decorativo. "Aunque hay algunos que todavía escriben con ella", dice Antonio Arroyo. "Ya menos. Y los chavales jóvenes no las van a usar", agrega. 

Desde que colgó el cartel de "liquidación", dice el dueño de la mítica tienda Arroyo, algunos clientes le han mostrado su pena, pero él lo asume como algo natural. Su madre, propietaria de la finca, quiere venderla, y eso intentará en cuanto se concrete el cierre definitivo. "Si fuera un bar seguiría abierto seguro", reflexiona Antonio. "Esto tendría futuro si vendiera cosas modernas, pero para eso la gente va a las grandes superficies. ¿Quién va a competir con esa gente?", se pregunta.

Antonio Arroyo, en la tienda que regenta su familia desde los años 50.  MANU GARCÍA

"Si el local no fuera de la madre estaría cerrado ya", comenta la mujer de Antonio, Soledad Navarro, quien le hace compañía muchas mañanas. "A él le gustan mucho las antigüedades", dice. "Si le tocara un premio se lo compraba a la madre y seguía con esto, eso seguro", comenta Soledad, quien asegura que se "agobia" cuando ve el desorden que reina en el establecimiento, una de sus señas de identidad. "Ya me he acostumbrado, ¿qué voy a hacer? Aguantarme o dejarlo, no hay otra", agrega entre risas.

Desde hace unos años, además de vender máquinas de escribir, que también arregla —le llegan encargos de toda España—, también intercambia todo tipo de artículos en el rastro de los domingos, aunque desde que lo trasladaron de la Alameda Vieja al parque González Hontoria —por la pandemia—, no acude. "Ahora hago aquí la liquidación", cuenta Antonio Arroyo, quien dice que el precio a sus productos "casi lo pone el que llega". "Y todo está en venta", aclara. 

¿Y qué pasará con lo que no venda? "Me llevaré lo que me interese y con lo demás no sé qué haré", contesta. Él se quedará seguro con las herramientas de arreglar máquinas de escribir que heredó de su padre —"de recuerdo y para usarlas"—, y con poco más. "Buscar un local para almacenar cosas no tiene sentido, cuando lleve unos meses has pagado más que lo que tienes dentro", explica. En ese caso, lo donará a alguna asociación. 

Antonio Arroyo, con una caja registradora que tiene en su tienda de Porvera.  MANU GARCÍA
Antonio, en el taller donde repara máquinas de escribir en Arroyo.  MANU GARCÍA

Lejos quedan los años de vacas gordas de Arroyo, cuando despuntaban las ventas de máquinas de escribir y, además, no faltaban los encargos para encargarse del mantenimiento de las que se llevaban muchos clientes. "Había que limpiarlas, engrasarlas, reponer una tecla si se rompía...", recuerda Antonio, quien acompañó a su padre casi desde los inicios de la tienda. De hecho, vivían justo encima, por lo que pasó su infancia entre máquinas de escribir. 

La tienda más antigua de la calle Porvera tiene los meses contados. Cuando llegue el momento del cierre, "echará una lagrimita y ya está, y se tomará una copa de oloroso", vaticina Soledad, la mujer de Antonio, que lo asume con naturalidad. "Es la vida, morir hay que morirse. Aquí no se queda nadie. Algunos se acuerdan de ti y otros no", reflexiona él en voz alta.

Antonio Arroyo, un hombre de otro tiempo que se jubilará fiel a los principios de la tienda que fundó su padre, que no tiene teléfono móvil de última generación y que no entiende muy bien —o, mejor dicho, no comparte— el consumismo desaforado que reina hoy día. "Aquí tengo máquinas con más de 40 años y ahora un padre le regala algo a su hijo y lo tira porque es viejo", aduce. Aún hay tiempo para hacerse con algunos de los objetos —tesoros— que atesora.