Alejandro Díaz: "Las revueltas salineras de hace 125 años recuerdan mucho a las huelgas de los trabajadores del metal"

El periodista isleño, experto en la memoria salinera, conecta las revueltas obreras del siglo XX con las protestas actuales en el sector naval en Cádiz

El periodista isleño Alejandro Díaz Pinto con uno de sus ejemplares sobre las salinas de San Fernando.
13 de julio de 2025 a las 19:35h

Jornadas de trabajo interminables, salarios de miseria, una patronal ineficiente que subía el precio mientras aumentaban las pérdidas y familias en la ruina. Hasta mujeres en las calles reclamando “pan para nuestros hijos”. Una imagen demasiado reciente en la Bahía de Cádiz que, sin embargo, tiene casi 125 años y que corresponde a las revueltas de 1901 y 1902 de los salineros de San Fernando y sus mujeres.

Un acontecimiento histórico descubierto por el periodista, doctor en Comunicación y Humanidades y profesor de la escuela pública de Lengua y Literatura, Alejandro Díaz Pinto (San Fernando, 1987), en su tesis doctoral publicada en dos libros de la editorial Kaizen, Salinas de San Fernando. Historia e historias de un patrimonio de la ribera gaditana a través de las fuentes hemerográficas (1800-1975).

El estudio de Díaz marca un antes y un después en la investigación del mundo salinero, más centrada hasta entonces en la terminología salinera o en el funcionamiento mismo de las salinas. Así, con la máxima del rigor histórico y el olfato periodístico, Díaz ha escrito un corpus de esta importante actividad en la zona abarcando aspectos como la economía, los movimientos obreros, la situación de las mujeres o el patrimonio etnográfico y cultural. Y todo, a partir de las fuentes hemerográficas. “Los hilos de los que yo he tirado siempre vienen de la prensa; y luego, hay aspectos que he completado con documentos de archivo y bibliografía específica”. Y en ese estudio, los paralelismos son evidentes. “Las revueltas salineras de hace 125 años recuerdan mucho a las huelgas de los trabajadores del metal”.

Pilar Carrillo y familia.

Los hitos más importantes desde el siglo XIX hasta 1975

En una línea temporal que comienza en el siglo XIX y termina en 1975, Díaz ha ido relatando los hitos más importantes, centrándose en un aspecto u otro en función de las informaciones que se iba encontrando en la prensa, tanto local, como nacional e internacional. Así, a principios del siglo XIX, con la invasión francesa como telón de fondo, “cuento la participación de los salineros en la Guerra de la Independencia”, tal como recogían los periódicos de la época.

Las primeras referencias a una revuelta salinera se localizan en 1868, año de La Gloriosa

“La primera referencia que tengo de una revuelta, porque no usan la palabra huelga, es del año 1868, el año de la Gloriosa, la Revolución Septembrina, cuando unos salineros empezaron a gritar vivas a la República y empezaron a dedicarles mueran a algunos industriales. Se colaron en el Ayuntamiento de San Fernando y las campanas de la Iglesia Mayor repicaron; no sé si las hicieron repicar ellos o lo hicieron otros a modo de aviso. Lo cierto es que los salineros intentaron asociarse momentáneamente pero cuando todo volvió la normalidad, sufrieron una represión horrible, aunque sentaron un precedente”.

Imágenes del libro de Alejandro Díaz.   MANU GARCÍA

La sal, que era un producto controlado por el Estado, vendida por los industriales salineros al precio que el propio Estado dictaba, era un producto esencial en la época porque, a diferencia de hoy, considerado sólo como un condimento, era un conservante del pescado y de la carne. Al estar bajo el monopolio y la explotación del Estado, las noticias de la primera parte del siglo XIX son de industriales de la sal quejándose por no poder explotar ellos mismo el ansiado producto. “En esta época, la sal de San Fernando ya tenía un nombre. Venía gente de todos los puntos del globo a buscar sal de la zona. No ya porque tuviera denominación de origen, porque no existía, pero sí tenía una reputación equivalente”. De esta manera, a San Fernando llegaban barcos de “las colonias, del Río de la Plata, de Terranova, porque en Canadá era muy famoso el bacalao, y poblaciones que se dedicaban a la pesca y los tasajos de carne”.

1870: desestanco de la sal, se liberaliza el producto

Por eso, cuando en 1870 se produce el desestanco de la sal, es decir, la liberalización del producto, los industriales “se ven de repente con una mina oro”. Habían pegado el pelotazo. “No se conformaron con eso y empezaron a subir el precio del producto, del lastre de sal”, de forma que, “en el último tercio del siglo XIX el precio de la sal fue incrementándose paulatinamente porque veían que la gente seguía viniendo y ellos querían exprimir el producto y sacarle toda la rentabilidad posible”.

El historiador, en el bello paisaje de caños y esteros de San Fernando.   MANU GARCÍA

Los empresarios de la sal entonces deciden unirse y crear el Concierto Salinero con el objetivo de estandarizar los precios y crear un turno de carga. Pero, “al mismo tiempo que hacían eso, desatendieron otras cosas, como la publicidad y la competencia. No cayeron en la cuenta de que las antiguas colonias de Latinoamérica y Norteamérica empezaron a construir sus propias fábricas o que otras nacionales, como la laguna de Torrevieja, en Alicante, que tardó más en desestancarse, tenía una mayor extensión que las de aquí”.

"Los industriales salineros vieron una mina de oro pero no invirtieron nada"

A pesar de que la actividad pasó a ser privada, “existía una especie de funcionariado inepto y, a la vez, responsable también de la pérdida de ganancias, además de la falta de control propio de la época. Es lo que se conoce como partes muertas, que eran dineros que se daban sin mucho control y basándose en tradiciones injustas: un dinero que se daba a un amigo, a un sustituto de un capataz, a la viuda de un capataz de la que nadie sabía nada”.

A todo esto, se sumó la falta de miras de la patronal: “No invirtieron nada, no apostaron por la mecanización, salvo algún caso puntual como la familia Martínez de Pinillos, no hacían mejoras y no diversificaron la producción”. Así pues, las ganancias se privatizaron, pero las pérdidas se socializaron y las condiciones de los salineros empeoraron. “De donde recortaban siempre era de las partidas destinadas a los trabajadores y esa es una de las causas por las que se lía luego”.

Los trabajadores, unos 2.000 en La Isla y trabajando a destajo, estaban divididos en función de sus tareas, salineros, barqueros y alijadores (los que metían la sal en las bodegas de los barcos). Ellos quisieron también unirse, aunque fuera por gremios, pero aquellos intentos siempre eran boicoteados por los industriales. De esta forma, cuando en las salinas de la Bahía comienza a aumentar la conflictividad laboral como consecuencia de los recortes, “la Laguna de Torrevieja comienza a consolidar su mercado y otros barcos decidieron irse a Ibiza y a Setúbal, en Portugal, donde también había muy buenas salinas”.

La indignación obrera iba creciendo y en 1888 se pusieron en huelga los barqueros reclamando la distribución de turnos, revuelta que ya fue recogida con mayor interés por la prensa. Paralelamente, el anarquismo iba ganando terreno entre la clase trabajadora. “Tengo documentado un mitin anarquista en la plaza de toros de San Fernando en el año 1893, al que no solamente fueron salineros, sino también panaderos, obreros del metal, zapateros, pero los salineros estaban ahí y eran de los que más montaban”. 

La huelga de 1902

Y es que “los ánimos estaban bastante caldeados: hablamos de la reducción de jornales como consecuencia del abaratamiento del lastre, de la obligación de pagar el agua potable o los desperfectos de las herramientas, las partes muertas que antes he mencionado o abusos como la capricia, por la que el trabajador se veía obligado a pagar al repartidor 62 céntimos por cuartillo de vino, del peor y más caro, bajo riesgo de despido y a pesar de que en cualquier taberna sólo hubiera gastado 36 céntimos por la misma cantidad”.

"Las mujeres de los salineros fueron casa por casa a apedrear a los directivos"

Sin embargo, cada vez que los salineros se organizaban para reivindicar su situación, “los industriales les decían que o desistían o paraban la producción porque ellos tenían capacidad para aguantar o traían a obreros de fuera”. Eso fue lo que ocurrió en el año 1902, cuando los barqueros primero, y los alijadores después se pusieron en huelga aquel año. “La burbuja explotó cuando los industriales salineros incumplieron el compromiso de no contratar a salineros no asociados o barqueros a los que no les tocaba a hacer ese trabajo, de tal manera, que cuando el candray (embarcación pequeña) se acercaba al buque exportador y los barqueros veían que allí había alijadores que no eran de los suyos, se volvían y no descargaban la sal. El tráfico se paralizó y los clientes aguantaron, pero terminaron yéndose”.

El concepto de “solidaridad obrera estaba muy arraigado entre ellos” y en ese año 1902 se declara una huelga general, lo que hizo que, en lugar de negociar, los industriales isleños se trajeran obreros de Ayamonte.  Algo que fue considerado como una línea roja y provocó la intervención de las mujeres. “Un día, que venían de cobrar de casa de unos directivos, a la altura de la Alameda donde había un despacho de vinos que se llamaba La Plata, las mujeres de los salineros y sus hijos empezaron a apedrear a estos trabajadores intrusos como ellos los llamaban”. Luego, “se fueron casa por casa de los directivos del Concierto a tirarles piedras”.

El arrojo de estas mujeres provocó que los agentes de seguridad intervinieran y aunque “las informaciones son confusas, fueron detenidas cinco o seis, aunque luego iban llegando más”. Sus compañeras fueron al Ayuntamiento a reclamar la liberación de las presas al grito de “pan para nuestros hijos”,  

Díaz muestra su asombro al explicar que “en lo que podríamos llamar mesa de negociación, en la que el mediador era el gobernador civil, los maridos renegaron de ellas, pero creo que lo hicieron porque había un acuerdo entre ellos para no se quedaran con el culo al aire y no los contrataran más. A ellas no las podían poner en la calle”. Eso sí, “los directivos del Consorcio pusieron como condición la prohibición expresa de que las mujeres se metieran en estos asuntos”.

Otras imágenes incluidas en el libro.   MANU GARCÍA

Aquella huelga, recogida por la prensa internacional, sobre todo, de medios franceses, se desconvocó, pero las revueltas no dejaron de sucederse durante las primeras décadas del siglo XX hasta el franquismo. Con la electricidad, pero, especialmente, con la dictadura franquista, las políticas proteccionistas y la falta de libertad de información, parecía que las revueltas dejaron de existir. “Me imagino que seguirían haciendo de las suyas, pero por lo bajini pero es que lo mucho o poco que hicieran no se recogía en la Hoja del Lunes”.

La despesca y el pretendido anafalbetismo

La dificultad para encontrar información sobre las posibles revueltas o protestas laborales, así como la caída de la producción, llevaron a Díaz a estudiar el patrimonio etnográfico, cultural y social que rodea al mundo salinero. Y, de nuevo, sorpresas en la investigación.

“Las salinas pasaron a ser un reclamo turístico. La despesca -el término despesque lo encuentro por primera vez en el ABC durante la época franquista- había sido una forma de agasajar a los invitados, ya incluso desde el siglo XIX; la reina Isabel II, por ejemplo, o José Ortega Munilla, padre de José Ortega Gasset. Siempre puede haber un documento que lo desmonte, pero creo haber descubierto que el origen de la despesca es la segunda visita de Isabel II”. En la época franquista se hizo popular y “hasta Carmen Polo, esposa de Franco, vino a San Fernando a una despesca”. Hoy es una atracción turística de primer orden.

Y otro de los mitos derribados: “los salineros no eran tan analfabetos como nos quisieron vender. Dentro de su gira por Andalucía, Teresa Claramunt y su compañero Leopoldo Bonafulla hicieron parada en San Fernando como consecuencia de la huelga de 1902 y los salineros organizaron una especia de velada literaria y política en una bodega”, desvela Díaz. “Nos han vendido que los salineros no sabían ni leer, ni escribir, que era gente humilde que de lo único que sabía era de la sal y la temperatura, pero encontré a un escritor soviético, Ilia Erenburg que vino a España durante la II República y recaló en San Fernando. En su libro España, república de los trabajadores, habla de los salineros de San Fernando, que vivían en cuevas que nada tenían que ver con los palacios y casas solariegas donde vivían los industriales pero que, en las mesillas de noche, nunca faltaba propaganda política o una revista anarquista”.

Sobre el autor

Vanessa Perondi

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